Saqueo, estados fracturados y gobiernos ineficaces en los nuevos países capitalistas
Los partidos políticos, rechazados, sin ideología y al servicio de la élite gobernante
Sábado 24 de diciembre de 2016, p. 25
Moscú.
Se cumple estos días el 25 aniversario de la disolución de la Unión Soviética, hecho que el presidente Vladimir Putin llegó a calificar hace años de mayor catástrofe geopolítica del siglo XX.
Detrás del golpe de efecto que el mandatario buscó con la frase, la cual denota cierta nostalgia por la pérdida del estatus de superpotencia en un mundo entonces bipolar, muchos se preguntan tanto aquí como en el resto del mundo si acaso no es mayor catástrofe el poco halagador panorama que arroja el espacio postsoviético un cuarto de siglo después de que la bandera roja con la hoz y el martillo fue izada del Kremlin, en la Plaza Roja de Moscú, el día de Navidad de 1991.
El modelo de socialismo soviético –herido de muerte por los años de inercia que era producto de una dirigencia incapaz de emprender las reformas demandadas por la época– jamás tuvo, entre sus múltiples defectos, el de distribuir la riqueza nacional en beneficio exclusivo de una minoría a la sombra del poder.
Por alguna extraña razón se olvida que los estados independientes, surgidos de las ruinas de la Unión Soviética, son todos países capitalistas, en los cuales poco importa el bienestar y la dignidad de las personas, y en eso nada se diferencian de México, con los mismas injusticias sociales e iguales vicios de los gobernantes.
Casi siempre es turbio el origen de las grandes fortunas de cualquier reconocido empresario de Rusia o de las restantes repúblicas. Por lo común son resultado de fraudulentas privatizaciones, concesiones ilícitas, enfrentamientos entre mafiosos y similares formas de enriquecimiento fugaz, impensables sin la anuencia, cuando no complicidad, de las autoridades en turno.
El capitalismo postsoviético empezó con el caótico periodo de transición, que derivó –al sentarse las bases de impunidad– en el saqueo de la riqueza del extinto país, sin que los nuevos gobernantes hicieran algo para impedir –más bien, al contrario: son los responsables directos– que pasaran a manos privadas las materias primas, las fábricas, las empresas agropecuarias, todo cuanto valía algo en cualquier rincón de la Unión Soviética.
Los magnates y los corruptos –muchas veces se ostentan éstos como respetables funcionarios públicos o legisladores– llevan 25 años de sacar de las repúblicas ex soviéticas cantidades astronómicas de dinero que podrían haber contribuido a elevar el nivel de vida de la población.
Mientras unos, los menos, engordan sus cuentas bancarias y adquieren acciones, residencias, aviones, yates, automóviles de lujo, joyas, colecciones de arte y hasta equipos de futbol de otros países, otros, la inmensa mayoría de sus compatriotas, viven cada vez con más penurias, se ven obligados a emigrar como mano de obra barata, tienen peores hospitales y menos instituciones de enseñanza gratuita.
Qué había y qué hay
Había una federación que permitía la convivencia pacífica de repúblicas dispares y ahora hay un país, Rusia, que, al ser más grande y quedarse con las armas nucleares, quiere imponer su liderazgo a los demás; países que, agraviados por el más fuerte, buscan integrarse a la Unión Europea y aspiran a ingresar en la Organización del Tratado del Atlántico Norte; estados fracturados por severos conflictos interétnicos o enfrentados por disputas territoriales.
Había un solo partido político, el comunista, que se proclamó fuerza rectora de la sociedad y acabó convirtiéndose en una estructura burocratizada que desvirtuó por completo los valores del socialismo, y ahora hay, dependiendo del país de que se trate, un partido que en realidad carece de ideología y sólo existe para servir a los intereses de la élite gobernante; partidos igual de malos que, rechazados en las urnas, se alternan en el poder; membretes que dicen ser partidos en estados con rasgos feudales, sobre todo de Asia central, que son gobernados por caudillos vitalicios.
Había una economía centralizada y planificada, ciertamente desastrosa en muchos aspectos pero que garantizaba a todos un mínimo de subsistencia e igualdad de oportunidades, y ahora hay gobiernos cuya eficacia depende sólo de los precios de las materias primas que exportan y que continúan agotando los excesos que dejó la bonanza petrolera; clanes que se reparten a su antojo la riqueza que pertenece a todos; familias que controlan sectores enteros de la economía; países al borde de la guerra por la disputa de las materia primas, como los centroasiáticos que se pelean por el agua.
Había una sola ciudadanía soviética con gran variedad de naciones, y ahora hay pueblos hermanos que se matan como el ruso y el ucranio; estados como los bálticos que restringen los derechos de parte de sus habitantes que, por ser de origen ruso, son considerados no ciudadanos; personas tratadas con desprecio como los trabajadores sin papeles que se ven obligados a emigrar de Asia central a Rusia en busca de sustento para sus familias.
En apretada síntesis, a 25 años de la desaparición de la Unión Soviética, es lo que prima en los países que formaron parte de la primera, que no la última, experiencia socialista de la historia.