a tensión bélica entre India y Pakistán no ha dejado de incrementarse desde el pasado 14 de febrero, cuando un comando del grupo terrorista Jaish-e-Mohammad (el ejército de Mahoma), con bases en el segundo de esos países, asesinó a más de 40 soldados indios en la localidad de Pulwama, en la porción de Cachemira que se encuentra en poder de Nueva Delhi. En respuesta a ese ataque, la aviación india bombardeó el martes pasado campos de entrenamiento de esa organización en territorio de Pakistán. Ayer, ambas naciones reivindicaron el derribo de aviones de combate del bando contrario tras sendas incursiones aéreas en sus respectivos territorios. El Ministerio de Defensa de Islamabad difundió horas más tarde la foto de un piloto enemigo capturado.
La dimensión de las acciones bélicas referidas no tiene precedente desde la guerra indo-paquistaní librada en 1971, y podría prefigurar una confrontación en mayor escala entre ambos países asiáticos. Cabe recordar que desde su independencia del imperio británico, en 1947, Pakistán y la India han protagonizado tres mortíferas guerras motivadas principalmente por el control de Cachemira, una región habitada mayoritariamente por musulmanes, situada en la frontera que ambos comparten con China y hoy dividida en tres partes, cada una bajo control de los estados referidos.
Islamabad y Nueva Delhi volvieron a enfrentarse en 1965 y en 1971, además, en las décadas siguientes ambos desarrollaron programas nucleares que los dotaron de sendos arsenales atómicos. Los peligros potenciales de la rivalidad se multiplican si se tiene en cuenta que Pakistán ha contado desde siempre con el activo respaldo de Estados Unidos y de China, en tanto que India ha recibido el apoyo de la Unión Soviética, primero, y de Rusia, posteriormente, por lo que una nueva conflagración entre ambas naciones asiáticas podría llevar a una internacionalización de consecuencias impredecibles, pero necesariamente desastrosas.
Tal situación da cuenta de la peligrosidad de cualquier escalada bélica entre esos dos países y la imperiosa necesidad de que la comunidad internacional, empezando por los integrantes permanentes del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas –China, Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña y Rusia– se involucren en una ofensiva diplomática de mantenimiento de la paz, así se trate de una precaria, como la actual, pero que es desde luego preferible a una guerra entre países armados con bombas atómicas.