Bárbara Jacobs
Una forma de enriquecerse
A veces lo que te lleva a afirmar o negar algo no es precisamente la verdad. Te puedes pasar la vida creyendo que lo que afirmaste o negaste era en realidad lo que querías afirmar o negar. O puedes, no sé si por fortuna, caer en la incertidumbre y saber que la única verdad es la duda, y entonces no poder afirmar o negar nunca nada. Pasarás por tonto; pero ni modo.
Yo, por ejemplo, dejé de saber por qué escribo. Creía que me había dado por ahí porque era la mejor manera de acercarme a mi padre, con el que no lograba establecer otra comunicación que la unilateral de mirarlo embobada, y oírlo de vez en cuando. De joven él había sido periodista y quiso ser escritor. Suponerme escritora me creaba la ilusión de que me comunicaba con él. Escribía para buscarlo, igual que leía, tras el mismo fin. Empecé a leer en inglés pues mi padre, estadounidense, leía en inglés.
Estas consideraciones me llevaban a tomar como algo natural ser bilingüe y tener, además, un interés persistente en el tema y la práctica de la traducción. Más que explicarme con esto una marcada división en mi persona, o una duplicación, y alarmarme ante estas consecuencias igualmente naturales a la condición de bilingüismo, me condujo a sostener que, para conocer mejor la lengua materna de uno, lo mejor que se podía hacer, en especial si se era escritor, era conocer a fondo otra lengua, siempre que le fuera extranjera.
Leer en un idioma y simultáneamente traducir lo que lees a otra lengua, mentalmente, te enseña a ser preciso al escribir. Escribir y mentalmente traducir lo que escribes a otra lengua también te enseña la precisión y, por otra parte, te entretiene y te divierte. Es una forma de enriquecerse, aunque postergue de manera indefinida el momento de llegar al punto final de la lectura.
Conocer tu idioma a través de otra lengua (o estudiar tu lengua materna como si fueras extranjero) es un juego que a mí me sensibilizó hacia lo que escriben escritores extranjeros sobre México. Cuando me detengo ante los títulos de libros de autores extranjeros sobre México en el librero que fue de mi padre, incluso me emociono. En estudios que he leído sobre este género de literatura me ha llamado la atención que muchos de estos autores hayan viajado a México en búsquedas imprecisas y que, casi unánimemente, hubieran reportado que lo que encontraron había sido una parte de ellos mismos. Graham Greene, Anita Brenner, B. Traven, Malcolm Lowry: la lista es larga.
Pensando en estas cosas, empecé a cuestionar mi suposición de que escribo en busca de mi padre. Si es así, Ƒpor qué lo hago básicamente en español, que no es la lengua materna de él? Hay eslabones perdidos en mi razonamiento de por qué escribo. ƑO será, tal vez, que por un mecanismo imperceptible, al hacerlo en español me convierto en extranjero que busca su propia lengua a través de otra, que le es ajena?
No voy a decir que viajo de un idioma a otro en una búsqueda imprecisa que me conduce a encontrarme a mí misma. Mi lengua materna, Ƒcuál es? Nací en México, de madre mexicana, y oí su lengua materna mezclada con la de mi padre desde entonces, para no hablar de la lengua materna de mis abuelos o de la de mi nana, que eran otras. Pero, a todo esto, Ƒpor qué escribo? O, Ƒpor qué en español?
Cuando la sensación de ser incapaz de establecer contacto con los demás a través de mi lengua materna se desborda, considero la posibilidad de recurrir a la lengua materna de mi padre. Lo intenté. Me dirigí a un editor con la advertencia de que el inglés no era mi lengua materna, cosa que explicaría ciertas vacilaciones y cierta imperfección. Pero recordé que ante lingüistas Eliza Doolittle, en la obra de Shaw, delata el origen de su inglés aprendido al hablarlo sin imperfecciones y sin vacilaciones. De modo que me detuve, y, nuevamente, dudé. ƑCuál es mi lengua materna, la de mi padre o la de mi madre? ƑA cuál de los dos busco al escribir? ƑA cuál encuentro al encontrarme a mí misma?