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Angélica Abelleyra
Ximena Cuevas: de artificios e ilusión
Lo suyo es la imagen en movimiento. Ésa que mediante el video le permite a Ximena Cuevas (df, 1963) fascinarse por los secretos y el artificio, ironizar con los iconos de la cultura popular, retratar emociones fabricadas, criticar con humor la descomposición política mexicana, sucumbir en abismos personales y también evadir plena y conscientemente la realidad social a partir de la música de los Monkies y también de José José y los Dandys.
Su nexo con la imagen fue natural. Se recuerda parada de puntitas, viendo los dibujos de su padre, José Luis Cuevas, desperdigados en la mesa de trabajo. Era testigo sorprendida de esa hoja en blanco que se iba poblando de personajes que de repente adquirían vida, sobre todo cuando ella y él colocaban los dibujos en el doblez del brazo o en una mano, otorgándoles movimiento y un tipo de animación que hizo de Ximena una artista proclive a romper realidades, a concebir la vida en movimiento y recrearla en imágenes.
A los trece años, viviendo en París y con un entusiasmo creciente por las comedias musicales –la posibilidad de lo imposible– su convicción fue que el cine sería el camino. Y, en efecto, lo empezó a experimentar de cerca cuando en el verano de 1979 comenzó a trabajar en la Cineteca Nacional "reparando" películas o, para decirlo mejor, recortando las escenas que a las autoridades en la época de Margarita López Portillo les parecían dignas de censura. Tras esa labor de total aprendizaje, fue a Nueva York a estudiar cine, pero su formación completa se dio al retornar a México dentro del sindicato de trabajadores de Churubusco donde se desarrolló en el área de continuidad.
Contemporánea de esa generación de cineastas en la cúspide –Alfonso Cuarón, Guillermo del Toro y otros–, se recuerda en equipos de trabajo en donde ella hablaba con los de utilería para saber de lo ficticio de una piedrota mientras sus compañeros hablaban "de cosas importantes" con el productor. "Era como una boba con unas ganas locas de la ilusión."
Pero pasaron diez años y Ximena se advirtió sin talento para la lambisconería. Justo por haber nacido en una familia de privilegio, nunca usó esa condición y desistió de la idea de llegar a los cuarenta años con el proyecto improbable de una película. Compró una video casera que tomó como su cuaderno de apuntes, y de entonces a la fecha es su medio que ha recorrido escenarios de Nueva York, Berlín, Montreal y Sao Paulo con piezas como Antes de la televisión (1983), Las tres muertes de Lupe (1984), Corazón sangrante (video performance sobre Astrid Hadad, 1993), Medias mentiras (1995), Diablo en la piel (1998) y Almas gemelas (1999), entre otras. Su más reciente trabajo, Si la bomba cae, si el muro se acaba (en Laboratorio de Arte Alameda) es su propuesta para evadir la realidad mediante la música: un pasadizo decorado a la manera de Vasarely, con sofás y confort para la proyección de videos piratas de los años setenta de Michael Jackson (todavía afro y con piel colorida), los Monkies y demás. No sólo le emociona la idea de evadirse gracias a videos setenteros, sino que esa instalación se ubique en un espacio tan proclive a públicos populares como ése que baja de la estación Hidalgo del metro y recorre las áreas de la Alameda Central.
Tanto esos públicos como la piratería le importan. El comercio de mercancía ilegal lo observa como una resistencia ante una economía que no funciona para muchos sectores de la sociedad mexicana. Además, en el país tan desigual que vivimos, considera que este fenómeno es el único acceso a la cultura para la mayoría.
Por lo pronto, a la espera de la edición completa de su trabajo por parte de la distribuidora Video data Bank (Chicago), se observa más oscura y con menos escapatorias que hace años con una obra burlona e irónica. Y si bien el video le interesa cada vez menos ante su boom y comercialización, quizás le retome el gusto al recrear películas caseras de La Lagunilla y otros mercados de pulgas con los que reflexionará sobre la pérdida del individuo.
Ajena a grupos y prebendas, mientras reniega del arte contemporáneo tan comercializado como poco propositivo, dice que sigue postrándose ante una línea de Delacroix, la luz de Rembrandt o una película de Buster Keaton. Y cuando alguien le pregunta "¿cómo te sientes, hoy?", acomoda el sombrero que le resguarda las ideas y también las emociones, y sonríe con orgullo, porque asume que si algo ha hecho es un trabajo genuino y fuera de las modas.
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