as regiones y los estados nacionales, las economías con toda su cauda de contradicciones y desequilibrios, las empresas de todo tipo y tamaño, tienen que planificar o programar, según sea el caso y el gusto. No se puede andar por ahí sin carta de navegación, brújula o compás para tratar de orientarnos y no perder (tanto) el rumbo.
Los mexicanos hemos intentado repetidas veces desplegar ejercicios de imaginación buscando trazar grandes líneas, esbozos de futuro que iluminen nuestros pasos y, en lo posible, adviertan sobre peligros y acechanzas emanadas (o agazapadas) de los entornos. Prometedor fue cuando se decidió en Washington conformar un gran consenso y el capitalismo se descubrió solo y sin oponentes, frente a las demolidas murallas del comunismo a un costo elevado y alevoso que hundió aquella Jerusalén de sueño e ilusiones, y abrió la puerta para la búsqueda de caminos que dejaran atrás el socialismo, la bipolaridad. Con el mercado global, se dijo, habría bienestar sustentado en el consumo más extravagante, y se cumpliría con la gran promesa moderna: una democracia representativa universal y la promoción y defensa de los derechos humanos.
No ocurrió así. Ni la hiperglobalización propició el crecimiento económico demandado por la propia evolución de nuestra demografía ni los cambios políticos-electorales, indispensables para contar con una vida cívica, fueron suficientes para generar formas y composiciones de gobierno socialmente satisfactorias.
Y, a pesar de la necesidad de repensar seriamente nuestras trayectorias y buscar opciones estratégicas y de política, poca fue la atención y la difusión que se brindó al Plan Nacional de Desarrollo 2025-2030 (publicado en el Diario Oficial de la Federación el 15 de abril).
Documento que, dada su relevancia, debería haber convocado a amplias y plurales jornadas de discusión y participación de todos los actores y desde todos los ámbitos a pesar de que “…el diálogo y la consulta que se llevaron a cabo para analizar los problemas y proponer soluciones (contaron) con la participación de más de 50 mil personas en 57 foros de consulta en los 32 estados”.
Para hacer realidad los compromisos y consolidar las transformaciones, “… la prosperidad no puede medirse sólo en términos numéricos, sino en la calidad de vida de cada persona, la dignidad del trabajo, la equidad de género, el acceso a una vivienda adecuada y servicios públicos de calidad”; como menciona el documento, el Plan no resulta lo suficientemente explícito ni estructurado.
Además de carecer de miradas largas, de contemplar tareas difícilmente realizables debido a la carencia de recursos públicos, o de metas que no concuerdan con propósitos, es un documento difícil de leer porque se sostiene que hoy la política se hace con amor y no con odio
, lenguaje que, como lo señaló Mario Luis Fuentes en sus comentarios al Plan durante la sesión de trabajo organizada por el Seminario Universitario de la Cuestión Social, implica un desafío.
Si bien el Plan ya ha sido aprobado, es necesario seguir insistiendo, persistir en el apuntamiento de algunos temas que, en opinión de muchos, deberían ser de atención prioritaria: nuestro presente reclama una reforma del Estado que se encamine a un cambio fundamental cuyo eje maestro sea su reforma social. Una reforma centrada en la reconstrucción de tejidos y procesos sociales básicos, un reacomodo radical de las relaciones entre las esferas de la economía y la asignación de los recursos, una (re)distribución de los ingresos y la riqueza.
Entender que nunca han sido las negaciones ni las austeridades sustituto ninguno de un Estado fiscal renovado y fortalecido. Que es en la economía política de nuestras finanzas públicas donde habremos de encontrar los nudos que maniatan nuestro desarrollo al frenar la acumulación de capital, debilitar la expansión productiva y estrechar los circuitos que comunican la inversión con el empleo.
Si, como se anota en el PND, “el Proyecto de Nación del Gobierno de la Transformación tiene como eje principal el Humanismo Mexicano que, en esencia, significa ‘Por el bien de todos, primero los pobres’”, es tarea prioritaria una economía que sostenidamente crezca y se aumenten los empleos productivos y bien remunerados, también que se generen capacidades de producción y gestión de bienes públicos.
Asumir como tarea central la construcción de una economía organizada por propósitos públicos, donde puedan inscribirse dos grandes ejes: una economía mixta articulada por un programa nacional de inversiones y un Estado social, de derecho y derechos universales, sostenido en una finanza pública robusta, dinámica, flexible y transparente.
Mi apoyo y solidaridad con Héctor de Mauleón