
or regla general, las películas asumidas como edificantes o enaltecedoras de la vida me producen urticaria. Básicamente porque casi siempre siento los efectos empalagosos de un chantaje sentimental, que recurre a las trampas más obvias para conseguir su objetivo.
Ese fue mi temor antes de ver La vida de Chuck, de Mike Flanagan. Pero la película pronto desarmó mis prejuicios. Basada en un cuento que desconozco de Stephen King, incluido en la colección If It Bleeds, la película, dividida en tres capítulos, abre en plan apocalíptico: a través del personaje del maestro de prepa Marty Anderson (Chiwetel Ejiofor) nos vamos enterando de todos los desastres que aquejan al mundo: gran parte de California se ha derrumbado al mar, devastadores incendios ocurren en varias partes, algunas estrellas se han apagado y, lo que es peor, el Internet ha comenzado a fallar.
Al mismo tiempo, por todos lados aparece el mismo anuncio celebratorio de los 39 años “de gran experiencia” de un hombre llamado Charles Krantz (Tom Hiddleston). Nadie sabe quién es y por qué los ubicuos anuncios festejan su vida. A Marty sólo le queda buscar a su ex mujer Felicia (Karen Gillan), para pasar juntos el fin de los días.
En el segundo capítulo vemos a Chuck Krantz en un momento inspirado. Caminando por una calle, el hombre se topa con una baterista callejera cuyos variados ritmos lo inducen a bailar espontáneamente. De la misma manera, Chuck toma a una joven mujer (Annalise Brasso) de entre los curiosos espectadores, y ambos bailan como en los viejos musicales. Ese, de hecho, es el género de La vida de Chuck. Sólo hay cuatro números de baile, pero su significado y resonancia son suficientes.
El tercer capítulo está dedicado a mostrar la infancia de Chuck, sobre todo cuando cumple diez años (y es interpretado por el muy simpático y buen bailarín Benjamin Pajak). Criado por sus abuelos (Mia Sara, un irreconocible Mark Hamill), el niño está intrigado por la cúpula siempre cerrada de la casa, habitada por fantasmas, según su zeide (abuelo en yiddish). ¿Qué relación guardan esas instancias de la vida del personaje epónimo con el inicio apocalíptico? Un narrador omnisciente (Nick Offerman) nos da información que, de alguna manera, une los diferentes hilos de la narración.
No revelaré cuál es el sentido del original relato. Baste decir que la película es una emotiva meditación sobre la vida misma. Sus gozos, sus sinsabores y su conclusión, también. Con acierto, el también guionista Flanagan hace referencias a un poema de Walt Whitman (“contengo multitudes”) y al concepto del calendario cósmico de Carl Sagan para redondear su discurso. Quizá las escenas finales no sean las más contundentes, sin embargo, el cineasta nos ha cautivado con secuencias como el improvisado baile de Chuck adulto.
Demostrando el hasta ahora desconocido talento de Hiddleston para el baile, esa secuencia antológica, obviamente coreografiada minuciosamente, parece en efecto haberse improvisado al momento. Tal es su gracia y vitalidad. Su celebración de la vida. No exagero si digo que estamos ante una de las mejores instancias de baile en la historia del cine.
La vida de Chuck
( The Life of Chuck)
D: Mike Flanagan / G: Mike Flanagan, basado en un relato de Stephen King / F. en C: Eben Bolter / M: The Newton Brothers; canciones varias / Ed: Mike Flanagan / Con: Tom Hiddleston, Chiwetel Ejiofor, Karen Gillan, Benjamin Pajak, Mia Sara / P: Intrepid Pictures, Red Room Pictures, QWGmire, Film Nation Entertainment. Estados Unidos, 2024.
X: @walyder