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ANA GARCÍA BERGUA
GESTOS Y HUELLAS
Una grieta de fatiga es, en la lengua de los ingenieros, una grieta provocada por una mala aleación de metales que, por ejemplo, puede causar el desplome de un avión. Además de ser una expresión muy sugerente, es también una descripción sumamente elocuente de ciertos resquebrajamientos que ocurren en nuestras vidas. Fabio Morábito, al trasladar esta expresión aeronáutica a la literatura, ha tenido un acierto similar al de quien, con un pequeño golpe en el lugar calculado, puede tumbar una pared. Así, los cuentos que componen Grieta de fatiga (Tusquets, 2006), su último libro, son, por decirlo de alguna manera, sutilmente catastróficos. En efecto, las cosas que suceden en este libro, si bien muchas veces graves, no son grandilocuentes; a veces se quedan en un terreno cercano, medido, como si fueran planeadas por un maestro de billar. Ahí, en ese borde, en esa cercanía de lo cotidiano, busca Fabio Morábito las grietas, aquello que da a la vida cierto carácter ominoso, muchas veces tragicómico o terrible. Quizá en el crucigrama que alguien deja sin hacer, o en el gesto que aparece en un adolescente, o detrás de los lentes oscuros de un padre que permanece impasible al llevar a su hijo a la feria, o en el vestido demasiado ligero que una mujer trae puesto para salir al frío, se encuentran los signos de una amenaza o de algo patético que transformará los acontecimientos o les dará, por lo menos, otro carácter. La escritura de Fabio Morábito tiene un carácter hipnótico: se fija en un punto, traza una línea y nos atrapa en ella, un poco como las huellas en la arena que sigue un podólogo en una playa en el cuento "Huellas", y que va interpretando conforme avanzan hacia las rocas y se hace de noche. Con esa misma curiosidad y esa misma sensación de que debajo siempre hay algo más, algo que quizá se venza o se resquebraje, se leen "El tenis de los viernes" o "La vuelta a la manzana", cuentos situados en el ambiente de adinerados y ejecutivos, donde la demostración de poder de jefes a empleados funciona de una manera tan sutil como provocadora, intimidatoria y territorial. "El valor de roncar" y "Las puertas indebidas" son cuentos de escritores en hoteles, cosa emocionante siempre para los integrantes del gremio: su fondo está un poco en la curiosidad por lo que hace el otro y las escrituras que se relacionan como vidas alternas, como algo que sucediera entre los escritores en una penumbra que se cuela de un lado a otro. También de un escritor trata "Los búlgaros", que es uno de los mejores cuentos del libro, a mi parecer. En él están mezcladas muchas pasiones: la vanidad, los celos, el deseo; el hecho de que la esposa del protagonista se tenga que encargar de una delegación de búlgaros reviste sus celos de unas singulares emanaciones bárbaras. Los escritores de los cuentos de Fabio Morábito son seres dubitativos, poco emblemáticos de ninguna grandeza; quizá por eso son tan verosímiles. Asimismo, quienes tratan con las palabras, como el corrector de "Las correcciones", el lector de "La cigala" o las hermanas de "Los crucigramas", caen en la torpeza más triste o en una locura asesina, si nos es que por ellas saben de la muerte. Tienen su peligro las palabras, parecen decirnos estos cuentos, todos ellos tan bien escritos, diríase, con un animo deportivo: con la exactitud del golfista y la limpieza del nadador. Y no es raro, por ello, que en los cuentos de Fabio Morábito abunden los deportistas, cuyas virtudes se ve que el escritor admira: el pulso, la destreza. Estas virtudes relucen en cuentos que hablan de cierta mirada infantil o adolescente: "Parque de diversiones", "El gesto", "Hormigas", donde los signos ominosos que suelen acosar a los más chicos, así como las pequeñas tablas que a cada paso los salvan, se administran con una sabiduría entrañable. En todas las señales que aparecen ante los personajes el lector encuentra guiños de cosas más profundas. Los últimos cuentos del libro llevan lejos otras resonancias: quién sabe si algún griego hubiera pensado en quedarse a vivir en el caballo de Troya, como Micias, el personaje del cuento que lleva el mismo nombre; si unos caballeros medievales intemporales intercambiaran herramientas para reparar sus armaduras, si las selvas se achicaran cosa que sí sucede y hubiera que emigrar. Apuestas todas que indagan en nuestra condición más básica, más pueril, o más bien en sus huellas y en sus grietas, aquellas que Morábito sabe ponernos a estudiar con la misma fascinación con que él las sigue.
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