Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 18 de febrero de 2007 Num: 624


Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Borges desde los ojos
de María

HAROLD ALVARADO TENORIO
Entrevista con MARÍA KODAMA

Latinoamérica y la conjetura de Unamuno
GABRIEL COCIMANO

Otro sueño
JOAQUÍN MAROF

Pinochet: dictadura
y amnesia

GUSTAVO OGARRIO

Jhumpa Lahiri
ADRIANA SANDOVAL

Leer

Columnas:
Mujeres Insumisas
ANGÉLICA ABELLEYRA

Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

Cabezalcubo
JORGE MOCH

Artes Visuales
GERMAINE GÓMEZ HARO

A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR


Directorio
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Jorge Moch
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Las nuevas criaturas de Craig McCracken

Cada que aborda el género, este aporreateclas padece reconcomios por no poder hablar de autorías mexicanas o iberoamericanas que no sean marginales, pero habrá de reconocer, aunque ello valga morderse las uñas y mirarse uno la punta del huarache, masticando resignaciones, que al otro lado de la Barda Imperial sí hay voluntad para estas lides. Y visión, apoyo a la creatividad y ganas de convertir una expresión infantil pero artística, como puede decirse de algunos monitos, en negocio que justifique su permanencia en la olvidadiza televisión. En 2004 la cadena estadunidense Cartoon Network lanzó por primera vez una animación un tanto extraña, para niños pero dotada de rasgos humorísticos no precisamente pueriles y sí con tintes de humor negro, como Los Simpson o American Dad aunque sin llegar a los extremos explícitamente adultos de, digamos, Southpark. Se llama Foster´s Home for Imaginary Friends (Mansión Foster para Amigos Imaginarios), y para quien no la conoce, el primer atractivo es su tratamiento estético, que aunque tradicional, en dos dimensiones, está bien logrado y cacha el ojo. El entorno se concentra en vistas generales de una casona y abundantes "tomas" interiores. La apuesta estilística rezuma por todos lados, y no es casualidad, puesto que su creador admite inspirarse en su admiración sesentera por los Beatles, que recuerda añejas caricaturas de notable influencia postbeatnick, como aquella en que el Pato Lucas se enfrenta al temible pistolero del Viejo Oeste, Canasta, o los episodios parisinos del zorrillo eternamente enamorado del gato negro rayado accidentalmente con pintura blanca, o la original y psicodélica Pantera Rosa de Friz Freleng, esto es, estructuras ambientales –árboles, barandales, capiteles, patas de mesa, pantorrillas ábsides o arquivoltas– estiradas hasta una delgadez imposible, con adornos atisuados, sutilmente sugeridos al rematar tales estructuras –pararrayos, antenas, veletas, sombreros. Un atractivo más es el cuidadoso trabajo de los coloristas, con miras a conseguir un equilibrio estilístico completo que sin duda la pista musical redondea con tino (las melodías incidentales recuerdan el Magical Mistery Tour del cuarteto de Liverpool). Pero lo mejor, cual debe, es la combinación de contexto y personajes. La mansión es propiedad de una minúscula octogenaria, Madame Foster, quien acoge en su casa, convertida en refugio y santuario, a los amigos imaginarios que los niños del mundo, por la razón que sea, ya no quieren consigo, de modo que permanecerán en la mansión hasta que se les consiga una nueva familia, esta vez adoptiva, entre aquellas personas que carecen de imaginación pero tienen ganas de convivir con una criatura diferente, la más de las veces sin importar qué tan disparatada sea su naturaleza o qué tan irritantes puedan llegar a ser sus cotidianos hábitos y necesidades. Entre los principales personajes se destacan la dueña y su conejo imaginario, convertido con los años en severo regente de la mansión, flemático, extremadamente puntilloso como si lo hubiera inventado Alberto Manguel; Mac, un chamaco de diez años creador de Bloo, un ser azul, amorfo como un desodorante de bolita, extremadamente creativo, comodón y ególatra, Wildo (contracción del inglés will do, haré, aceptaré), larguirucho personaje rojo, manco, experto en deportes que cede a todo lo que se le pida, incapaz de decir no a nadie, por lo que suele sobrar quien se aproveche de él; Coco, una voluntariosa quimera parte avión, parte avestruz, parte palmera que pone huevos mágicos cuando se pone nerviosa y pueden contener lo mismo burbujas que chatarra; Eduardo, ogro extranjero, posiblemente latino, terriblemente miedoso y cortés y Frankie, la nieta veinteañera de Madame Foster, quien es el ama de llaves y pelea continuamente con su jefe el conejo. Es curioso que Mansión Foster... sea creación del mismo animador, Craig McCracken (Frankie está inspirada en su mujer y coguionista, Lauren Faust), que inventó personajes tan violentos y exentos de didáctica, por definirlas generosamente, como las Chicas Superpoderosas (Power Puff Girls) que no por exitosas son precisamente una influencia positiva en los niños.

Una impresión, o mensaje, deja al final de cada capítulo la cambiante, siempre extraña fauna de la casona y se trata de una virtud urgente, tan cara a una sociedad racista y segregacionista como la gringa (y la occidental toda): tolerancia. Y sólo por eso vale la pena echarle un ojo.