ás allá de lo anecdótico, la realización de una ceremonia en España para honrar a la Legión Cóndor alemana –con el respaldo de la Guardia Civil y la autorización del Partido Popular– tiene una significación distinta de la de un grupo de nostálgicos fascistas vitoreando al escuadrón nazi responsable del bombardeo a la localidad vasca de Gernika en abril de 1937.
En efecto, el acto organizado por la agrupación extermista Tercios de Aguilar tiene el telón de fondo de un repunte en toda Europa de grupos neonazis y fascistas, idealidades que, una vez finalizada la Segunda Guerra Mundial y, sobre todo con el avance del proyecto de integración europea, se llegó a pensar extintas o condenadas a desaparecer. Hoy, sin embargo, agrupaciones políticas de ese signo han mostrado solidez partidista y han obtenido logros importantes en la arena electoral del viejo continente, como lo demuestra el ascenso de los neonazis de Aurora Dorada en Grecia, el repunte del lepenismo francés y las victorias electorales del Partido de la Independencia del Reino Unido (UKIP, por sus siglas en inglés), encabezado por el populista de derecha Nigel Farage, euroescéptico y xenófobo.
El fenómeno tiene dos correlatos ineludibles: la crisis económica que persiste en Europa occidental y la consecuente exasperación y desencanto de los ciudadanos hacia los partidos tradicionales. Lo cierto es que, si bien ese desgaste ha propiciado el avance de formas de organización y de acción ciudadana y apartidista en Europa, también ha alimentado el repunte de grupos de ultraderecha que revisten su discurso de un leve barniz democrático y parlamentario, pero que en el fondo mantienen intactos sus componentes de hipernacionalismo –o de europeísmo a ultranza–, xenofobia y su tendencia a culpar a los extranjeros e inmigrantes sudamericanos, africanos y asiáticos de todos los males que los aquejan.
Un componente que agrava ese escenario es que, a diferencia de lo ocurrido con el auge de los fascismos europeos de la primera mitad del siglo pasado, en la actualidad esas expresiones carecen de un contrapeso político e ideológico que representaron en su momento los movimientos obreros y los sindicatos, disminuidos a su vez por los recortes económicos y la pérdida masiva de empleos ocasionados por la crisis y por las medidas de austeridad que han impuesto la mayoría de los gobiernos europeos a sus poblaciones.
Por último, cabe señalar que en el caso de España el auge de grupos como el referido tiene un particularidad histórica respecto de otras naciones de Europa: a diferencia de lo ocurrido con nazismos y fascismos nacionales en Alemania, Francia, Austria Reino Unido e Italia, en donde tales movimientos fueron derrotados y condenados a la marginalidad política, en la nación ibérica los cuadros del franquismo encontraron fácil acomodo durante la transición post franquista y lograron enquistarse en las estructuras políticas e institucionales, particularmente en el gobernante Partido Popular. Desde las posiciones que ocupan actualmente en alcaldías y parlamentos, dichos cuadros han mantenido posturas favorables al franquismo; han obstaculizado pesquisas sobre los crímenes cometidos durante la dictadura y han impedido, de ese modo, un pleno avance de ese país a la democracia.
Las ideologías fascistas y totalitarias resultan, hoy como ayer, sumamente peligrosas, en la medida en que encierran la semilla de la antidemocracia, el recorte de las libertades, la violencia, el oscurantismo y la represión. Cabe esperar que los sectores lúcidos de las sociedades europeas, particularmente de la española, rechacen y reviertan el actual renacimiento de esas posturas.