Mensaje de la cueva de Chauvet a las montañas
de Chiapas
La primera tierra fue montaña. Por eso, dicen
nuestros viejos más viejos, es en la montaña donde vive la
historia más primera, la que está más lejos.
Subcomandante Marcos
31 de octubre de 1999
"La historia de los mundos", recopilado en Detrás
de nosotros estamos ustedes, de editorial Plaza & Janés.
John Berger /I
Mes
de febrero. Escarcha ligera por la noche. Veintiún grados centígrados
al mediodía. Un cielo sin nubes sobre el poblado de Vogué
en la orilla este del Ardèche, en Francia. El sonido del agua fluye,
puliendo y moviendo las piedras. El río pleno de remolinos, veloz
en su torrente, con un aspecto metálico a la luz del sol, tiene
menos de 20 metros de ancho. Como los perros, tira de la imaginación
y te invita a dar un paseo. Es un río notoriamente caprichoso y
su nivel puede subir seis metros en menos de tres horas. Me cuentan que
tiene avenidas, pero no bancos de arena.
Las aguas del Ardèche han tallado cuevas en la
mesa de Bas Vivarais y, desde tiempo inmemorial, éstas han ofrecido
refugio al intrépido. En mi camino le di un aventón a un
hombre de Lyon que "no tenía dinero pero sí mucho tiempo
en las manos". Adivino que había perdido el empleo. Llevaba caminando
por toda el área desde enero, durmiendo por las noches donde quiera
que hallara una cueva. Mañana, 30 kilómetros río abajo,
visitaré la de Chauvet, redescubierta por vez primera, desde la
edad de hielo, en 1994. Ahí contemplaré las pinturas en piedra
más antiguas de las que se tenga noticia en el mundo, que datan
de unos 30 mil años atrás.
En un periodo relativamente tibio de la última
edad de hielo, el clima aquí era de 3 a 5 grados centígrados
más frío que ahora. Los árboles se limitaban a pinos
escoceses, abedules y enebros. La fauna incluía muchas especies
hoy extintas: mamuts, venados megaceros, leones de las cavernas sin melena,
toros almizcleños y osos que tenían hasta tres metros de
alto; también renos, cabras montaraces, bisontes, rinocerontes y
caballos salvajes. La población de cazadores-recolectores nómadas
era escasa y vivía en grupos de 20 o 25 personas.
Los paleontólogos llaman a esta población
cromagnon, término que, de entrada, y no obstante tal distancia,
puede resultar exagerada. No existían ni la agricultura ni la metalurgia,
pero sí la música y la joyería. La expectativa de
vida promedio era de 25 años.
La necesidad de compañía mientras se estaba
vivo era la misma que ahora. Sin embargo, la respuesta cromagnon a la primera
y perenne pregunta humana de ¿dónde estamos? era diferente
a la nuestra. Con agudeza, los nómadas tenían conciencia
de ser una minoría sobrepasada aplastantemente por los animales.
No habían nacido a un planeta sino a la vida animal. No eran los
guardianes de los animales: éstos eran los custodios del mundo y
del universo que los circundaba, el cual nunca estaba quieto. Más
allá del horizonte había más animales.
Al mismo tiempo, eran distintos de los animales. Podían
hacer fuego y como tal iluminar la oscuridad. Podían matar a distancia.
Con sus manos fabricaban muchas cosas. Levantaban toldos sostenidos por
huesos de mamut. Hablaban. (Quizá también los animales.)
Podían contar. Podían acarrear agua. Morían de otra
forma. Su diferenciación de los animales era posible porque eran
minoría y, al serlo, los animales podían perdonarlos por
ser una excepción.
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