Robert Fisk
La tormenta que provoca Bush
Conque ahora Osama Bin Laden es Adolfo Hitler. Y Saddam
Hussein es Hitler. Y George W. Bush combate a los nazis. Hacía tiempo,
desde que Menajem Beguin contaba a Ronald Reagan su fantasía de
que atacaba a Hitler en Berlín -mientras en la realidad su ejército
israelí asediaba Beirut y asesinaba a miles de palestinos, y "Hitler"
era el patético Yasser Arafat- que no escuchábamos semejantes
estupideces. Pero el hecho de que los europeos las oyeran el jueves en
el Bundestag -la mayoría en respetuoso silencio- resultaba extraordinario.
Me recuerda al columnista israelí que, cansado
de la machacona invocación a la Segunda Guerra Mundial para justificar
todavía más brutalidades israelíes, comenzó
un artículo con las palabras: "Señor primer ministro: Hitler
está muerto". ¿Debemos vivir por siempre con políticos
diminutos que juegan a ser Winston Churchill (Margaret Thatcher, por supuesto,
y Tony Blair) o Franklin Delano Roosevelt? Hussein "es un dictador que
lanzó gases a su propio pueblo", nos recordó Bush por mi-lésima
vez, omitiendo como siempre mencionar que los kurdos a los que lanzó
gases en forma tan cruel combatían del lado de Irán y que
en ese tiempo Estados Unidos estaba en favor de Saddam.
El asunto, sin embargo, tiene un ángulo mucho más
serio. Bush espera acorralar al presidente ruso, Vladimir Putin, en una
nueva política de amenaza a Irán. Quiere que Rusia se encargue
del ángulo norte del "eje del mal", esa frase infantiloide que todavía
usa para arengar a las masas. En realidad, la retórica de Bush se
parece cada vez más a esos deschavetados videotapes de Bin Laden.
Y todavía trata de mentir sobre los motivos de los crímenes
contra la humanidad del 11 de septiembre. Una vez más, en el Bundestag,
insistió en que los enemigos de Occidente odian "la justicia y la
democracia", pese a que la mayoría de los enemigos musulmanes de
Estrados Unidos no saben qué es democracia.
En
su propio territorio, el gobierno de Bush se afana en aterrorizar a los
estadunidenses. Habrá ataques nucleares, bombas ocultas en edificios
de departamentos, en el puente Brooklyn, hombres con cinturones explosivos
-nótese con cuánto cuidado la guerra despiadada de los palestinos
contra la colonización israelí en la franja occidental se
liga a la aún más extraña "guerra al terrorismo" de
Washington- y nuevos ataques suicidas con aviones. Si se leen las palabras
que han pronunciado en los tres últimos días Bush, el vicepresidente
Dick Cheney y la ridícula Condoleezza Rice, consejera de seguridad
nacional, encontraremos que han lanzado más amenazas contra Estados
Unidos que el propio Bin Laden.
Pero volvamos al punto. La creciente evidencia de que
las políticas de Israel son las políticas estadunidenses
en Medio Oriente -o al revés, más bien dicho- se manifiesta
con toda veracidad en declaraciones provenientes del Congreso y en la televisión
estadunidense. En primer lugar tenemos al presidente del Comité
de Relaciones Exteriores del Senado declarando que el Hezbollah -la guerrilla
libanesa que echó de Líbano al desmoralizado ejército
israelí en 2000- planea atacar a Estados Unidos. Después
una cadena de la televisión estadunidense "revela" que Hezbollah,
Hamas y Al Qaeda, la organización de Bin Laden, tuvieron una reunión
secreta en Líbano para preparar atentados en Estados Unidos.
Los periodistas estadunidenses insisten en atribuir su
información a "fuentes", pero en realidad no hubo ninguna fuente
de semejantes tonterías, que ahora son repetidas ad nauseam
en los medios de ese país. Examinemos también la iniciativa
de "ley de responsabilidad siria" que fue presentada en el Senado estadunidense
por amigos de Israel el 18 de abril. En ella se incluye la falacia, sostenida
por el ministro israelí del Exterior, Shimon Peres, de que la Guardia
Revolucionaria iraní "opera li-bremente" en la frontera sur de Líbano.
Desde hace 18 años no hay guardias revolucionarios iraníes
en Líbano, ya no digamos en el sur del país. ¿Qué
se pretende al repetir esta mentira?
Irán esta bajo amenaza. Líbano está
bajo amenaza. Siria está bajo amenaza -su estatus de "terrorismo"
ha sido elevado por el Departamento de Estado-, al igual que Irak. En cambio
Ariel Sharon, el primer ministro israelí al que una investigación
realizada en su propio país encontró personalmente responsable
de la matanza de mil 700 palestinos en Sabra y Chatila, en 1982, es, en
palabras de Bush, un "hombre de paz". ¿Cuánto tiempo más
puede durar esto? Un largo rato, me temo.
En todo Medio Oriente es palpable el sentimiento antiestadunidense.
Los editoriales de los diarios árabes ni siquiera se acercan a expresar
la opinión pública. En Damasco, Majida Tabbaa se ha vuelto
fa-mosa como la dama que el 7 de abril echó al cónsul estadunidense
Roberto Powers del restaurante que posee su marido en el centro de la ciudad.
"Me acerqué y le dije: 'Señor Roberto, dígale a su
George W. Bush que ninguno de ustedes es bienvenido aquí'", relató.
En todo el mundo árabe ha cobrado auge el boicot de productos estadunidenses.
¿Cuánto tiempo más puede durar esto?
Washington elogia al presidente paquistaní Pervez Musharraf por
su apoyo a la "guerra al terror", pero nada dice de que organice un "referéndum"
dictatorial para permanecer en el poder. Los enemigos de Estados Unidos,
recordémoslo, odian a ese país por su "democracia". ¿Acaso
el celo democrático alcanzará al general Musharraf?
Ni pensarlo. Mi corazonada es que la importancia de Pakistán
en la famosa "guerra al terror" -o "guerra por la civilización",
como, debemos recordarlo, se llamaba originalmente- pesa más. Si
Pakistán e India entran en guerra, apostaría a que Washington
respaldará al antidemocrático Pakistán y no a la democrática
India.
En las ex repúblicas soviéticas de población
musulmana, Estados Unidos construye bases aéreas para ayudar a continuar
la "guerra al terror" contra cualesquier grupos islámicos que se
atrevan a desafiar a los dictadores locales. Por favor no creamos que es
un asunto de petróleo. Ni por un momento se nos ocurra pensar que
estas tierras ricas en petróleo y gas tengan alguna importancia
para el gobierno de Bush, que funciona con petróleo. Tampoco los
oleoductos que se proyecta tender del norte de Afganistán a la costa
paquistaní, pero que sólo serán viables si la quisquillosa
loya jirga afgana elige un gobierno que haga concesiones a Unocal,
la empresa de extraño nombre cuyo ex director sólo por mera
casualidad es uno de los principales "consejeros" de Bush en Afganistán.
Hagamos ahora una pausa para pensar. Abdelrahman al Rashed
escribe en el diario internacional árabe Asharq al Awsat que
si antes del 11 de septiembre cualquier persona hubiera dicho que los árabes
preparaban una vasta conjura para asesinar miles de estadunidenses en su
propio país, nadie le habría creído. "Hubiéramos
asegurado que era un intento de incitar al pueblo estadunidense contra
árabes y musulmanes", señala. Y tiene razón.
Sin embargo, fueron árabes los que cometieron los
crímenes contra la humanidad del 11 de septiembre. Y muchos árabes
tienen gran temor de que todavía falta el encore de la misma
organización. Entre tanto, Bush insiste en hacer exactamente lo
que sus enemigos desean: provocar a los musulmanes y a los árabes,
satanizar sus países y ensalzar a sus enemigos, bombardear y matar
de hambre a Irán, dar apoyo a Israel sin cuestionar sus acciones
y respaldar y mantener a los dictadores de Medio Oriente.
En estos días despierto cada mañana frente
al Mediterráneo, en Beirut, con un fuerte presentimiento. Sobreviene
una tormenta y nosotros seguimos plácidamente sin darnos cuenta
de su llegada; de hecho, la estamos provocando.
Traducción: Jorge Anaya
© The Independent