
l hecho de que F1: La película se mantenga en cartelera, compitiendo con otros blockbusters veraniegos, habla de su éxito en taquilla. Uno se ha tardado en verla –y, por tanto, en reseñarla– por una sencilla razón: a mí los automóviles me dejan frío. Nunca he visto en ellos más que un objeto que me sirve para moverme de un lado a otro. Punto.
Por tanto, las películas de carreras que los han convertido en objetos de culto – Grand Prix (John Frankenheimer, 1966), LeMans (Lee H. Katzin, 1971), Ford v. Ferrari (James Mangold, 2019), et al– sólo me han producido un largo bostezo. Y me temo que F1 no es la excepción. Sobre todo, cuando la pista se ha llenado de esos obstáculos llamados clichés.
Así, tenemos que el héroe –o sea, Brad Pitt– es un veterano lobo solitario llamado Sonny Hayes, que abandonó las carreras de Fórmula Uno después de sufrir un aparatoso accidente. Tres décadas después, el hombre sigue compitiendo en eventos menores. En la secuencia inicial y al ritmo inopinado de Whole Lotta Love, del Zeppelin, gana las 24 horas de Daytona. Es cuando un amigo y ex compañero de carreras, Rubén Cervantes (Javier Bardem), le hace una oferta imposible de rechazar: volver a la Fórmula (en más de un sentido) bajo su escuadra ApexGP, que ha perdido millones de dólares. Hayes tiene, según esto, el potencial de hacerla triunfar.
Para ello tendrá que colaborar con el egocéntrico novato Joshua Pearce (Damson Idris), quien resiente la fama y atención recibidas por Hayes, a quien no baja de llamarlo abuelo
, o vejestorio
. Y también con Kate McKenna (Kerry Condon, desperdiciada), la única directora técnica femenina en todo el aparato. Por supuesto, más sabe el diablo por viejo, etc. etc. y Hayes conseguirá ganarse paulatinamente el respeto de Pearce y seducir a McKenna. ¿Queda algún lugar común sin tocar?
Claro, el mayor atractivo para el aficionado a las carreras es el despliegue técnico efectuado por el director Joseph Kosinski, quien con su anterior éxito Top Gun: Maverick (2022), ha demostrado que su especialidad es filmar vehículos veloces. Una y otra vez veremos cumplirse el mismo ritual: el sonido de los motores, la vertiginosa velocidad de los autos, el punto de vista del piloto, la rapidez de las paradas técnicas en los pits.
El problema es que Kosinski filma cada carrera de la misma manera. Ahí les va una comparación odiosa. En Toro salvaje (1981), Martin Scorsese resolvía cada pelea de Jake LaMotta de forma diferente. Por decir lo obvio, Kosinski no es Scorsese. Y pronto la monotonía se instala para el espectador, quien a falta de que la información le llegue visualmente, debe depender de la narración del cronista para enterarse de los movimientos en la pista. Eso es todo menos cinematográfico.
Ya sexagenario, Brad Pitt continúa explotando su físico de niño bonito, permeado por una imperturbable aura cool. Ya se ha visto que mientras no interprete a un demente ( 12 monos, de Terry Gilliam), o un tonto ( Quémese después de leerse, de los hermanos Coen), el actor básicamente depende de los mismos recursos para construir a sus personajes. Eso se llama conducir con piloto automático.
F1: La película
D: Joseph Kosinski / G: Ehren Kruger, basado en un argumento de Joseph Kosinski y Ehren Kruger / F. en C: Claudio Miranda / M: Hans Zimmer / Ed: Stephen Mirrione, Patrick J. Smith / Con: Brad Pitt, Damson Idris, Javier Bardem, Kerry Condon, Tobias Menzies / P: Monolith Pictures, Jerry Bruckheimer Films, Plan B. Entertainment. EU, 2025.
X: @walyder