l Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) es en verdad complejo y sumamente difícil de administrar. Por una parte, es cierto, cuenta con algunas figuras que resultan ser verdaderos sombreros de saludar
y que hacen excelentes trabajos sin causar problema alguno y sí darnos muchas satisfacciones. Son aquellos que permiten estar orgullosos a quienes estamos también en dicha nómina.
Mas hay, igualmente, una cauda de holgazanes y transas que se han convertido en verdaderos expertos en irla llevando
con mínimos y malos rendimientos. Unos se basan, pues, en la diligencia y la calidad de su trabajo, y los otros, que no son pocos, en una disciplinada fidelidad sindical con la que se ampara el hecho de que su trabajo sea casi nulo.
El caso de que el maestro Diego Prieto haya permanecido nueve años en el cargo y haya conseguido espléndidos resultados llama verdaderamente la atención y augura que es capaz de sortear las más diversas dificultades inherentes a la función pública.
He vivido en el INAH, con sólo un par de escapadas
, más de medio siglo. Considero que tal vez no he sido brillante, pero holgazán tampoco; de otro modo el Sistema Nacional de Investigadores (el SNI) no me habría instalado en su cúspide.
Hace años que podría haberme jubilado, pero mi trabajo me gusta mucho y hacerlo a la sombra de Diego Prieto resultaba un verdadero valor agregado. Ahora sí ha llegado el momento de partir. Después de su exitosa gestión, censurada solamente por los peores sindicalistas, lo cual, cabe decirlo, constituye un halago, Diego tiene el entrenamiento y la capacidad suficiente para emprender con muy buenas expectativas una nueva tarea relacionada ahora con las culturas vivas
.
Curiosamente, después de haber comparado por su fuerza innovadora la gestión de Diego Prieto con la de Guillermo Bonfil Batalla, hace 50 años, resulta que el siguiente paso de uno es muy parecido al del otro: Prieto acude al fortalecimiento de las culturas vivas
; cuando falleció en aquel malhadado accidente, Bonfil estaba encargado de fortalecer las culturas populares
.
En efecto, el actual gobierno se está preocupando muy seriamente por mejorar, respetando sus características singulares, muchos conglomerados que participan de culturas muy marginadas y tradicionalmente vituperadas que, no obstante, no han perdido sus bríos. El actual gobierno ha volteado a verlos y a tenderles la mano que, en este caso, será principalmente la de Diego Prieto. Desde mi punto de vista, creo que quien decidió nombrarlo tuvo un enorme acierto. A las pruebas me remitiré si todavía existo cuando haya terminado el sexenio que ahora corre.
No puedo abstenerme de comentar, por otro lado, que su lugar en el INAH lo ocupa ahora un colega suyo, también de primera categoría, y una experiencia en el oficio asaz de primera calidad: antropólogo también el hombre, y con un prestigio notable, ha sido hasta ahora director del Centro INAH de Oaxaca, entre muchas otras funciones dentro de la misma casa. Es evidente que no es ningún intruso y conoce también de qué se trata la chamba. Es Joel Omar Vázquez Herrera, a quien le deseamos mucho éxito, aunque ahora sí ya no me puedo poner a sus órdenes; no obstante, si me requiere para alguna cuestión puntual, sabe bien que no soy de los que se rajan.
Con todos los defectos que quieran, en suma, el INAH es una institución benéfica a la que los mexicanos que en verdad queremos a nuestro país tenemos mucho que agradecerle.
Finalmente, me atrevo a decir que el buen trato que le ha dado La Jornada al cambio de chamba del maestro Prieto y a la ascensión al lugar que éste ocupaba del maestro Vázquez, honra a la justicia y ratifica que es el nuestro un periódico de primera.