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ANGELICA ABELLEYRA
MÓNICA VÁZQUEZ: LUZ POR DENTRO
Durante largo tiempo se hizo la misma pregunta: "¿Por qué yo?", y el sosiego la abandonaba al no encontrar respuestas. Hasta que el cuestionamiento de Mónica Vázquez (df, 1968) cambió y empezó a cuestionarse: "¿Y por qué no?", y halló el camino de la rehabilitación para vivir con discapacidad visual. Hoy, tras casi doce años de ceguera, no asume su condición como una tragedia, sino como la posibilidad de salir adelante y ayudar en la formación de niños como ella, sin un mundo palpable de luz.
Foto: cortesía de la autora |
Considera que su infancia fue feliz aunque, como disléxica, tuvo que hacer un doble esfuerzo con las terapias que su maestra Margarita Nieto encauzó en sus años de formación básica. El amor y el agradecimiento a ella fueron la marca para determinar su vocación: la enseñanza, y en especial la creatividad enfocada a pequeños de nivel preescolar. Así, en medio de una familia tradicional y una formación en escuelas privadas, ejerció la docencia en el Colegio Vallarta.
Todo le dio un vuelco tras su estancia en una universidad en Ottawa para estudiar inglés. Con veintiséis años de edad, fiebres, dolores de cabeza y oídos la acompañaron durante su viaje de retorno a México. Aquí vio a neurólogos, le aplicaron bombas de cortisona hasta que la complicación viral fue tratada de cerca en Houston. Los esfuerzos no dieron resultados satisfactorios y Mónica perdió la vista gradualmente. Para mayo de 1995, la oscuridad ante sus ojos era total y con ella la depresión, el duelo, la agresividad. "¿Por qué yo?" era lo que articulaba en su necesidad de no desampararse. Aceptó entonces como terapia ayudar a su madre en el restaurante que manejaba y conoció a un neurólogo chino que le salvó de la crisis gracias a la acupuntura, la masoterapia y el tai-chi. Su aprendizaje la llevó incluso a dar reiki a otras personas, hasta que amplió sus cauces con clases de Braille, movilidad, computación y cocina.
Dijo: "La vida sigue." Se hizo cargo de proyectos en la Coordinación para Educación de Invidentes, realizó audio libros, fue asistente personal del entonces presidente de Canacintra, Raúl Picard, y formó parte de la Asociación de Superación por México ac. Junto a esa experiencia, buscó su capacitación en nuevas tecnologías educativas. Durante un año acudió a la Universidad Anáhuac para cursar la especialización y desequilibró a sus grupos no acostumbrados a convivir con una compañera a la que le tenían que verbalizar los acetatos y transformar en orales los exámenes.
En esos procesos, su familia ha sido apoyo indispensable, como su bastón que la acompaña. Padres y hermanos le ayudaban a grabar los libros, y gracias al esfuerzo compartido concluyó la especialidad. Luego vino más desarrollo en otro organismo civil, Gente Especial ac, donde coordinó la audioteca e hizo más audio libros hasta que cerró. Sin trabajo de nuevo, concursó entre cientos para ser guía en la exposición Diálogo en la oscuridad, en el Palacio de Bellas Artes. Fue enorme la riqueza que le dio esa experiencia en un ámbito no visible para gente que ve. También le ayudó para conocer a funcionarios del área de Educación Especial de la sep y colocarse como maestra en el Instituto para la Rehabilitación de Niños Ciegos y Débiles Visuales, en Coyoacán. Desde marzo de 2005 se desenvuelve allí. Ha dirigido a grupos de niños regulares, es decir, ciegos sin otra discapacidad, pero hoy atiende no sólo a un grupo de este tipo, sino a otro más de niños con discapacidades múltiples (problemas de lenguaje, sicomotores e hidrocefalia) además de ser invidentes.
La paciencia, la entrega, el compromiso con una responsabilidad ante doce pequeños de tres a cinco años es lo que hace a Mónica no recular. Y cuando cree no salir avante, recuerda a su maestra Margarita, aquellas lecciones de música para aprender las tablas de multiplicar y trata de infundir en sus niños el abrazo, el sonido y el cariño para lograr una respuesta sutil, pero poderosa, de responder a una palmada o estar tranquilos ante la vibración de un tambor.
Por estos días, además de sus clases, acude al Museo del Papalote y continúa como guía de Diálogo en la oscuridad. Tiene novio con discapacidad visual, no sabe si parirá hijos, pero tiene muchos niños cerca. Su constante alegría de ojos desmiente que en ellos no traspase la luz. La irradia cuando sonríe y camina por la calle como cualquier habitante de esta ciudad, con la diferencia de que no tiene miedo, pero sí la exigencia de respeto por los espacios asignados a su grupo, así como de sensibilidad en empresarios para dar oportunidades laborales a esta población con otra forma de mirar.
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