ue rico y sugerente el debate sobre el décimo aniversario de la Gran Recesión en el onceno Diálogo por un México social, auspiciado por el Programa Universitario de Estudios del Desarrollo (PUED) del 25 al 27 de septiembre. Los orígenes y consecuencias de tal crisis se discutieron desde cinco ángulos: el nacional, el latinoamericano, el de Norteamérica y el global. El debate concluyó en una sexta mesa, que se ocupó de otear al futuro, tanto inmediato como algo más allá. Presenté aquí, hace dos semanas, una síntesis de la visión ofrecida sobre algunos de los saldos económicos de la crisis.
Me refiero ahora a una cuestión que recorrió las seis mesas: qué se ha aprendido sobre las causas de la crisis y cómo lo aprendido ayudará a evitar que se tropiece de nuevo en la misma piedra. Abrió esta discusión Rolando Cordera al recordar que Isabel II preguntó célebremente por qué los economistas no habían advertido con oportunidad que tal catástrofe estaba por ocurrir. Conocer las causas de la crisis es indispensable para trazar las políticas y acciones que impidan su repetición. Los ciclos económicos, inherentes al capitalismo, pueden modularse en su gravedad, amplitud y frecuencia mediante la regulación adecuada y oportuna del accionar de los agentes económicos en los mercados.
Hay consenso sobre la causa mayor de la Gran Recesión: el predominio de un capitalismo financiero desregulado cuya codicia no reconoció límite alguno –las hipotecas basura fueron su instrumento emblemático, pero no el único ni el de mayor importancia. Las instituciones financieras ocupan la primera línea de responsabilidad, junto con las calificadoras de crédito y las autoridades reguladoras mismas. Tras las acciones de emergencia, centradas en el rescate de los bancos y la austeridad, se establecieron o restablecieron –al menos en algunos países avanzados– medidas de regulación bancaria y financiera. La principal lección de la crisis fue que los cada vez más complejos sistemas financieros trasnacionales no se autorregulan, sino que estimulan formas depredadoras de especulación, en la confianza de que se apropiarán de las ganancias y serán rescatados de posibles pérdidas catastróficas.
Lamentablemente esta lección no tardó en ser olvidada. Las regulaciones que se establecieron en respuesta a la crisis fueron tímidas e insuficientes. Fueron objetadas por los sujetos regulados, que pusieron en juego el poderío financiero y político de que disponen para, primero, limitar lo más posible su contenido y alcance y, poco después, conseguir su paulatino abandono. Como ha señalado John Lanchester, una forma de describir los sistemas financieros modernos es señalar que son mecanismos que permiten a personas muy calificadas, muy bien pagadas y muy motivadas dedicar todo su tiempo a imaginar formas de burlar las regulaciones. La complejidad [de los sistemas] trabaja en su favor. Respecto de si las regulaciones harán más seguro al sistema financiero, la respuesta es que, en realidad, no se sabe. Como ha sugerido el historiador financiero David Marsh, la única manera de someter a prueba una barrera contra incendios es con un incendio
. (London Review of Books, 5/7/18.)
Diversos analistas se resistieron a dar por concluida la Gran Recesión en tanto no se recuperasen los números más significativos del mercado de trabajo: el nivel del empleo y el salario de los trabajadores. A mediados del presente año, por primera vez desde su inicio..., en el área de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) tiene trabajo un mayor número de personas que antes de la crisis. Las tasas de desocupación están por debajo de las cotas antecrisis o muy cerca de ellas en casi todos los países
.
Empero, el aumento de los salarios sigue ausente. En los países de la OCDE el alza de los salarios sigue siendo más débil que antes de la crisis: apenas la mitad lo que había sido justo antes de la Gran Recesión. “Para niveles de desempleo comparables […] el aumento de los salarios reales está muy alejado de las tendencias antecrisis”.
¿Y en el mundo en desarrollo? Para las economías emergentes, cuyas tasas de desempleo aumentaron en forma significativa entre 2014 y 2017, en 2018 existe la expectativa de una caída mínima –de 5.6 por ciento a 5.5 por ciento– con aumento de 1.6 millones de ocupados en el bienio 2018-19, de acuerdo con la Organización Internacional del Trabajo (OIT). En cambio, en los países en desarrollo la tasa de desocupación se mantendrá elevada en esos años, con aumento de un millón de desocupados.
La OIT estima el total de desocupados en 192 millones: ‘Desempleolandia’, se ha dicho, sería el séptimo país más poblado del mundo. Esta población se mantendrá estable en 2018 y aumentará en 1.3 millones el año siguiente. Es claro entonces que la recuperación del empleo y los salarios es asunto en gran medida pendiente en este final de la Gran Recesión.