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HUGO GUTIÉRREZ VEGA
UNAMUNO E IBEROAMÉRICA (III DE XI)
Para Unamuno, el poema sobre Bolívar debería ser escrito por un autor como Browning, que "toma un personaje histórico como centro de reflexiones poéticas". De esa manera la poesía lírica sigue incontaminada y la poesía épica no sufre las limitaciones de lo estrictamente testimonial. "Homero llega cuando están risueñas las luchas en que intervino Aquiles, cuando de Troya no quedan sino las ruinas y es Helena polvo", dice en apoyo a su tesis, aunque, en el caso de Helena y de acuerdo con la elaboración dramática de Eurípides, sólo su sombra, "una túnica vacía", haya estado en Troya, esa túnica vacía por la que sufrieron y murieron tantos hombres de armas.
Uno de los momentos más poéticos del ensayo nace del paisanaje de su autor con el libertador americano. Habla de la "vasconía" de Bolívar, en la que pensó acodado en el barandal de la Colegiata de Cemarruja y con la vista puesta en el caserío y en el valle "de donde tomó su nombre y su origen el libertador". De esta manera, el pensamiento de Unamuno se vuelve aún más universal, pues son las diversidades las que alimentan el todo y debemos preservarlas para mantener vivo aquello que Octavio Paz llama "la variedad del mundo". Esto es particularmente urgente en estos tiempos de globalizaciones y de aldeas planetarias.
Unamuno encuentra en la biografía y dichos de Bolívar una serie de acciones que considera como típicamente quijotescas: Ricardo Palma, en el apéndice de sus Tradiciones peruanas registra una frase que es considerada como la última de Bolívar. Se trata de una pregunta que formula a su médico poco antes de morir, y que se relaciona con los tres más insignes majaderos del mundo. El médico no encontró la respuesta y Bolívar le informó: "Los tres grandes majaderos hemos sido Jesucristo, Don Quijote... y yo." Por estas y otras locuras e idealismos, Unamuno admiraba sin restricciones a Bolívar, al igual que a ese santo barroco y desmesurado que fue Íñigo de Loyola. Lo entusiasmaban otras quijoterías de Bolívar, como la frase pronunciada ante el trivial predicador que atribuía el terremoto de Caracas al azote de un Dios indignado con el pueblo que había desconocido a Fernando vii: "Si se opone la naturaleza, lucharemos contra ella y haremos que nos obedezca." Y la idea desbordada, expuesta al plenipotenciario que debía ir al proyectado congreso de Tacubaya, México, continuación de la reunión anfictiónica de Panamá, y que consistía en la propuesta de una expedición para liberar a Cuba y Puerto Rico y seguirse hasta España "si para entonces no quieren la paz los españoles". Un Bolívar contra esto y aquello, un Bolívar que sabía indignarse, un Bolívar que encontraba su medida precisamente en la desmesura. Ese es el compañero de Don Quijote de la Mancha, el personaje más generoso y más radicalmente honesto de la historia de la literatura. Los dos se hermanan en lo que la sociedad de los hombres llama fracaso, los dos fueron juzgados locos, a los dos los traicionan y atan los barberos, curas, bachilleres, amas y sobrinas que nunca los entendieron –ni podían hacerlo–, y los dos están más interesados en el camino que en la llegada, en el ideal más que en su realización.
En ningún escritor del 98 he encontrado un entusiasmo tan genuino ante la emancipación de los países americanos, como en don Miguel de Unamuno. Es claro que, en general, buscaba la emancipación de los seres humanos, su encuentro con la libertad y todos sus riesgos, pues su sentimiento de la vida era trágico, y en la honestidad y la sinceridad más arriesgada encontraba las mejores esencias de lo humano, pero la libertad de los pueblos de América le parecía una de las más grandes epopeyas de la historia, como lo eran también el Descubrimiento y la Conquista. En todo esto encuentra una poesía quintaesenciada. Para él "la gloria de las independencias americanas es gloria de la raza", una aventura de la libertad compartida por una comunidad dividida por la coherencia histórica, pero unida por la profundidad de sus rasgos esenciales y, sobre todo, por su futuro. No olvidemos que la novela principal de Elena Garro se titula Los recuerdos del porvenir.
Varias veces don Miguel insiste en el tema del desconocimiento entre los países de América Latina y España –jamás usa ese término saturado por la ideología y, por lo tanto, inoperante: "Madre patria"– y de los países americanos entre sí. Este tema está presente en su ensayo sobre Bolívar y Don Quijote, en sus trabajos sobre Silva, Arguedas y otros escritores sudamericanos, y en sus bien informadas reflexiones sobre literatura iberoamericana.
(Continuará)
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