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Rotmi Enciso, fotógrafa
S

oy Rotmi Enciso. Me puse Rotmi a los 14 años, porque mi nombre no me gusta, aunque nunca lo cambié legalmente. El legal es Rosa María Mendoza. En algún lugar escuché una canción que decía Rotney, que tenía una fuerza neutra y por eso me puse Rotmi. No falta quién me diga Rotmita, pero es diferente a Rosita, que no me gusta.

Rotmi es un elfo, un colibrí, una varita mágica, una pulga vestida, una diminuta cámara registradora de todos nuestros movimientos y todas nuestras marchas. Capta la vida de los demás y aparece en manifestaciones y mítines para proteger a los demás de las fotos que capturan los agentes de la Secretaría de Gobernación. Dondequiera que vaya, Rotmi es recibida con aplausos. Verla perderse en una multitud la convierte en festivo remolino de abrazos. Rotmi observa todo, no se impone, sólo enfoca su lente en los manifestantes como si los dibujara, los retiene en su pupila, los graba en su mente. Con razón sabe dibujar, y lo primero que hace al entrar es ver si hay libros, dibujos, grabados. Ella misma se dibuja en el aire y sus apariciones me causan gran alegría; siento como si entrara a mi vida un personaje de cuento de hadas, un ser único, una golondrina, una paleta Mimí, una hierbita que aparece en la banqueta y vence el concreto. Verla es regresar a la infancia, porque la voz de Rotmi es como la de la campana a la hora del recreo…

–Rotmi, ¿quieres un café?

–No.

–¿Un pan dulce?

–Ya desayuné.

–¿Una copa, entonces?

–Es muy temprano.

No quiero que Rotmi se vaya ni que se levante del sofá, no quiero que me diga: Ya me voy, tengo mucho trabajo, porque Rotmi es el ser más libre que conozco. Aparece o desaparece a su antojo. Nunca llama por teléfono, nunca deja su dirección y de pronto aparece llenándonos el alma de gozo, como ahora mismo en que le pregunto: Rotmi, ¿cómo te hiciste fotógrafa?

–Pues desde niña me atrajo todo lo que era imagen. Soñaba que la imagen se movía y después regresaba a mis ojos y ahí se quedaba. Así nació mi atracción por capturar imágenes y dibujar a todas horas. Dibujé desde niña, y un día encontré una cámara de foto rota que era de mi mamá y mandé reparar, y me hice dueña de una Réflex. Me convertí en la paparazzi de mi familia. Los retraté a todos en sus tareas cotidianas. Tengo dos hermanas, una, mi favorita, murió. Y quedó la otra, pero no tenemos relación. Todo el dinero que me daban lo gastaba en el revelado, que esperaba con mucha ilusión.

–¿Y tu hermana se parece a ti?

–Afortunadamente, no. Después de agotar a mi familia y retratar a cualquiera que pasara, salí a tomar amaneceres y a los perros callejeros, que siempre preferí. Yo me paraba muy temprano a jugar básquetbol, mientras mi familia dormía. Me gustaba la neblina de la calle al amanecer. Mis primeras fotos fueron del sol que se levanta

“Siempre me gustó salir a la calle a jugar con otros niños; les ganaba a las canicas, yo tenía un tiro que le hacía así y así y caía sobre la canica del contrincante. Era muy buena para tirar, tan buena que nadie quería jugar conmigo: ‘No, contigo no, tú siempre me ganas’. Regresaba a mi casa con mi calcetín lleno de canicas. Siempre jugué en la calle, aunque tenía mis tareas en la casa: hacer mandados y limpiar los dos baños, que usábamos mucho. Me gustaba mucho la escuela, y en la calle de Riobamba, en Lindavista, todos me hablaban antes de irse a sus distintos quehaceres. Hice más vida en la calle que en la casa, porque en la escuela conocí a una niña y me decidí por ella.”

–¿Ya tenías esa certeza?

–Sí, lo supe desde siempre.

–¡Rotmi, qué suerte la tuya! Yo nunca tuve claridad de nada. ¿Cómo adquiriste ésa seguridad en ti misma?

–Porque me sentí diferente y siempre me estorbó el vestido para correr, subirme a la bici, a los árboles.

Foto
▲ La fotógrafa y activista Rotmi Enciso.Foto cortesía de Elena Poniatowska

–¿Fuiste lo que los gringos llaman un tomboy y los franceses un gar ç on manqué?

–Exacto, yo fui tomboy toda mi vida, y me di cuenta de que había muchas más como yo, pero una mañana, estaba jugando con mis carritos y sentí una mirada de mucho rechazo, levanté la cabeza y mi papá, electrizado, gritó a mi madre: ¡Quiero que vayas a comprarle un vestido! Ella lo compró pero también me dio un pantalón. Yo no tenía problema y nunca lo tuve, siempre he sido una lesbiana feliz. Sentí que mi vida iba a ser diferente y que yo iba a trazar mi propio camino. Nada de lo que me ofrecían era para mí, ni el vestido, ni la muñeca, ni el moño en la cabeza.

–Pero, ¿a poco desde niña supiste que ibas a ser diferente?

–Bueno, no sabía que significaba ser lesbiana, pero sí me di cuenta muy pronto de que tenía una atracción por las niñas. A mí me llevaban con mi abuela paterna los fines de semana y abría la ventana y enfrente había otra niña, como yo, que me miraba, y las dos nos sosteníamos la mirada y para mí era algo muy dulce, me ponía roja de contenta; entonces, mi tío me tocó el hombro y dijo: ¡Ah, estás echando novio! Él se dio cuenta de que nos gustábamos. Nunca nada fue tan explícito, pero cuando crecí tuve pinta de niño.

–Rotmi, sólo eres chaparrita, como yo.

–En México hay mucha gente chiquita, pero la cuestión es que desde siempre tuve un espíritu grande. Alguien me preguntó: ¿No te sientes mal por ser como eres?, y respondí: Es que yo no me veo como tú me estás viendo.

–¿Cómo te ves tú, Rotmi?

–Pienso que tengo un espíritu muy grande porque logro todo lo que me propongo. Si no alcanzo algo, me ayudan y ya.

–¿Cómo supiste que la fotografía es tu vocación?

–Porque la convertí en mi mayor pasión y puse todo mi empeño en ella. Nunca pensé en salir a la calle sin una cámara.

–¿Quién te regaló tu primera cámara?

–Nadie. Compré una desechable y un negativo 110 chiquito, y fotografié todo lo que se me antojó. Conseguí más tarde una cámara mejor, y con esa entré a los movimientos lésbico y feminista, y me puse a fotografiar sus manifestaciones y protestas. En 1982, las lesbianas hicieron un mitin en el Parque México en apoyo a Rosario Ibarra de Piedra. Hablaron Max Mejía y Claudia Hinojosa de su sexualidad, y me sorprendieron. No era yo la única preocupada por el tema del lesbianismo. Ahí empezó mi vida de activista dentro de un movimiento colectivo. Me uní. Soy como soy y así voy a seguir. Entré a Mujeres guerreras, que abren camino y esparcen flores. Me gustó luchar a su lado, porque al compartir sus saberes, me enseñaron a defendernos.

–¿Defenderse?

–Claro, Elena, ¿en qué mundo vives? El movimiento era caótico, pero colectivo; había grupos que además de un local contaban con más dinero, pero escogí el mío por aventurero, libre, creativo, inteligente. Seguí tomando fotos a la par de mi activismo y hoy tengo un archivo completo y muy bueno. Creo que mi activismo y mi fotografía se complementan. Tomé la decisión de hacer mi vida. Muy pronto adquirí oficio de fotógrafa y también mi opción sexual.

Mi manera de tomar fotos, conservar negativos y publicar ha sido posible por mi archivo. Me mantengo lejos de los museos o de las galerías de arte, aunque a los creadores les interesa ese apoyo, pero a mí no me hace falta el currículum, la galería o el museo. No trabajo con quienes pretenden utilizarme para decir algo que distinto a lo que quise decir. ¡Ahí sí, me niego, Elena, y digo que no! Mi camino me ha llevado muy lejos y me ha hecho conocer a hombres y mujeres valiosas y libres.