l presidente Barack Obama llegó ayer a La Habana entre gestos de distensión y humor, una visita a Cuba, la primera de un mandatario de Estados Unidos en 88 años y que, así fuera por ese solo dato, puede ser calificada de histórica. Pero más allá de las anécdotas el viaje tiene lugar en el contexto de un proceso de superación de la vieja hostilidad de Washington contra el gobierno cubano que se dio a conocer en diciembre del año antepasado, después de una etapa de negociaciones secretas con el auspicio del papa Francisco.
En los 14 meses transcurridos desde entonces se restablecieron las relaciones diplomáticas entre ambos países, la Casa Blanca liberó a los tres agentes de la inteligencia cubana que permanecían presos en Estados Unidos y La Habana repatrió al espía estadunidense Alan Gross, hasta entonces encarcelado en la isla. Meses después los presidentes Raúl Castro y Obama se entrevistaron en Estados Unidos, fueron reanudados el servicio postal y los vuelos directos. Asimismo, Washington relajó algunas de las más agresivas disposiciones del embargo económico que ha mantenido contra Cuba desde febrero de 1962, tras la derrota de una invasión de exiliados que, patrocinados por la Casa Blanca, pretendían derrocar al gobierno revolucionario de la nación caribeña.
Ayer, en forma simultánea a la llegada de Obama a la capital cubana, dos empresas turísticas estadunidenses anunciaron el inicio de operaciones en la isla.
Pero, a pesar de los importantes avances hacia el pleno deshielo en las relaciones bilaterales, son todavía muchos los pendientes. El más importante es sin duda la persistencia de las leyes en que se fundamenta el bloqueo económico, aún vigentes; el actual ocupante de la Casa Blanca no ha conseguido convencer al Congreso de su país de la total derogación de tales disposiciones y permanece la duda de si lo logrará en los meses que le restan a su mandato. Por otra parte, el Departamento de Estado sigue manteniendo a Cuba en su lista de países patrocinadores del terrorismo
a pesar de que, según toda la información pública, es más bien Washington el gobierno que ha respaldado ataques terroristas en el hemisferio y, en particular, en territorio cubano.
Otro agravio persistente es la política migratoria estadunidense hacia Cuba, originalmente concebida para alentar la salida ilegal de ciudadanos cubanos, a los cuales se les concede asilo
si llegan a las costas de Estados Unidos en embarcaciones precarias e ilegales pero se les niega la visa regular en la representación diplomática de la superpotencia en La Habana. Esa política sigue causando tragedias y sufrimientos injustificables; para no ir más lejos, el sábado pasado nueve cubanos murieron y otros 18 fueron rescatados con vida al naufragar su embarcación frente a las costas de Florida.
Cabe felicitarse, sin duda, de los pasos hacia la normalización en los vínculos entre ambos países y de la superación de la enemistad entre ambos, uno de los últimos rescoldos de la guerra fría en el siglo actual. Pero no debe olvidarse que la guerra económica de Washington contra la nación antillana, los atentados terroristas perpetrados por agentes de Estados Unidos en territorio cubano y otras formas de agresión imperial en contra de la isla –los ataques bacteriológicos, por ejemplo– causaron, sin justificación alguna, muerte, destrucción y dolor, y que la superpotencia le debe a Cuba una disculpa y una compensación. Sería deseable que en esta ocasión el presidente Obama fuera al menos capaz de formular la primera.