El hombre tan puro como Lucifer
GRAHAM GREENE
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Graham Greene
El hombre tan puro como Lucifer1
Durante la guerra francesa había una escuela de pensamiento que creía que Ho Chi Minh estaba muerto, igual de reticentes eran aquellos que lo habían encontrado en 1945 y 1946 para creer que era un comunista genuino. Uno de los más fuertes oponentes a Ho Chi Minh en el sur me lo había descrito con admiración involuntaria. Un homme pur comme Lucifer.
Cuando lo conocí (yo había garantizado que no publicaría los detalles de nuestra conversación), fue en un pequeño cuarto en el antiguo palacio de Bao Dai, frente a una taza de té, y no podía creer que él fuera una figura dirigente. Estaba presente otro ministro, pero era un ministro que se sabía effacé. Él estaba ahí sólo porque yo había pedido verlo, y se sentó en silencio como un escolar mientras Ho Chi Minh estuvo con nosotros.
Vestido de dril caqui, con gruesos calcetines de lana oscura cayendo sobre sus tobillos, Ho Chi Minh daba la impresión de candor y simplicidad, pero de un liderazgo avasallador. No había nada evasivo en él: este era un hombre que daba órdenes y esperaba obediencia y también amor. Un rostro amable, ausente de remordimientos, carente de todo fanatismo. Un hombre es fanático acerca de un misterio –tablas de piedra, una voz que emerge de un arbusto en llamas– pero este era un hombre que ha despejado pacientemente una ecuación. Tanto amor se tenía que haber dado y recibido, tantos sacrificios demandados y sufridos. Todo había contribuido a la solución: un barco mercante, las cocinas del Carlton Grill, un estudio fotográfico en París, una prisión británica en Hong Kong, así como los esperanzadores días primaverales de la Revolución en Moscú, la compañía de Borodin en China.
"Hablemos como si estuviéramos en casa", dijo él, y yo me pregunté si fue en el Carlton Grill donde aprendió su fácil inglés coloquial (sólo una vez tropezó con una palabra). Estoy en guardia contra la adoración del héroe, pero él apelaba directamente a esa reliquia enterrada del escolapio. Cuando se puso sus lentes para leer un papel, encorvándose un poco y ladeado, deslizando su cigarro en largos, graciosos dedos huesudos, sus ojos parpadeando con algún recuerdo que yo había despertado, recordé a mister Chips, sabio, bondadoso, justo (si uno pudiera aceptar como justas las reglas escolares), dispuesto a infligir un agudo castigo sin remordimientos innecesarios (y el castigo en esta escuela adulta tiene efectos duraderos), capaz de inspirar amor. Lamenté ser demasiado viejo para aceptar las reglas o creer en lo que la escuela enseñaba. Él estaba trabajando catorce horas al día, pero no había signos de fatiga. Se levantó para regresar al trabajo (la Asamblea Nacional se reunía al día siguiente), y sus calcetines aletearon cuando se despedía de mí desde la puerta, diciéndome que no me apresurara, que me quedara tanto como quisiera, que tomara otra taza de té. Pude imaginármelos aleteando a través del patio de la escuela, y pude entender la lealtad de sus alumnos.
Había tristeza y decaimiento, desde luego, en Hanoi, como era inevitable que así fuera en una ciudad vacía de toda prosperidad. Por lo que a mí respecta, ahí había tristeza en la mera falta de entretenimiento: nada en los cines que no fueran películas de propaganda, precios prohibitivos en los pocos restaurantes, no había cafés en los que se pudiera pasar las horas viendo a la gente circular. Pero el campesino no extraña el café, el restaurante, el cine francés o estadunidense; nunca los ha tenido. Tal vez incluso las interminables conferencias compulsivas y los mítines políticos, las horas de entrenamiento físico, son el mejor entretenimiento que ha tenido nunca. Hablamos con tanto desenfado de la amenaza al individuo, pero el campesino anónimo nunca antes ha sido tratado tanto como un individuo. A menos que fuese un cura, antes del el comisario nadie se le ha acercado o se ha tomado la molestia de hacerle preguntas, o invertido su tiempo en instruirlo. Hay algo en el comunismo además de política.
Entonces pensé con mayor simpatía en el sureño presidente Diem.2 Porque en Saigón, donde no hay nada más que política, él representa al menos una idea de patriotismo. Tiene unas palabras en común con Ho Chi Minh, como el catolicismo tiene unas palabras en común con el comunismo, pero está separado del pueblo por los cardenales y los autos de policía con sirenas ululantes y los consejeros extranjeros con su monótono parloteo sobre estrategia global. Cuando debería caminar sin protección por los arrozales, aprendiendo la difícil tarea de cómo ser amado y obedecido, los dos no pueden estar separados.
Uno lo vislumbraba ahí en el palacio Norodom, sentado, con su vacía mirada café, incorruptible, obstinado, mal aconsejado, yendo a su confesión semanal, sostenido en su creencia de que Dios siempre está del lado católico, esperando un milagro. El nombre que yo podría escribir bajo su retrato es El patriota arruinado por Occidente.
Traducción y notas de Rubén Moheno.
Notas:
1 En el caso de un escritor como Greene, podríamos decir que es posible aprender aún más de la Novela que de la Historia; porque su novela El americano impasible (1955), prefiguró la derrota estadunidense en Vietnam, con poética contundencia, veinte años antes que se produjera y antes que ningún periodista, historiador, politólogo o nadie hiciera un análisis certero del problema. "No se puede alcanzar la verdad escribiendo Historia –señaló Greene alguna vez–, sólo un novelista puede hacerlo." En su novela vemos cómo "los muy ineptamente llamados servicios secretos" soñaron y alentaron la creación de una "tercera fuerza," que ayudaría a los estadunidenses a combatir a sus enemigos. De haber escuchado su advertencia, los estadunidenses podían haberse ahorrado cincuenta y ocho mil muertos (muchos de ellos compatriotas mexicanos), y a los vietnamitas cuatro millones de víctimas; a las que se siguen sumando más enfermos y muertos por el arma química estadunidense agente naranja (ha plagado ya a tres generaciones), que desde luego alcanzó a sus propios soldados. Greene dio epígrafe a su obra con unas líneas de Lord Byron de inquietante actualidad: "Esta es la era patente de las nuevas invenciones/ para matar los cuerpos y salvar las almas, /y todo propagado con la mejor intención."
2 En junio de 1954 el emperador títere de Vietnam, Bao Dai, designa Primer Ministro a Ngo Dinh Diem (1901-1963), quien era apoyado por Estados Unidos. Diem disuelve la monarquía, se convierte en Presidente de Vietnam del Sur, y ocupa el cargo de 1955 a 1963. Miembro de una influyente familia católica, combatió a nacionalistas, comunistas y budistas. "En 1955 cuando tomé té con él –señaló el propio Greene– tuve la impresión de que era un hombre próximo a la locura" (The Times, 6 de enero de 1973). En 1963 la cia organiza un golpe de Estado militar en el que asesinan a Diem (el hermano de Diem, gobernador de Hué, tomó refugio en el Consulado estadounidense y fue entregado a sus asesinos).
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