omo muchos candidatos priístas, el actual gobernador de Aguascalientes firmó ante notario una serie de compromisos antes de asumir su cargo; a unos meses de que Carlos Lozano de la Torre entregue el poder, ya se puede ir realizando la evaluación de cuáles cumplió y en qué materias quedó a deber a lo largo de sus seis años de gobierno.

La tarea no será sencilla, pues muchos de esos compromisos son promesas vagas (propiciar un gobierno que no sea de cuotas ni de cuates) y se puede comprobar fácilmente que al menos existió la intención, mientras otros más concretos (asignar a jóvenes y mujeres la mitad de los puestos de dirección y ejecutivos en la administración pública del estado) serán minimizados para exaltar grandes logros, entre ellos los primeros lugares que ocupa Aguascalientes en generación de empleos y una tasa de desocupación abierta constantemente a la baja; ya nos dirán que en la evaluación del desempeño, siguiendo la línea del gobierno federal, lo que debe contar es lo bueno.

Ante la proximidad de su último informe de gobierno, la maquinaria de difusión ya se apresta a resaltar las grandes obras, en especial aquellas ligadas a las promesas que hizo Enrique Peña Nieto en campaña: continuar la construcción del Centro de Exposiciones; construir el tramo ferroviario Aguascalientes-Guadalajara, y concluir y equipar el hospital Hidalgo. De las tres, sólo el Centro de Exposiciones está terminado; el proyecto ferroviario está abandonado y el hospital, a pesar de las promesas, no podrá ser entregado.

Como ocurre con todo gobernante al final de su periodo, comienza a quedarse solo; hasta sus más allegados se rinden ante la evidencia de que no podrá cumplir todo lo que prometió; sus funcionarios confiesan y justifican fallas ante los reporteros y, desleales, alzan los hombros. El rey ha muerto, viva el rey, es la actitud de un gabinete en desbandada, la imagen de un gobernante dejado a su suerte ante el inevitable juicio de la sociedad.

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