arry Kudlow, el principal asesor económico del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, responsabilizó a los aliados y socios de ese país –China, Europa, Canadá, México– por los confictos comerciales que ha generado el gobierno del propio Trump, y dijo que las medidas proteccionistas recientemente impuestas por la Casa Blanca son una reacción a décadas de abuso
de las contrapartes comerciales de Washington, aunque reconoció que la economía estadunidense terminará por verse afectada a raíz de esos diferendos.
Cabe recordar que la semana pasada, el secretario de Comercio de la superpotencia, Wilbur Ross, anunció la adopción de aranceles a las importaciones de acero y aluminio procedentes de Canadá, México y la Unión Europea, así como impues-tos a buena parte de las exportaciones chinas a Estados Unidos y que, en respuesta, esas naciones establecieron de inmediato tarifas de importación compensatorias a diversos productos estadunidenses.
Si se considera esta situación de contexto, es claro que Trump llegará en una condición de aislamiento sin precedente a la cumbre que el viernes próximo reunirá en Quebec a los gobernantes de siete de las mayores economías del mundo (G-7). De los integrantes de ese encuentro, sólo el Reino Unido ha quedado fuera de las disposiciones proteccionistas de Washington, en tanto que los restantes están incluidos en ellas, como Japón (afectado por las tarifas estadunidenses desde marzo pasado) y Francia, Alemania e Italia, golpeados por los aranceles por formar parte de la Unión Europea.
Aunque todo parece indicar que el gobernante republicano pretende conseguir un brusco reacomodo general en las relaciones políticas, estratégicas y comerciales de Estados Unidos con sus principales socios y aliados, y obtener de ellos el máximo posible de concesiones, nada garantiza que logre tal propósito, particularmente porque su ofensiva se desarrolla no en el ámbito de las relaciones bilaterales con cada uno de ellos, sino como una confrontación contra bloques establecidos. En tal circunstancia, la hostilidad puede resultar contraproducente y dañar de manera severa los lazos de Washington con los estados de Europa occidental, por una parte, y minar el bloque de América del Norte, cuyo eje articulador principal y fundacional es el Tratado de Libre Comercio (TLCAN) que agrupa a Canadá, Estados Unidos y México.
No hay semana en la que el actual huésped de la Casa Blanca no se refiera en términos negativos a ese instrumento comercial. En días pasados, Trump se manifestó abiertamente por su liquidación y por sustituirlo con acuerdos bilaterales entre Washington y sus dos vecinos. Aun si ese propósito se interpretara como una medida de presión para obtener la aceptación de Canadá y México a las injustas exigencias comerciales estadunidenses, la renegociación en curso del tratado está tan distorsionada por los caprichos del magnate neoyorquino que los otros firmantes del TLCAN harían bien en introducir un compás de espera a la redacción de nuevos términos para el intercambio regional.
En el caso de México, es evidente que el país dista mucho de encontrarse en una buena posición para negociar, no sólo por las aplastantes asimetrías económicas, sino por el momento político interno, con un gobierno que va de salida y la expectativa de una elección que podría desembocar en una reorientación económica del país. Por añadidura, los elementos de juicio disponibles indican que la embestida trumpiana contra todos no podrá sostenerse mucho tiempo más y que pronto la economía del país vecino empezará a experimentar sus efectos adversos.