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Ritos de iniciación (I DE II)
Con La niña en la piedra, producción que data ya de hace dos años y que sólo había sido exhibida en festivales, Maryse Sistach y José Buil concluyen la trilogía comenzada con Perfume de violetas (nadie te oye) (2000), también dirigida por Sistach, y proseguida con Manos libres (2003), cuya dirección estuvo a cargo de Buil. Las incongruencias de un mercado cinematográfico tan distorsionado como es el mexicano permiten que éste, el sexto largometraje de la antropóloga social y cineasta mexicana Sistach, se estrene comercialmente cuando ya está haciendo cola su séptima película de largo aliento, titulada El brasier de Emma (2007).
Buena parte de las virtudes técnicas y formales apreciables en Perfume… están presentes en La niña…, entre las que destacan un ritmo preciso y sostenido gracias a la edición (Buil), así como una dirección de actores en la que Sistach está creando verdadera escuela. Recuérdese que para Perfume…, este binomio, con la colaboración entusiasta de Arcelia Ramírez, formó un taller de actuación en el que han participado
o del que han emergido Ximena Ayala, Nancy Gutiérrez, Gabino Rodríguez y otros, a quienes se suma Sofía Espinosa, protagonista tanto de La niña… como de El brasier…
ENTRE EL SÍMBOLO Y LA TRAMA
Un primer golpe de vista puede hacer que parezca gratuito el recurso inicial de la trama, consistente en hacer que Gabino –un labriego y estudiante de secundaria con aires de timidez y de torpeza– y su padre –Silverio Palacios, extraordinario– encuentren, a media parcela, un vestigio prehispánico del que resulta preferible deshacerse por miedo a que el hallazgo los prive de sus tierras, que por esa causa podrían ser expropiadas. Aunque pobre de verbo, Gabino se rehúsa a desaparecer aquel resto de su propia cultura alegando precisamente que se trata de un vestigio de sus antepasados. El padre, más pragmático, se impone y el monolito que representa
a Nuestra Señora del Maíz va a dar al fondo de las aguas estancadas y pestilentes de una poza cercana.
Todo lo que sucede después, en efecto, podía prescindir de la carga simbólica que implica tener, ya de entrada, un referente antropológico de tales magnitud y naturaleza. Si así se hubiera hecho, la línea argumental básica no sufriría menoscabos de importancia, pero se estaría privando a la película de un ensanchamiento del campo semántico en el cual, gracias precisamente a la aparición del monolito, se encuadran los acontecimientos por venir.
Para entender mejor lo antedicho deben precisarse algunos aspectos, teniendo siempre en cuenta que este filme es la última parte de una trilogía. En primera instancia, el sitio donde se desarrolla la trama. Al igual que Perfume…, los protagonistas de La niña… son adolescentes que cursan la secundaria pero, a diferencia de aquélla, que se desarrolla en unos muy lumpenizados barrios del sur de Ciudad de México, ésta tiene lugar en un pequeño poblado del estado de Morelos, cercano al Tepozteco.
En lo relativo de esa lejanía/cercanía con la megalópolis defeña consiste mucho de las causas de aquello que se atestigua: la influencia de la capital –o de la vida “moderna”, si se quiere– en el pueblo es vivida más como contaminación que como una perspectiva venturosa de mejoras, y así se patentiza tanto en los diálogos como en el perfil de ciertos personajes cuya actitud es censurada por los pobladores de más edad. La ostentación material, el consumo de alcohol y otras drogas, eso que los lugareños consideran relajación de las conductas sexuales… en oposición a la búsqueda por conservar las costumbres y, más que nada, el estilo y el ritmo de vida en el pueblo, entregado a sus actividades cotidianas, satisfecho con la certeza de que ayer se hizo lo mismo que hoy y que hoy se hace lo que se hará mañana. En ese contexto, el monolito hallado representa una sólida posibilidad –que algunos desean de manera manifiesta– de que “llegue dinero a este pueblo”, y es una paradoja interesante que, representando inevitablemente al pasado, en él consista al mismo tiempo la única promesa de futuro. Nuestra Señora del Maíz, emergida en una tierra que es y que ya no es la misma, en un pueblo que irremediablemente va perdiendo rasgos y adquiriendo otros que todavía le resultan ajenos, es vista al mismo tiempo como objeto venerable, como amenaza, como fuente de beneficios materiales…; en última instancia y azarosamente, será también la salvación de Mati, la protagonista, cuando ésta corra una suerte similar a la de aquélla.
(Continuará) |