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BONHOEFFER, EL CRISTIANO
Estamos a punto de celebrar la Navidad, el misterio de la Encarnación. Para celebrarla quiero reflexionar sobre ese gran teólogo y pastor protestante alemán que fue Dietrich Bonhoeffer (1906-1942).
Dietrich Bonhoeffer |
Si algo lo caracteriza no fue sólo su oposición al nazismo que lo llevó, después del atentado que intentó eliminar a Hitler en 1944, a la horca, sino los profundos vínculos que tejió entre su experiencia de la Encarnación, su resistencia y el patíbulo.
Cercano a Karl Barth, pero más radical que en su teología, Bonhoeffer pensaba que habían llegado los tiempos de vivir la experiencia de Cristo sin la necesidad de la religión. Para él –como lo testimonian los últimos escritos redactados en prisión, Cristiandad sin religión, que continúan la teología que había desarrollado en Sanctorum communio y en Habilitationsschrift–, la modernidad había fracturado la forma religiosa en que la revelación se expresaba en el mundo, por lo que ahora estábamos invitados a vivirla en el servicio al otro, rostro encarnado de Cristo. "El mundo –escribió– está ya sin Dios, y quizá por esa misma razón, está más que nunca cerca de Dios." En este sentido, lo que ya no puede decirse de Dios, y que era el decir de la religión, hay que actuarlo.
Esa fe en la acción como experiencia y decir de la encarnación de Cristo, fue precisamente lo que lo condujo al martirio, cuyo sentido etimológico es testimonio.
En 1939, después de que el régimen nazi, a causa de su oposición, le retiró sucesivamente el derecho a enseñar, predicar, publicar y escribir, Bonhoeffer entró en la clandestinidad. Preocupados, sus amigos de la Iglesia Confesante lo enviaron a eu, a la Union Theological Seminary de Nueva York. No duró mucho. A las tres semanas volvió. Sus razones están en una carta de principios de julio de ese mismo 39: "Debo vivir ese período difícil de nuestra historia nacional con el pueblo cristiano de Alemania [Ellos] enfrentarán la terrible alternativa de desear la derrota de su nación para que pueda sobrevivir la civilización cristiana o desear la victoria de su nación, destruyendo con ello nuestra civilización. Sé cuál de estas alternativas tengo que escoger."
De regreso a Berlín, su cuñado Hans von Dohnanyi, asistente del general Osten, jefe de los Servicios de Inteligencia del Tercer Reich, lo protege y lo enrola en su movimiento de resistencia –Hans, Osten y el general Canaris usaban sus puestos para encubrir sus actividades contra el régimen. En 1942, La Gestapo arresta a uno de sus miembros. Delatado, se le detiene, junto con otros, y se le encarcela en la prisión de Tegel. El movimiento, sin embargo, no quedó desmantelado. Lo que quedaba de la organización realiza el fallido atentado de junio de 1944. Acusado de conspiración, se le traslada a Flossenbürg y, al lado de Canaris, se le ejecuta el 9 de abril de 1945, dos años después de la decapitación de los muchachos de La Rosa Blanca y pocas semanas antes de la derrota del Tercer Reich.
Fiel a su experiencia de Cristo y a su teología, Bonhoeffer había decidido hablar actuando como un rebelde. Para él, Cristo estaba encarnado en cada hombre, en cada mujer, en cada niño de esa larga civilización cristiana, que las abstracciones demenciales del hitlerismo destruían sistemáticamente. Defenderlos, al precio mismo de su vida, no era sólo defender lo mejor de esa civilización; era, antes que nada, defender a Cristo mismo en hombres reales y concretos. Para él, como lo había expresado en sus profundas reflexiones teológicas, la trascendencia estaba en la "projimidad" del prójimo y no en la lejanía del discurso religioso y mucho menos en las abstracciones que, como el hitlerismo, mataban esa "projimidad" en nombre de principios nacionales.
Su acción fue un decir cuyo último acto, su captura, su juicio y su ejecución, era un testimonio de Cristo en el centro de los totalitarismos.
Hoy, en que nos disponemos a celebrar la Navidad y en que los totalitarismos han mudado su rostro por uno más atroz en su mimetismo ideológico: la globalización, ¿cuál es –de cara a Bonhoeffer–, la respuesta que, más allá de la religión, el hombre en Cristo debe dar frente al más helado de los monstruos?
Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos, derruir el Costco-cm del Casino de la Selva, esclarecer los crímenes de las asesinadas de Juárez, sacar a la Minera San Xavier del Cerro de San Pedro y liberar a los presos de Atenco.
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