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Cuando la tele sale a la calle
Reza el diccionario que artista es la: "Persona que ejercita alguna arte bella, dotada de virtud y disposición necesarias para alguna de ellas." ¿Ejercitan alguna arte bella Lupillo Rivera, Teo González o La Chupitos? ¿Serán Niurka o los Kumbia All Starz personas dotadas de virtud y disposición necesarias para las bellas artes?
La tele sale a la calle y lleva basura al mundo. Hijos dilectos suyos suelen ser diversos fenómenos gregarios que disfrazan, como muchos de los más deleznables programas de las televisoras del duopolio, su estridencia, su pésimo gusto, su verdadero afán mercantilista en presunto entretenimiento público cuando en realidad se trata de una distorsión de origen. La verdadera justificación de la mayor parte de lo que vemos en televisión abierta nacional y aquello que se traduce luego en nuestras calles en forma de ferias, festivales o carnavales no es más que una desmedida avidez de dinero. Si algo importa poco a los ejecutivos de las televisoras privadas y sus contlapaches socios feriantes es el sano entretenimiento del mexicano, y mucho menos su crecimiento intelectual. El imposible día que la estupidez colectiva deje de ser negocio, grandes hitos de la (in)cultura contemporánea van a desaparecer y allí, precisamente, muchas de las ferias "populares", las televisoras y la virgencita del Tepeyac, entre otros. La utopía liberal, vaya
¿Quiénes son dueños de las empresas que organizan estos multitudinarios fiascos? ¿Cuántos políticos de qué niveles están coludidos para otorgar licencias o hacerse de la vista gorda ante múltiples violaciones a leyes comerciales, sanitarias y ambientales? Sean carnavales soflameros, creados, publicitados por y para las televisoras y sus asociados vendedores de refrescos de cola o cervezas, de frituras y golosinas, de detergentes, o desvirtuadas ferias de pueblo que han ido perdiendo su arraigo sincrético y ancestral para terminar convertidas en orgías de sodio, alcohol y chunchacas que van de la tambora al reguetón, al ejercicio desmedido de lo vulgar como una catarsis que se sale por la tangente en una sociedad agobiada por el desempleo, el clasismo, el analfabetismo funcional y el pobre desempeño escolar generalizado, la inseguridad en las calles, la corrupción pero además cubierta con la campana de cristal de las versiones gubernamentales, las ferias y los carnavales, inmensos circos de simultáneas pistas donde de una sola sentada nos zampamos a los "artistas" de la tele y a los anunciantes que la sostienen se van repitiendo a lo largo del territorio nacional, entre una plétora de causas, porque: 1. Necesitamos mirar a otro lado, sumergirnos en una suerte de estupor colectivo para no enfrentar nuestra propia responsabilidad social en términos de corrupción (también razón suficiente para tanto ver la tele), de nuestra propia inseguridad y paradójicamente creemos estar, como algunas especies de peces y aves, más seguros de que no pasa nada cuando nos extraviamos en la enajenación tumultuaria. 2. Es más fuerte el poder de seducción malsana de la televisión que nuestra capacidad crítica; la televisión ha logrado erosionar en el mexicano la capacidad de discernimiento estético con pésimos cómicos que no hacen reír, con malos actores que no conmueven, con estrellitas de plástico cuyo quehacer artístico queda en pegar de berridos y arrimar ritmos facilones y letras francamente imbéciles a un público absoluta, tradicional y lamentablemente desapegado a las bellas artes por culpa, lo he dicho ya hasta el hartazgo del lector, en parte de toda la porquería a que la televisión tuvo a mal acostumbrarlo y en parte por la omisión o complacencia de inexistentes autoridades. Sea la horrible y estridente feria De la vida (desabrida, más bien) en Jalapa, la de San Marcos en Aguascalientes, las Fiestas de Octubre de Guadalajara (que dicho sea, alberga un mes después la esa sí prodigiosa Feria Internacional del Libro), estas ferias populares son casi en su totalidad una repetición de la mierda que ofrecen Televisa y TV Azteca, con sus contenidos insulsos, su ruido erotizado, sus machacones anuncios, su afán histérico por sacar los pesos que puedan del bolsillo de un público alienado y feliz de ser fuente de ingreso de esos embotellamientos de estulticia, auténticos delitos contra la salud que nadie persigue y pocos amargados censuramos porque, según dijo alguien de cuyo nombre prefiero no acordarme, son reflejo del sano esparcimiento de la gran familia mexicana
Arre pues.
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