n los entretelones de la campaña por la nominación de los candidatos a la presidencia de Estados Unidos, hay una batalla que se libra en forma más soterrada pero no menos importante: la inminente postulación de uno de los ministros de la Corte Suprema de Justicia, después de que uno de ellos, Antonin Scalia, murió de manera reciente.
Independientemente de la transcendencia que tiene llegar a la Corte Suprema, en estos momentos hay una motivación extra. Scalia pertenecía al grupo de los cinco ministros conservadores de los nueve que integran la Corte. Por esa razón, quien sea nombrado para sustituirlo determinará el balance en la tendencia ideológica. Según la ideología conservadora de la mayoría de los miembros de esa institución, durante décadas han hecho todo lo posible por dar a la nación un perfil social, económico y político eminentemente conservador. La contumacia de sus cinco miembros conservadores ha sido decisiva para la configuración paulatina de ese proyecto: abrir la puerta a la avalancha de recursos sin límite en la política electoral, resultando en una profunda pérdida en el ideal de la democracia estadunidense; la paulatina erosión de la acción afirmativa que ha sido el pivote para que las minorías raciales reciban mejores oportunidades, destacadamente en la educación; también ha sido proactiva para que en algunos estados las mujeres pierdan derechos a decidir sobre su procreación. Más importante aún es que en los casos de acción afirmativa y derecho al aborto la Corte está por decidirse si se conservan esas garantías o se derogan.
No es nuevo que durante los siete años de Obama en la Presidencia los republicanos en el Congreso se han opuesto a la mayoría de sus iniciativas. Pero la sistemática negativa a conceder al mandatario cualquier victoria cobra en estos momentos mayor relevancia. Constitucionalmente, el Presidente debe nominar a una persona para que el Senado la apruebe o rechace. En esta ocasión el liderazgo republicano ha declarado que el gobernante debe abstenerse de hacer dicha nominación y esperar a que su sucesor lo haga. Obama ha ignorado esa necedad del liderazgo y ha nombrado a una persona que no sólo tiene amplia experiencia como juez, sino es conocida por su imparcialidad. Como se esperaba, los senadores del Partido Republicano se han negado a cuando menos discutir esa nominación.
La apuesta del liderazgo republicano es que el próximo Presidente surgirá de las filas de su partido. Además, conservar su mayoría en el Senado y, por tanto, tener la posibilidad de nombrar un nuevo miembro en la Corte Suprema. Es una apuesta peligrosa en momentos en que un personaje tan controvertido como Donald Trump pudiera ganar la candidatura republicana a la presidencia, pero, de acuerdo con las encuestas, no es seguro que ganaría la presidencia en la elección general. En un caso u otro, sus posibilidades de nombrar un ministro de tendencia conservadora para la Corte seguramente se perderían.