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Luca Bray: Blanco milagro blanco
El vasto panorama del arte contemporáneo en nuestro país cuenta con la presencia de numerosos artistas extranjeros que llegan para quedarse, cautivados por la riqueza de nuestra cultura, aunada a la belleza y diversidad del entorno natural. Es el caso del italiano Luca Bray (Brescia, Italia, 1971), quien, a sus veintidós años, decidió instalarse en nuestra ciudad y se ha convertido en un mexicano de corazón que, pese a estancias intermitentes en otros países, siempre regresa a su tierra de adopción..
Conocí a Luca en 1998, a través de nuestro mutuo amigo, el escultor Javier Marín. Su pintura me sedujo a primera vista por su frescura y espontaneidad, cualidades que el artista ha sabido conservar intactas a lo largo de toda su producción. Su obra es un fiel espejo de su carismática personalidad: juguetón, alegre, versátil, un incansable explorador de técnicas y formas que constituyen un lenguaje que revela un marcado sello personal.
En 1999 realizó su primera exposición individual en Casa Lamm, y actualmente se presenta su séptima muestra, intitulada Blanco milagro blanco, que es el resultado de su experiencia en Akumal, Quintana Roo, donde reside desde hace un tiempo.
Lleno Foto: cortesía Casa Lamm |
El trabajo de Luca Bray lleva la impronta de sus periplos por diversos países. Entre 2001 y 2003 se instaló en Barcelona, experiencia que se vio reflejada en su pintura en un colorido más encendido, en el que predominaban los rojos vibrantes. Después fue invitado por la galería Mundo Art a trabajar en Nueva York, donde, curiosamente, su paleta se volvió más tenue, con una tendencia hacia los grises y blancos etéreos. En 2005 el incansable viajero emprendió el vuelo a Tokio, donde se dedicó a aprender las técnicas ancestrales de la pintura japonesa, incorporándolas con soltura y precisión a su léxico plenamente contemporáneo.
La actual exposición en Casa Lamm reúne una veintena de obras recientes realizadas en Akumal, donde construyó su taller a orillas del Caribe mexicano. De ahí la inmanente presencia del mar en sus cuadros, mediante unos azules poderosos que evocan asimismo agua, aire y cielo. La naturaleza se respira en las pinturas de Luca, aun si la figuración está ausente en su totalidad. El espectador percibe la brisa del mar y la luminosidad –entre mediterránea y caribeña– inundando los lienzos. Son paisajes de la memoria que el autor despliega ante la mirada del espectador imaginativo.
En este trabajo reciente se aprecia la búsqueda por eliminar materia y texturas, reduciendo la aplicación de la pintura a su mínima expresión, como si fuesen grandes hojas de papel acuareleadas. La cocina pictórica de Bray se vuelve cada vez más compleja en su búsqueda de formas y calidades muy diversas. Su proceso creativo lo lleva a utilizar los óleos y acrílicos en forma ingeniosa y audaz: imaginemos los grandes lienzos tendidos sobre el suelo; Luca aplica la pintura en la parte posterior con el fin de que se traspase de manera azarosa. El resultado tiene que ver con los “accidentes” que surjan en el camino, como cuando la tela se adhiere al piso y, al ser despegada, la pintura crea formas inesperadas con las que el artista juega libremente en la composición. Estas pinturas recuerdan las huellas inciertas que se pueden apreciar en los muros callejeros descarapelados, como una suerte de palimpsesto que devela finas capas de luz y color.
En tiempos recientes se publicó en Soncino, la ciudad natal de Bray, un hermoso libro que reúne una excelente selección de imágenes de su trabajo realizado en Italia, México, Barcelona y Nueva York. Contiene ocho textos de diferentes especialistas y una entrevista, así como una galería de fotografías del artista en los diferentes ámbitos. A manera de travesía visual, el lector-espectador recorre el quehacer artístico de Luca Bray desde sus inicios en 1989 hasta su incursión en la Gran Manzana en 2005. Es una edición bellamente impresa y cuidada que da cuenta de la evolución de este joven artista que ha conseguido conformar una obra de carácter propio, de excelente factura, en todo momento innovadora y propositiva. “Mi mayor satisfacción es ser capaz de estimular la fantasía de alguien”, expresa Bray. Al hojear el libro y recorrer su actual exposición, se vislumbra que el artista ha conseguido su deseo: su trabajo es un goce para la mirada y un aliciente a la imaginación.
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