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NOÉ MORALES MUÑOZ
OPEN HOUSE
Como la disección progresiva de un cadáver obtuso, que se resiste a su inevitable finitud, Open House nos ofrece la oportunidad de registrar el dilatado proceso de su propia defunción. Morgue abierta, vitrina delatante desde el nombre mismo, el espectáculo del director y dramaturgo argentino, Daniel Veronese, visitó México hace algunas semanas, dentro de la muestra escénica de Puerta de las Américas, mercado de artes que ha cumplido su tercera edición.
La de Veronese es una apuesta, atípica y feroz, por desentrañar los contornos significantes del hecho escénico: los límites de la representación, la constitución del sentido con base en la caracterización efímera del lenguaje teatral. Conscientes del objeto que han acometido y de lo que se pierde y se resignifica durante y al cabo de cada función, los actores de Veronese enuncian las posibilidades de su ejercicio, explicitándolas a tal grado que pudiera hablarse de que la ficción se bifurca en dos ramas claras: la que acontece a los personajes en tanto personajes (una galería de desesperados que dan cuenta, muchas veces en tono de comedia ácida, de infortunios personales, de frustraciones cotidianas, trenzando así el recuento de lo que ellos mismos llaman "lo que se hace mientras se hace el intento"), y la que detonan ellos mismos al obviar lo representacional énfasis en su condición de ejecutantes, pormenorización del desgaste que el montaje ha experimentado a lo largo de su existencia. Viéndolo con una mirada ortodoxa y aristotélica (en la acepción más limitada que los defensores del estagirita han podido formular), se trata de una puesta ganada por la fragmentación y la subjetividad; intentando ensanchar la perspectiva, se puede hablar del montaje como un evento que, sin menoscabo de su posible efectividad dramática, se vuelve un dispositivo de museografía teatral.
Se habla de museografía cuando se quiere decir mejor exposición: en la manifestación clara de lo que el tiempo ha ido minando en el montaje (se nos informa más de una vez del abandono de un actor al que nadie puede sustituir, de la misma forma en que tampoco se ha buscado un reemplazante para el conejo al que se alude en un pasaje y que, al parecer, alguna vez dio saltos sobre el escenario), parece clarificarse la intención del autor y director de convidarnos del proceso de muerte natural de su juguete teatral. Se ha de contemplar a la puesta como un ente vivo que se perfila, con sus vaivenes característicos, hacia un desenlace ineludible. En el cumplimiento de su propio pathos, en la larga caminata hacia su destino, se encuentra su riqueza: la repetición se vuelve resistencia a la descomposición definitiva, la revitalización conquistada entre función y función es entonces un placebo inútil para un cuerpo que inexorablemente se debilita. Como un organismo intervenido por una lente externa que exacerba sus fortalezas y flaquezas, el espectáculo se convierte, en el cumplimiento de sus postulados, en una afirmación de la vida, y en la defensa encarnizada de una profesión muchas veces colindante con el automatismo. Veronese ha logrado hacer del riesgo de incurrir en el tedio y en lo mecánico un discurso poético, en el que lo común y corriente (de los actores que representan una y otra vez, de los personajes que no pueden romper su inercia de medianía existencial) es elevado a categoría estética y, sobre todo, a hecho teatral.
Juan Ignacio Álvarez Insúa, Gustavo Antieco, María Eugenia Iturbe, Melina Milone, Olga Nani, Mariana Paz, Julieta Petruchi, Nayla Pose y Natalia Segre incorporan, ya se ha dicho, a los relatores de historias de afectación cotidiana, la crónica de una serie de derrotas reincidentes que conforman, juntas o por separado, la descripción de un fracaso vital. Demuestran la solidez de la escuela argentina de interpretación al pasar por una gama amplia de tonos y emociones con solvencia, tanto en una clave cómica como en una más grave. Signado por la música de Lou Reed, que tan bien ha sabido cantar las penurias de las almas pequeñas, Open House sólo admite fugas cuando se sobreenfatizan sus efectos desafiantes, y cuando las bajas de energía de su estructura irregular quedan demasiado expuestas. Por lo demás, se pudo ver un hecho escénico que, al tiempo que reflexiona sobre sí mismo y su condición, consigue transmitir emotividad.
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