Dos poemas
Neftalí Coria
Epitafio para un Pájaro que tuvo por sepultura el mar
Quiéranme estas aguas que mucho conocí,
aguas mías que fueron el espejo de mis mejores días.
Nadie diga que el cielo fue mi cautiverio,
que las nubes fueron mi blanca cárcel,
que la luna mi sedentario secreto.
Que nadie diga que este país de la claridad
no fue mi patria, ni que confundan mi vuelo libre
con el de otros que, en plena desbandada, volaron alto.
Hoy me devoran las aguas que amé,
los peces que fueron mis enemigos íntimos
y la profundidad de la que siempre quise ser el único alimento.
Epitafio para un Coyote muy solitario,
que no se arrepintió nunca
De ladrón siempre fui tildado,
del hurto me hicieron culpable cada día
de mi perseguida existencia.
Pero no, era la pasión por lo escondido,
por la noche selvática de olor a plumas.
Era la locura amorosa por las gallinas dormidas
y su escándalo de sangre ardiendo cuando
antes de comerlas, las llevé al íntimo escondite.
No robé, tomaba lo de nadie,
nunca fueron hurtos los que perpetraba,
sino justos reconocimientos a mi astucia.
Vi manjares pasar bajo la luna de
mi más incandescente saliva sin poder tocarlos
y lo que era peor, ajenos, muy ajenos.
A nadie pedí nada, nunca,
y nadie, nada me dio jamás.
Estoy a mano con el mundo,
este fuego que me quema, es la memoria,
los ojos míos que vieron el hurto humano muy de cerca.
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