Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Sábado 10 de agosto de 2002
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Mensaje de la cueva de Chauvet a las montañas de Chiapas
 

La primera tierra fue montaña. Por eso, dicen nuestros viejos más viejos, es en la montaña donde vive la historia más primera, la que está más lejos.

Subcomandante Marcos

31 de octubre de 1999

"La historia de los mundos", recopilado en Detrás de nosotros estamos ustedes, de editorial Plaza & Janés.

John Berger /I

berger_1Mes de febrero. Escarcha ligera por la noche. Veintiún grados centígrados al mediodía. Un cielo sin nubes sobre el poblado de Vogué en la orilla este del Ardèche, en Francia. El sonido del agua fluye, puliendo y moviendo las piedras. El río pleno de remolinos, veloz en su torrente, con un aspecto metálico a la luz del sol, tiene menos de 20 metros de ancho. Como los perros, tira de la imaginación y te invita a dar un paseo. Es un río notoriamente caprichoso y su nivel puede subir seis metros en menos de tres horas. Me cuentan que tiene avenidas, pero no bancos de arena.

Las aguas del Ardèche han tallado cuevas en la mesa de Bas Vivarais y, desde tiempo inmemorial, éstas han ofrecido refugio al intrépido. En mi camino le di un aventón a un hombre de Lyon que "no tenía dinero pero sí mucho tiempo en las manos". Adivino que había perdido el empleo. Llevaba caminando por toda el área desde enero, durmiendo por las noches donde quiera que hallara una cueva. Mañana, 30 kilómetros río abajo, visitaré la de Chauvet, redescubierta por vez primera, desde la edad de hielo, en 1994. Ahí contemplaré las pinturas en piedra más antiguas de las que se tenga noticia en el mundo, que datan de unos 30 mil años atrás.

En un periodo relativamente tibio de la última edad de hielo, el clima aquí era de 3 a 5 grados centígrados más frío que ahora. Los árboles se limitaban a pinos escoceses, abedules y enebros. La fauna incluía muchas especies hoy extintas: mamuts, venados megaceros, leones de las cavernas sin melena, toros almizcleños y osos que tenían hasta tres metros de alto; también renos, cabras montaraces, bisontes, rinocerontes y caballos salvajes. La población de cazadores-recolectores nómadas era escasa y vivía en grupos de 20 o 25 personas.

Los paleontólogos llaman a esta población cromagnon, término que, de entrada, y no obstante tal distancia, puede resultar exagerada. No existían ni la agricultura ni la metalurgia, pero sí la música y la joyería. La expectativa de vida promedio era de 25 años.

La necesidad de compañía mientras se estaba vivo era la misma que ahora. Sin embargo, la respuesta cromagnon a la primera y perenne pregunta humana de ¿dónde estamos? era diferente a la nuestra. Con agudeza, los nómadas tenían conciencia de ser una minoría sobrepasada aplastantemente por los animales. No habían nacido a un planeta sino a la vida animal. No eran los guardianes de los animales: éstos eran los custodios del mundo y del universo que los circundaba, el cual nunca estaba quieto. Más allá del horizonte había más animales.

Al mismo tiempo, eran distintos de los animales. Podían hacer fuego y como tal iluminar la oscuridad. Podían matar a distancia. Con sus manos fabricaban muchas cosas. Levantaban toldos sostenidos por huesos de mamut. Hablaban. (Quizá también los animales.) Podían contar. Podían acarrear agua. Morían de otra forma. Su diferenciación de los animales era posible porque eran minoría y, al serlo, los animales podían perdonarlos por ser una excepción.


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