Editorial
Ver día anteriorDomingo 31 de marzo de 2019Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Vacunarse contra los antivacunas
L

a reaparición en redes sociales de tendencias que alertan contra los supuestos riesgos que implica vacunar a los niños –con el argumento de que las vacunas contienen químicos dañinos para el organismo– inquieta, y con razón, a las autoridades de Salud y engrosa el crecido número de mitos, falacias y fake news que circulan vía Internet.

Desde hace varias décadas ha habido grupos y personas que, por razones religiosas, por desinformación, por alguna teoría conspirativa o por temor a las reacciones secundarias, se han negado a vacunar a sus niños. Pero el fenómeno de los antivacunas aparece de manera periódica cada vez que en los medios de comunicación se hace alusión a las campañas relacionadas con el Esquema Nacional de Vacunación. Esto resulta preocupante porque la aplicación o no de determinadas vacunas no es una elección individual, sino un asunto de salud colectiva, y cuanta más gente decida desatender los protocolos de ese esquema, más descenderá la inmunización de grupo y mayores serán los riesgos de una epidemia.

Conviene echar un vistazo al episodio que potenció la actividad de los antivacunas, así como al carácter fraudulento del mismo. Hace poco más de 20 años un cirujano canadiense llamado Andrew Wakefield publicó en la prestigiosa revista médica The Lancet, un estudio donde aseguraba que la vacuna triple viral (SRP), contra el sarampión, paperas y rubeola, aumentaba seriamente las posibilidades de padecer autismo. Investigaciones posteriores demostraron que los datos de Wakefield eran inexactos, las cifras de su estudio estaban maquilladas y su trabajo recibía financiamiento de empresas encargadas de desarrollar vacunas alternativas. La investigación cayó en el descrédito, el Consejo General Médico británico tildó a su autor de deshonesto e irresponsable y éste perdió la licencia y el permiso para ejercer la medicina en el Reino Unido. (Actualmente vive y ejerce en la ciudad estadunidense de Texas, donde el movimiento antivacunas cuenta con buen número de adeptos).

El mal, sin embargo, ya estaba hecho. Tanto y tan rápidamente se había difundido el estudio, que para cuando su falta de seriedad fue un hecho probado –en 2010– el porcentaje de niños vacunados había bajado significativamente en varios países (Italia, Francia, Estados Unidos y en el propio Reino Unido, entre otros).

En México, la Secretaría de Salud informa haber disminuido su volumen de inmunización, aunque esta deficiencia se atribuye a dos factores que nada tienen que ver con los antivacunas”: desabasto de medicamentos y fallas en el funcionamiento del Programa Nacional de Vacunación.

Con todo, es preciso no dar crédito a las eventuales incursiones de los antivacunas en las redes y a sus insensatas premisas que tratan de desnaturalizar la medida preventiva que más ha contribuido a reducir la mortalidad de la población en todo el mundo.