os indicadores que colocan a Jair Bolsonaro como probable ganador en la primera vuelta de las elecciones que se realizan hoy en Brasil no representan una buena noticia para la democracia, pero no se puede decir que sean inesperados. Sin desconocer las características propias de la sociedad y del proceso comicial brasileño, los casi 147 millones de votantes que componen el padrón electoral de ese país afrontan una disyuntiva que va haciéndose común en América Latina: relegir un modelo que propone una mejor redistribución de la riqueza, pero al que los grandes medios masivos de comunicación acusan sistemáticamente de fomentar prácticas administrativas corruptas o hacerse eco de vagas promesas de cambio que no tienen más sustento que la propaganda intensiva y un ampuloso discurso vacío de propuestas.
El candidato del Partido Social Liberal (PSL) ha sabido sacar partido de un lenguaje lleno de lugares comunes (todos seremos felices
, debemos izar las banderas de la moralidad
, si ustedes están aquí es porque, igual que yo, creen en Brasil
) y una constante victimización (soy el patito feo de esta historia
, soy una molestia para el orden establecido
). Pero también ha sido ayudado por la tenaz campaña –con la cual él colaboró activamente– orientada a fraccionar y debilitar al Partido de los Trabajadores (PT), cuyo candidato natural
era Lula da Silva, a quien un turbio proceso judicial inhabilitó para contender en estos comicios. La elección, por parte del propio Lula, del filósofo y abogado Fernando Haddad para sustituirlo en la candidatura desalentó a muchos petistas, no porque el ex alcalde de São Paulo fuera un mal candidato en sí, sino porque su bajo perfil y reducido carisma está lejos de provocar los entusiasmos que en su momento desataron Lula y su sucesora Dilma Rousseff, quienes mantenían a los militantes de su partido en un estado de virtual movilización durante todos los procesos electorales, lo que les permitía sumar adeptos de principio a fin de los mismos.
Uno de los caballitos de batalla de Bolso-naro es la mano dura
para combatir la criminalidad, método que parece seducir a las clases medias latinoamericanas, aunque ha probado su ineficacia cada vez que ha sido aplicado. Iniciativas como incorporar a militares activos en su aparato de gobierno, incrementar los cuerpos de seguridad y hasta permitir que los ciudadanos porten armas para que hagan frente a la delincuencia son bien recibidos por al menos una parte considerable del electorado, que no cree que ese fenómeno desaparezca mediante políticas sociales y está convencido de que sólo puede ser erradicado por vía de la represión.
Lo cierto es que la última encuesta realizada por CNT/CMDA (la Comisión Federal de Transportes de Brasil, sumada a un instituto de investigaciones) indica que el apoyo al ex militar creció de 28.2 a 36.7 por ciento en días recientes, cifras que contrastan con las de Haddad, quien según esa misma fuente habría descendido de 25.2 a 24 por ciento.
En caso de que ninguno de los candidatos obtenga más de 50 por ciento de los votos habrá una segunda vuelta el 28 de este mes, lo que implicaría un reacomodo de las distintas corrientes políticas, con el consabido juego de alianzas, apoyos condicionados e incertidumbre sobre el desenlace.