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Candil de la calle
C

andil de la calle, oscuridad en su casa, se le dice a una persona que es toda virtud, alegría y bondad en la calle, pero en su hogar es todo lo contrario: egoísta, grosero, agresivo y agregue usted todos los defectos que encuentre a la mano para describir la conducta de alguien que actúa de tal manera.

Algo similar se pudiera decir del comportamiento del presidente de EU, Donald Trump. El papel que jugó para frenar las hostilidades entre Israel y Palestina es digno de aplauso y nadie en su sano juicio puede negar que es un gran logro. Tampoco se puede obviar que la tarea por delante es tal vez más ardua pues se trata de lograr que el Estado de Israel entienda la necesidad de reconocer al Estado Palestino y la necesidad de la convivencia pacífica entre las dos naciones.

Pero lo que no es sensato ni se puede entender, es que por un lado Trump actúe como mediador en Medio Oriente y por el otro, en su casa, desate una guerra en contra de los ciudadanos de su propio país. No se puede considerar de otra manera el estado de sitio al que ha sometido a varias ciudades de la Unión Americana mediante el envío de tropas, con la trasnochada intención de “pacificarlas”. Es alarmante la forma en que usa al ejército no para defender a la nación de la amenaza extranjera, sino en contra de sus propios ciudadanos, violando los preceptos de su Constitución política e ignorando el pacto que dio origen a su país.

En su intención de crear una democracia ejemplar, los fundadores de la nación consideraron que el ideal americano se definía en tres ideas fundamentales: “libertad, igualdad y gobierno por consenso”. A lo largo de su historia sus ciudadanos han luchado por alcanzar esos ideales, pero si en algún momento ha existido una crisis para alcanzarlos es en la actualidad. Al menos es lo que se deduce de los millones que marcharon el sábado pasado en decenas de ciudades de EU para protestar por la forma arbitraria en que el presidente, sin taxativa alguna, ha decidió gobernar; la consigna fue: “No queremos rey”.

Las vendettas que ha desatado en contra de quienes cumpliendo con sus obligaciones han expuesto las irregularidades de su gobierno, hablan de una conducta propia de un autócrata para quien la única ley es su palabra. Se añade a esa actitud la intención de Trump de acallar a sus críticos en las páginas de diarios, revistas y medios de comunicación en general, enérgicamente repudiada por amplios sectores de la sociedad. Infundir el terror y el caos entre sus conciudadanos y romper con el orden legal como medio de revancha y venganza es un parteaguas que parece iniciar un largo y tortuoso camino hacia un régimen despótico, cuyo punto de llegada nadie se atreve a pronosticar.

Por todo ello y más, es un sinsentido que se insista en que se le debió otorgar el premio Nobel de la Paz. Como también lo es que se le haya dado a la señora María Corina Machado, quien dejó atrás el diálogo, el entendimiento y la negociación, por la reprobable decisión de invocar la intervención extranjera en su país para derrocar al gobierno que muchos venezolanos consideran espurio, y de esa manera restituir la democracia. La señora Corina no entendió o no quiso entender la dimensión de lo que en términos de negación de la soberanía significa su decisión. El petróleo venezolano, el cobre chileno o las grandes plantaciones guatemaltecas han sido el pretexto en la frecuente búsqueda de una democracia impuesta desde el extranjero mediante las armas, con las mismas razones que la señora Corina invoca hoy. La democracia y el desarrollo de los pueblos no ha sido del todo benéfica para alcanzar esos fines, como lo prueba la historia.