James Petras
Guerra genocida: lecciones para el futuro
Irak se ha convertido en un infierno. Ante la mirada de
miles de millones de personas en el mundo, millones de iraquíes
se aglomeran en refugios destruidos, mercados, hospitales y escuelas, recibiendo
las radiaciones de nuevas armas de destrucción masiva, rostizados
con napalm, vaporizados por la MOAB -una bomba de 9.5 toneladas-
y se escucha la voz de muerte de Rumsfeld declarando a los reporteros:
"Como quieran decirlo, hemos destruido a Saddam Hussein".
Naciones Unidas, como organización internacional
dedicada a la solución pacífica de controversias, fue destruida
por Estados Unidos, no sólo por el genocidio en Irak. Estados Unidos
no estaba solo. Tuvo el apoyo de sus sátrapas en Gran Bretaña,
España, Australia y algunos concubinos centroamericanos, y también
de los respetables y hasta ahora civilizados regímenes de Holanda
y Dinamarca.
Las tropas y fuerzas navales y aéreas que lanzaban
armas de destrucción masiva estaban emplazadas principalmente en
países árabes y musulmanes: Bahrein, Jordania, Kuwait, Qatar,
Saudiarabia, Emiratos Arabes Unidos y Turquía. Regímenes
postrados, temerosos de su propio pueblo, que prefieren ser tributarios
del imperio. Los nuevos satélites estadunidenses de Europa oriental
-la República Checa, Bulgaria, Hungría, Eslovaquia, Rumania-
fueron cómplices de buen grado: sus gobernantes corruptos trafican
sangre iraquí por los créditos prometidos.
Para
analizar el fracaso de Naciones Unidas en evitar el genocidio estadunidense
-su fracaso final-, debemos recordar que este genocidio fue el último
golpe, no el primero. Las primeras fracturas en Naciones Unidas ocurrieron
cuando toleró las intervenciones unilaterales estadunidenses en
Panamá y Granada, pequeños países marginales sin duda,
pero en los cuales Estados Unidos descubrió que podía invadir
con impunidad. Desde la primera guerra del Golfo, Washington se dio cuenta
de que podía emplear la máxima fuerza militar para someter
a una nación y prolongar su sufrimiento como ejemplo para el mundo.
Los europeos, los japoneses y casi todos los regímenes árabes
accedieron y colaboraron gustosamente... animando a los señores
civiles de la guerra estadunidenses y a los ideólogos de hoy a preparar
documentos para la dominación mundial ya desde 1992.
El asalto estadunidense a Yugoslavia, la limpieza étnica
de Kosovo por los gánsters albanos, promovida por el presidente
Clinton y apoyada por el socialista francés Bernard Kouchner y el
socialista español Javier Solana en la OTAN, ahondaron la creencia
de Washington en su destino de hacer y deshacer a las naciones europeas
en imagen de clientes. Y luego vino Afganistán, un terrorífico
bombardeo masivo, una intervención militar unilateral al margen
de cualquier debate en Estados Unidos o en la OTAN, todo ello aprobado
por potencias europeas y regímenes musulmanes, una asamblea de jeques
playboys, monarcas absolutistas, esclavistas blancos ex comunistas
y elegantes diplomáticos europeos occidentales. A los ojos de Washington,
la construcción del imperio requería una división
del trabajo. Estados Unidos interviene unilateralmente, designa a un nuevo
régimen títere basado en alianzas de criminales, caudillos
tribales y señores de la guerra étnicos; se apaña
los jugosos contratos de reconstrucción para sus trasnacionales
y el control de los recursos estratégicos o rutas de transporte,
y luego llama a las huestes europeas para que sirvan de policía
al nuevo régimen clientelar, limpien el tiradero y aporten fondos
de ayuda humanitaria.
Así pues, el fracaso en detener la intervención
militar unilateral de Estados Unidos en Irak tiene como precedentes los
pasados fracasos de la ONU y los reacomodos de los países europeos
ante la conquista imperial estadunidense. Creían que cada conquista
era un acontecimiento aislado que no afectaría sus intereses. Es
cierto que los señores civiles de la guerra de Washington diseñaron
y promovieron la doctrina de dominación mundial. El entreguismo,
indulgencia y complicidad de Europa que condujeron a la invasión
de Irak facilitaron la realización de ese sueño imperial.
Hasta el día mismo de la invasión, los europeos
y los inspectores de Naciones Unidas siguieron facilitando la conquista
de Washington. Todos los miembros del Consejo de Seguridad estuvieron de
acuerdo en que las armas defensivas iraquíes eran la principal amenaza
a la paz mundial, y no la masiva y continua acumulación de armas
de destrucción masiva por Estados Unidos en Medio Oriente, su intención
públicamente declarada de destruir a Irak y su apoyo a las matanzas
israelíes de palestinos.
Naciones Unidas desarmó a Irak e hizo caso omiso
de los preparativos militares estadunidenses. El inspector en jefe Blix
forzó constantemente a Irak a destruir armas claramente defensivas.
(Una vez iniciado el ataque, Blix reconoció que Estados Unidos jamás
tuvo interés en las inspecciones y que se mostró desilusionado
cuando los iraquíes cooperaron y privaron así a Washington
de su pretexto inicial para invadir.) Kofi Annan dirigió el embargo
de bienes esenciales para el pueblo iraquí y apremió a los
inspectores a identificar todos los centros militares estratégicos
de Irak. Toda esta información se entregó al Consejo de Seguridad,
lo cual proporcionó valiosa inteligencia a los estrategas militares
del Pentágono empeñados en conquistar Irak en cuestión
de semanas.
Si bien Naciones Unidas y la mayoría del Consejo
de Seguridad pudieron haber llegado finalmente a tener la intención
de cuestionar las tácticas militares estadunidenses e impulsar soluciones
diplomáticas, su promoción del desarme unilateral iraquí
sólo sirvió para animar a los más agresivos de los
principales funcionarios estadunidenses, los que ven un blanco fácil
en un Irak debilitado militarmente, con menos bajas estadunidenses y más
oportunidades de fragmentar al país en miniterritorios bajo el dominio
de Washington.
El único camino verdadero hacia la paz hubiera
sido un plan de Naciones Unidas que incluyera el desmantelamiento mutuo
total de arsenales de destrucción masiva en Medio Oriente... pero
eso nunca se mencionó en sesión alguna, porque requería
que los miembros del Consejo de Seguridad opositores a la acción
militar en Irak revaluaran críticamente su apoyo a las conquistas
militares estadunidenses del pasado. Naciones Unidas finalmente se opuso
al genocidio estadunidense, pero sólo después de haber dejado
salir al genio imperial de la botella, de haber permitido a Israel asesinar
con impunidad, de haber pasado por alto la lógica del imperialismo:
guerra y dominación mundial.
¿Qué viene ahora? La más profunda
comprensión de la guerra estadunidense se encuentra en las decenas
de millones que marchan en las calles, no en los pérfidos salones
de una impotente Organización de Naciones Unidas. Las redes internacionales
emergentes están creando desde abajo unas nuevas "naciones unidas",
libres de entreguistas, de cómplices y de diplomáticos que
predican la paz de los sepulcros. Esos cientos de millones en todo el mundo
se están volviendo hacia sus propios líderes: activistas
sindicales, pacifistas, líderes religiosos progresistas, líderes
de barrios y comunidades... ciudadanos "comunes y corrientes".
Algunas naciones están aprendiendo la lección
de que la debilidad militar sólo estimula la agresión estadunidense.
Irán -según los representantes israelíes en la Casa
Blanca, Wolfowitz, Feith y Perle- es el nuevo objetivo de la "guerra preventiva".
Esperemos que Irán y el resto del mundo aprendan la lección
de Irak y del fracaso de Naciones Unidas: la solidaridad internacional
y la contención militar pueden elevar el costo de la guerra más
allá de los cálculos de los señores estadunidenses
de la guerra.