Opinión
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Del capitalismo liberto-sicótico
U

no. Desde ya, el título escogido responde a sensaciones térmicas entrecruzadas y puntuales, en torno a las insólitas tribulaciones del gran mundillo liberto/atlantista que, según fuentes clínicamente confiables (y reservadas), adolece de serios trastornos mentales.

Dos. Veamos: a) salvo contadas y heroicas excepciones, esquizofrénica naturalización y negación del metódico genocidio del pueblo palestino; b) cerca de allí, en el desierto árabe saudita, primeros cimientos de una ciudad lineal que tendrá 170 kilómetros y 200 metros de ancho (sic), y costará na’ más que 500 mil millones de dólares (sic); c) acuáticas peripecias de empresarios megarricos para erigir comunidades libertarias en el mar (sic); d) blindaje judicial al llamado caso Epstein, ordenado por Donald Trump.

Tres. Por razones de espacio, sugiero al lector que consulte el excelente artículo publicado en días pasados por Carlos Fazio, donde explica la pretensión de Tel Aviv de concentrar y confinar a 600 mil gazatíes en un campo de concentración sobre los escombros de Rafah, en el sur de la franja, cínicamente llamado ciudad humanitaria cerrada (https://acortar.link/Me9c8E).

Cuatro. Menos difundido, el megaproyecto urbanístico high-tech del príncipe Mohammed bin Salman, primer ministro de Arabia Saudita y sospechado del asesinato del periodista opositor Jamal Kashoggi (2018), cuyo cuerpo, recordemos, fue desmembrado en el consulado de Riad en Estambul, y sus pedazos esparcidos en parajes cercanos a la legación diplomática.

Cinco. Según el periodista argentino Julián Varsasky, la distópica urbe arábiga se llamará Neom, su construcción estará bajo la dirección del alemán Klaus Kleinfeld (ex presidente de Siemens), y hará picadillo con los cuentos de Las 1001 noches ( Página 12 , 15/12/24).

Seis. Neom será una ciudad sin calles, autos ni casas. Sólo una hilera de edificios de 500 metros de alto flanqueados por cigüeñas de acero, un tren bala de levitación magnética, microclima templado, taxis-dron, tecnología para generar lluvia artificial, centro de esquí con nieve de mentiritas y cultivos hidropónicos en vertical para tomar una fruta fresca desde la ventana.

Siete. En otra dimensión de la globalización realmente existente, comunidades libertarias en el mar (sic). Idea que brotó en 2010 de la cabeza del ingeniero de Google Patri Friedman (nieto del Nobel de Economía Milton Friedman), y compartida por Peter Thiel (dueño de Pay Pal) y Wayne Granlich, fundador del Instituto Seasteading (IS, 2018) para “defender la libertad en todas sus dimensiones […], abandonando la vida en la tierra y todas las suposiciones anticuadas sobre la naturaleza de la sociedad” (sic).

Ocho. En una extensa investigación, el politólogo colombiano Jorge Cantillo cuenta que dicho proyecto empezó en el norte de California, donde el gobierno estatal impidió la continuación de las obras. No problem. IS optó por fabricar un prototipo de isla flotante en la Polinesia francesa, en medio del Pacífico, donde sus habitantes presentaron tenaz resistencia. Mientras, en Tailandia, otra empresa similar, Ocean Builders (OB), construía una caja octogonal flotante, que Bangkok tildó de amenaza a la independencia del país.

Nueve. Entonces, sin perder la fe en la libertad, OB compró en Chipre un crucero rebautizado con el nombre de Satoshi (en honor a Nakamoto Satoshi, seudónimo del misterioso creador del bitcóin), con lo cual, los candidatos a vivir en el pedo libertario podían pagar con múltiples monedas: bitcoines, ethereum, digibyte, bitcoincash, litecoin, dai, dash, ethereum.classic, true USD, USD coin, tether, bitcoinSV, electroneurun, doge, eureka, coin, xem y monero.

Diez. Tras múltiples y extenuantes trámites buocráticos, el Satoshi terminó en Panamá, donde las autoridades negaron la descarga de aguas residuales, a más de preguntar, con espíritu estatista, acerca del abastecimiento de energía, gas, Internet, alimentos, agua, etcétera. Y todo esto agravado, pues ninguna aseguradora aceptaba avalar un crucero convertido en criptocomunidad de aguerridos libertarios flotantes.

Once. Sueños marítimos-guajiros distintos a los más terrenales de Little Saint James, islote caribeño de medio kilómetro cuadrado situado en las Islas Vírgenes de Estados Unidos, y mejor conocido como isla de las Lolitas o isla de la pedofilia.

Doce. A Little Saint James (propiedad del suicidado empresario israelí-estadunidense Jeffrey Epstein) arribaron durante 30 años gobernantes como Bill Clinton, Donald Trump y su esposa Melania, miembros del clan Kennedy, el príncipe Andrés de Reino Unido, y los actores Alec Baldwin, Kevin Spacey, la modelo Naomi Campbell, Michael Jackson y un largo etcétera de celebridades.

Trece. Las Lolitas eran adolescentes de 14 a 17 años, elegidas por la esposa de Epstein, Ghislaine Maxwell, hija del magnate de la prensa británica Robert Maxwell, dueño del influyente Daily Mirror y presunto colaborador del Mossad.

Catorce. Según Caroly, Kate, Jane y Annie Farmer (la única que dio su apellido a los fiscales que en Nueva York ventilan el asunto), la tarea de Ghislaine (hoy presa), consistía en obligarlas a tener relaciones sexuales en su presencia.