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La tinta roja de Mario Gill
E

l periodismo revolucionario, crítico y de alto voltaje en su compromiso con las causas populares tiene una larga historia en el México posrevolucionario. De ninguna manera puede pensarse que el ejercicio crítico del oficio de la comunicación nació en Bucareli en 1976. La actividad del jalisciense Mario Gill es prueba de ello. Su nombre completo era Carlos Manuel Velasco Gill y vino al mundo con el siglo, en 1900 y hasta sus 73 años fue parte de quienes imprimieron con tinta roja las páginas del periodismo militante.

Lo hizo desde varios espacios, donde desarrolló una escritura original, a medio camino entre la crítica política, la certeza ideológica, el montaje de voces diversas y la investigación histórica. No por nada fue, a decir de su compañera de vida, Benita Galeana, el personaje que buscaba los materiales históricos que servían a Daniel Cosío Villegas. Dato que ha sido omitido por la biografía oficial de don Dani. Es preciso recordar que al ilustre intelectual liberal le gustaba decir en público y con la soberbia de la posición hegemónica, que podía prescindir de los marxistas para explicar la historia de México. Que él excluyera a la izquierda del Olimpo académico no omitía que uno de sus principales colaboradores fuera un convencido comunista.

Gill tuvo una larga trayectoria en la prensa militante: escribió en El Machete, el legendario periódico del PCM. Al salir de éste, ante las purgas comandadas por Dionisio Encina, pasó junto con Hernán Laborde y Valentín Campa a Tricolor , Unidad Socialista y después a Noviembre, siendo parte del Partido Obrero Campesino. En esta organización fue parte del equipo editor de su prensa y firmó algunos documentos de investigación histórica. Paralelamente participó en Hoy, de donde fue excluido en 1952 cuando el anticomunismo aumentó. Continuó con algunas colaboraciones en la olvidada revista Rototemas, donde su pluma retrató el impacto de la presencia de la diputada Macrina Rabadán en su gira por Poza Rica, Veracruz, después de un episodio de represión política: la reseña miraba a la disidencia dentro del Partido Popular, algo poco señalado en la historia de aquella organización.

Sin embargo, Mario Gill fue, además de importante editor, un periodista en el mejor sentido del término. Entendió que el pasado y el presente no debían disociarse, ni de las explicaciones de profundidad, ni tampoco del posicionamiento ideológico. Sus obras dan muestra de ello. Algunas recogían trabajos que con anterioridad habían aparecido sobre fenómenos como el de Teresa Urrea, o sobre el radicalismo de la costa caribeña en los años 20. Pero otros eran proposiciones de largo alcance. Por ejemplo, su versión del sinarquismo sigue siendo fundamental para entender la clave de confrontación ideológica y física de los comunistas con aquella ideología. De la pluma de Gill tenemos un prístino relato del enfrentamiento en 1934 entre comunistas y el grupo fascista de Los Dorados. Pero también reflexionó por qué el sinarquismo y el PAN no podían unificarse: los primeros aspiraban al orden jerárquico al estilo del siglo XIX y los otros al capitalismo liberal oligárquico previo a 1910.

Además de este trabajo, su visión del mundo ferrocarrilero es de gran utilidad para entender la presencia del comunismo y las tensiones con el cardenismo tras la administración obrera. También escribió profusamente sobre el fascismo, al que no veía como un fenómeno muerto en la Alemania nazi, sino reinventado en el agresivo fenómeno del americanismo. Hitler no había muerto, escribía, sino que se manifestaba bajo caretas democráticas, manteniendo su seña de identidad principal en un rabioso anticomunismo.

En 1985 Taibo II publicó el libro Pistoleros y otros reportajes, donde se presentaron algunos trabajos inéditos. Quizá uno de los más valiosos sea su mirar crítico de la célula de periodistas comunistas de la década de 1960. Gill, como otros, había contribuido a fundar Prensa Latina tras la revolución cubana y la presencia de los comunistas en el gremio era importante, a partir de la célula El Machete. En su reporte, Gill se muestra crítico del actuar de ésta y devela que dentro del PCM había visiones diversas sobre el trabajo partidario en las asociaciones de masas.

Finalmente, no sobra decir que Gill fue un atento escucha. Sus libros están plagados de testimonios y de las voces de actores sociales, desde mineros hasta profesores rurales, algunos de ellos aparecidos en El Maestro. Su capacidad de articular o hacer montaje de una narración épica –aunque a veces en dolorosa derrota– de los movimientos populares con las voces de sus protagonistas, puede pensarse como una forma de trabajo legada para quienes aspiran a un periodismo comprometido con las causas populares y, por supuesto, con la verdad.

* Investigador UAM. Autor de En el mediodía de la revolución