los señalamientos por violencia de género y acoso sexual, a las acusaciones en el sentido de que su equipo de campaña se coordinó con empresarios y funcionarios rusos para influir en el ánimo de los votantes en la elección de 2016 y a las sospechas de obstrucción de la justicia, al presidente de Estados Unidos, Donald Trump, se le suma ahora el indicio de una multimillonaria evasión fiscal: según una investigación publicada el martes pasado por The New York Times, el actual mandatario recibió de su padre el equivalente a 413 millones de dólares por medio de mecanismos de evasión, como la creación de empresas fantasma, y heredó una fortuna que ascendía a más de mil millones sin pagar los impuestos correspondientes a regalos y herencias, que habrían sumado más de 550 millones. De acuerdo con el rotativo neoyorquino, Trump ayudó a sus padres a subestimar de manera indebida el valor de bienes inmobiliarios en las declaraciones fiscales, con lo cual se redujeron sus obligaciones fiscales al momento de heredarlos.
Ayer, el servicio de impuestos del estado de Nueva York anunció que había iniciado una averiguación al respecto, lo que agrega una pesquisa más al catálogo de investigaciones que enfrenta el presidente: una en el Senado, otra en la Cámara de Representantes, una tercera por parte de la Oficina Federal de Investigaciones (FBI, por sus siglas en inglés) referidas a la trama rusa y una más por presunta obstrucción de la justicia.
Lo más llamativo del caso no es el descubrimiento de esta nueva faceta en una personalidad inescrupulosa e inmoral, como la que sectores mayoritarios le atribuyen al mandatario estadunidense, sino el hecho de que un individuo tan problemático y contradictorio haya sido capaz de eludir toda fiscalización posible –la pública, la legal y la fiscal– en su camino a la Casa Blanca. Es cierto que en su discurso electoral Trump presentó como virtudes varias de sus miserias: el racismo, la xenofobia, la misoginia, el desmesurado pragmatismo, la falta de entendimiento de los problemas mundiales, la altanería y la pobreza conceptual e idiomática; pero, con todo, se dibujó a sí mismo como un ciudadano respetuoso de la legalidad.
Ese último punto resultó severamente debilitado desde que surgieron los primeros indicios de la connivencia entre colaboradores cercanísimos del ahora presidente y ciudadanos rusos que trascendió con mucho el ámbito de los negocios y que pudo interferir con el desarrollo normal de los comicios presidenciales del año antepasado, lo que sería, en caso de comprobarse, causal de varios delitos, además de un rotundo desmentido al supuesto ánimo nacionalista y hasta patriotero del potentado neoyorquino. Para colmo, hoy brotan en el escenario político datos indicativos de otra violación grave a la ley que habría estado en el origen mismo de la fortuna de Trump: la evasión fiscal.
Es sorprendente, en suma, que los aspectos impresentables de la personalidad de Trump no hayan sido obstáculo para su carrera a la Presidencia y, de comprobarse la defraudación impositiva, que los mecanismos institucionales de vigilancia no la hubieran detectado. Más allá de que esta nueva revelación ahonde la vulnerabilidad judicial y política del propio magnate, el recuento de su trayecto al poder económico y político deja muy mal parados al sistema de justicia y al régimen democrático de Estados Unidos.