Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 16 de septiembre de 2007 Num: 654

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Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

El doctor Abad Gómez
IVÁN RESTREPO

Todo sobre mi padre
ESTHER ANDRADI
entrevista con HÉCTOR ABAD FACIOLINCE

En el bosque de la poesía
RICARDO VENEGAS
entrevista con JOSU LANDA

La comida en el cine latinoamericano
BETTINA BREMME

Biocombustibles: una encrucijada latinoamericana
GABRIEL COCIMANO

Tras las barras y las estrellas
AGUSTÍN ESCOBAR LEDESMA

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Columnas:
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Biocombustibles:
una encrucijada latinoamericana

Gabriel Cocimano

El inminente cambio del paradigma energético mundial se desarrolla en dos claros frentes: el ecológico y el geopolítico. Los países centrales impulsan el reemplazo del petróleo por etanol –un sustituto de la nafta que se produce a partir del maíz o la caña de azúcar– y biodiesel –que reemplaza al gasoil y cuya base son las oleaginosas– por las mismas caras razones: en primer lugar, la producción de crudo a escala mundial está en declive y, además, necesitan (en especial, Estados Unidos) reducir su dependencia de proveedores de petróleo beligerantes con su política, como Venezuela e Irán.

En efecto, alrededor de dos tercios de los países que son grandes productores de petróleo han llegado ya a su pico de producción y la escalada del precio no tiene tope ni control. En el mundo hay menos combustibles fósiles y cada vez resulta más costosa su extracción.

Por esto, parece razonable la necesidad de diversificar las fuentes de energía y hallar otras alternativas para reemplazar los combustibles tradicionales. La cuestión de fondo es la conveniencia o no de considerar como mejor alternativa a los biocombustibles –que traería aparejadas otras carencias latentes– o ensayar con recursos poco explotados –sol, aire, agua u otras tecnologías híbridas– nuevas fuentes de producción energética.

Es en Latinoamérica, región que posee abundantes reservas de recursos sustitutos de la nafta y el gasoil, donde la discusión por el futuro energético divide aguas: mientras que Estados Unidos propone el etanol –del cual es el primer productor del mundo, seguido por Brasil– como alternativa para reemplazar las naftas fósiles, en el continente otras voces sostienen que el uso de alimentos para producir dicho sustituto, en especial el maíz y la caña de azúcar, generará un aumento de precios, perjudicando a los sectores más pobres del planeta. Enrique Martínez, presidente del Instituto Nacional de Tecnología Industrial argentino, afirmó que “el principal efecto negativo es el desplazamiento de centenares de millones de hectáreas de cultivos para producir etanol”, de tal manera que los productores se dediquen a producir biocombustibles en desmedro de los alimentos, disminuyendo además la fertilidad de los suelos. La eficiencia en la conversión energética aparece, también, como un factor adverso para la masificación de estos combustibles de origen biológico.

En tanto, esos sectores productores se relamen por aprovechar esta oportunidad de desarrollar cultivos energéticos, máxime si se logra que los países desarrollados eliminen los viejos subsidios agrícolas, uno de los reclamos más solicitados por las naciones agroexportadoras durante los últimos años. A su favor argumentan que el etanol sólo se elabora utilizando el almidón de maíz, o con un derivado de la melaza –un subproducto de la caña de azúcar–, por lo que no incidiría en el agravamiento del hambre por escasez de estos productos.

COMBUSTIBLES fÓSILES: ¿UNA ADICCIÓN?

Un año atrás, el presidente George W. Bush anunció a la población norteamericana la necesidad de “acabar con la adicción al petróleo” y fomentar, a cualquier precio, las investigaciones en tecnologías alternativas: combustibles derivados de plantas y sustitutos de petróleo, tales como chips de madera, soja, girasol, tallos o pastos. La finalidad: reemplazar un alto porcentaje de las importaciones de crudo desde los países que considera “inestables” en el mundo, como la región de Medio Oriente y Venezuela.

Uno de los cultivos más investigados y aceptados para energía en eu es el pasto conocido como switch grass o “pasto aguja”: muy prolífico, no requiere de mucho nitrógeno y es considerado el de menor impacto ambiental. Pero no es económicamente competitivo, a menos que haya un subsidio sustancial para su cultivo. Una publicación titulada Which Energy? Informe sobre Energía 2006 del Institute of Science in Society , plantea el siguiente panorama: aunque todas las fincas de Estados Unidos fuesen convertidas en productoras de pasto switch grass , no producirían suficiente etanol para reemplazar el consumo actual de combustibles fósiles. Afirma, además, que el etanol cuesta bastante más que lo que se paga por él en el mercado, y que sin los subsidios estatales y federales su producción se detendría. Observa incluso que, con el subsidio a la producción del maíz y del etanol, el total de costos se traslada a los consumidores, ya que al producir maíz como materia prima para elaborar etanol, aumenta el precio del cereal para otros fines: por ejemplo, el costo de producción de carne de bovino (alimentado con maíz).

En el mismo informe, Tad Patzek, profesor de ingeniería química en la Universidad de Berkeley, sostiene que se utiliza por lo menos nueve veces más energía fósil para producir etanol de maíz en la puerta de la refinación que producir gasolina o diesel de petróleo, y predice una mayor concentración en la producción industrial de maíz en gigantescas fincas, operadas por las grandes corporaciones agrícolas, mientras que a los pequeños agricultores sólo les resta alquilarles su tierra.

En definitiva, eu promueve, a cualquier costo, la producción de sustitutos del petróleo sin limitar el ritmo de uso de estos combustibles fósiles, con el fin de mantener su actual nivel de consumo y sus propias tasas de beneficio.

Washington acordó con Brasil impulsar en la región la creación de un polo productor de biocombustibles que satisfaga su demanda interna. ¿Por qué Brasil? Se supone que la producción sobre la base de caña de azúcar –de la que éste es abundante consumidor– es más eficiente que la extraída del maíz, porque se genera de aquélla mucha más energía que la utilizada para producirla. El acuerdo implica intensificar infinitamente los cultivos, lo que afectaría el equilibrio de uno de los más ricos territorios en biodiversidad: la Amazonia. De la eterna discusión no se sustrajo ni siquiera el Vaticano, en la visita del sumo pontífice a tierras brasileñas, algunos meses atrás.

El acuerdo con Estados Unidos tiene también una lectura estratégica: Brasil ejerce en la región un indiscutido liderazgo, disputado por la Venezuela de Hugo Chávez, principal opositor –junto con Fidel Castro– de la expansión de cultivos para combustibles, en parte porque su holgada renta basada en el petróleo le permite mover ciertas piezas claves del ajedrez continental. Crear intereses encontrados en la región supone, para Estados Unidos, una apuesta mucho más sutil que la que acostumbra jugar la Casa Blanca, máxime teniendo en cuenta todos los frentes de conflicto abiertos por el mundo.

¿Un acuerdo semejante sería para Brasil renegar de su posición de liderazgo continental, en detrimento de sus aliados? Para demostrar que no le rinde pleitesía a nadie, Brasil debió enviar una clara señal de apoyo a la creación del Banco del Sur, proyecto largamente pivoteado por Argentina y Venezuela y del que sólo faltaba la bendición de Brasilia para su conformación. Aunque las desavenencias entre Lula y Chávez pueden hacer zozobrar no sólo ésta, sino cualquier otra determinación política, tan sólo por el peso específico del gigante amazónico en el continente.

HACIA UNA POLÍTICA DE PLANIFICACIÓN SOSTENIBLE

 Está admitido que los biocombustibles resultan, para el medio ambiente, más adecuados que el petróleo: son menos contaminantes –las emisiones son despreciables en comparación con las de los combustibles fósiles– y, además, son renovables . Por otra parte, puede utilizarse este tipo de combustibles como complemento y para aprovechar recursos orgánicos que serían de todos modos desperdiciados; aunque cubran un pequeño porcentaje de la producción de energía total, aportan una interesante contribución. De este modo, la utilización de restos vegetales –aserrín, paja, césped, virutas de madera, hojas de árbol– estiércol e, incluso, aguas residuales, para la obtención de alcoholes o aceites combustibles, beneficia el entorno, pues no producen un aumento neto de gases de efecto invernadero.

En la Patagonia argentina se elaboró recientemente un biodiesel producido con desperdicios de merluza, calamar, aceite de microalgas y rosa mosqueta, y fue probado como combustible en un buque pesquero. Para esta experiencia –inédita en la región– se utilizaron cinco mil litros de biodiesel (un veinte por ciento del total del combustible cargado en el barco). Se evalúa su rendimiento y, también, se proyecta la construcción de una planta de producción de aceite de microalgas patagónicas y de invernaderos en los que se cosecharán las algas destinadas a la extracción del aceite.

Pero obtener combustibles no contaminantes y renovables también tiene su lado oscuro en la utilización de los recursos naturales y humanos, y en la disparidad de beneficios políticos y económicos. En primer lugar, el modelo de agricultura a gran escala y de monocultivos perjudica el medio ambiente por su uso intensivo de agrotóxicos, y destruye la biodiversidad. En Colombia, por ejemplo, la extensión de plantaciones de palma aceitera abarca la región más rica en diversidad del país (la cuenca del Pacífico y los llanos del centro-oriente). “En silencio se ha iniciado la compra de grandes extensiones de tierra –asegura Darío Mejía, de la Organización Nacional de Indígenas de Colombia. Compañías extranjeras han llegado hasta comunidades indígenas y les hacen firmar documentos sin que ellos conozcan la realidad de los hechos [ … ] Las consecuencias de los monocultivos son de orden político y cultural: este tipo de megaproyectos aumenta la concentración de la tierra en pocas manos y modifica las costumbres de variedad de cultivos que aportan y aseguran la producción de alimentos, y que favorecen la riqueza natural de la tierra.” La zona de la cuenca del Pacífico –por ley, una reserva forestal– está atravesada por un largo conflicto entre comunidades negras e indígenas desplazadas, empresas dedicadas a cultivos agroindustriales, el Estado y milicias paramilitares ilegales.

Por otra parte, las corporaciones transnacionales “exigen el derecho de instalar decenas de empresas para la producción de alcoholes en todo el continente –sostiene Joao Pedro Stédile, dirigente del Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra ( mst ) de Brasil. eu pretende que se reconozca al etanol el status de ‘materia prima energética' no agrícola, a fin de eludir las normas impuestas por la omc para los productos agrícolas, y propone que se negocie un registro tecnológico común para el agrocombustible con el objeto de llegar a una fórmula internacionalmente reconocida”. La finalidad es “controlar el comercio mundial de la energía agrícola”. Stédile denuncia que “las empresas desean expandir el uso de semillas transgénicas de soja y maíz, asegurándose los beneficios derivados de la venta de semillas patentadas y de la venta de productos agrotóxicos para el desarrollo de la agricultura energética”.

Vale decir: la producción de biocombustibles no basada en una planificación racional y sostenible sólo contribuye a incrementar el modelo actual de desperdicio energético, sumado a otras vastas y previsibles consecuencias: escasez –y aumento– de los productos destinados a la alimentación humana, irreparables daños a los suelos y al medio ambiente, y profundización de la brecha económica entre naciones y estratos sociales.

Latinoamérica aparece como el escenario en donde se ensaya la puesta en escena de un desafío energético vital para el futuro del planeta. Allí hay varios actores que proponen decisiones tomando en cuenta sólo variables económicas y geopolíticas de corto plazo. Sin dudas, el panorama es mucho más complejo, y sería razonable considerar los efectos y consecuencias más amplias que incluyan las dinámicas del largo plazo.

Es necesario diversificar las fuentes de energía. Pero es un despropósito regional embarcarse en serie para satisfacer las demandas de los países centrales, urgidos por sus conflictos con los principales exportadores de petróleo, sin evaluar las necesidades, las urgencias, las limitaciones y las consecuencias que pueden derivarse de la utilización de los recursos propios para producir energías alternativas. Y en esto debe incidir un factor central: el pulso de las políticas locales, para diseñar con coherencia el manejo de las decisiones más trascendentes.

Los intereses están en marcha. Habrá que evaluar costos y beneficios en función no sólo de los ganadores, sino también de los afectados y perjudicados por esta apuesta.

En su novela Hombres de maíz , el escritor guatemalteco Miguel Ángel Asturias enfrentaba a aquellos hombres que rompían el ciclo de dependencia de la tierra –al explotar en forma indiscriminada el maíz para beneficio propio– con quienes lo consideraban parte de su ser, su identidad y, aun, su propia vida. Para estos “hombres de maíz”, el alimento tenía un nexo sagrado con la tierra: su cultivo estaba destinado al sustento, no al lucro económico. La pérdida de este ciclo equivalía a traicionar a la propia tierra.

Dirimir el equilibrio entre diversificar las fuentes de energía sin alterar aún más el deteriorado sistema ecológico, contemplar los beneficios económicos regionales y, a la vez, contener los precios de los alimentos en beneficio de los sectores más perjudicados –los “hombres de maíz” parece ser una jugada de alta ingeniería política en el concierto continental.


Collages de Marga Peña