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El arte de Terpsícore
Rosa Rolanda y El Chamaco Covarrubias: el divorcio que revolucionó la danza en México

El rostro de la fotógrafa y bailarina se asoma en la muestra Una mirada sin fronteras, en el Palacio de Iturbide // La separación generó un nuevo movimiento de coreografías en el país

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▲ Rosa Rolanda frente a la colección de arte prehispánico de Miguel Covarrubias, captada por Donald Cordry.Foto tomada del libro Covarrubias, de Adriana Williams, publicado por el Fondo de Cultura Económica
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▲ LAS CARAS DE ROSEMONDE. El cuadro Día de Muertos, pintado entre 1940 a 1945 por Rosa Rolanda.Foto tomadas de los libros Covarrubias y Rosa Rolanda
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▲ LAS CARAS DE ROSEMONDE . Rosa captada por Miguel Covarrubias en Tizapán, en 1945.Foto tomadas de los libros Covarrubias y Rosa Rolanda
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▲ LAS CARAS DE ROSEMONDE . La bailarina y pintora en la lente de Lola Álvarez Bravo, en una instantánea obtenida hacia 1950-1955.Foto tomadas de los libros Covarrubias y Rosa Rolanda
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▲ LAS CARAS DE ROSEMONDE . Sobre estas líneas, Rosa en la cocina de su casa en Tizapán, en una imagen capturada por Nickolas Muray.Foto tomadas de los libros Covarrubias y Rosa Rolanda
 
Periódico La Jornada
Martes 29 de abril de 2025, p. 2

En la exposición Miguel Covarrubias: Una mirada sin fronteras, montada en el Palacio de Iturbide, una cara se asoma una y otra vez. Es la bailarina, fotógrafa y pintora estadunidense Rosa Rolanda, primera esposa de El Chamaco, como se le apodaba. Mujer de grandes talentos, éstos suelen quedar opacados y relegados frente a la magnitud de la figura del caricaturista, pintor y antropólogo.

Para el especialista Alberto Dallal, la separación de la pareja trascendió el plano personal y creó una escisión en el ámbito dancístico profesional, ya que Covarrubias era director del Departamento de Danza del entonces Instituto Nacional de Bellas Artes. Tanto así, que el movimiento de la danza moderna mexicana se dividió: por un lado, los que apoyaban las ideas nacionalistas del momento y, por el otro, los que eran partidarios de formas nuevas, tal vez impuestas, de hacer danza, apoyadas en las ideas de José Limón.

La escisión y subsecuente polémica duró años, aunque a la larga esta división favoreció la nueva danza mexicana. Tras el “enfrentamiento –las partes se peleaban y se insultaban– surgió una danza moderna mexicana que aglutinaba ambos bandos, que era superior, incluso más que muchas de las tendencias de danza moderna que había en el mundo en ese momento”, asegura Dallal. La danza hecha en México adquirió estatura universal y se reconocía en todos lados.

Somos un país de danzantes, manifiesta el académico e investigador. Respecto de la llegada de la pareja a México, en 1936, y tras el nombramiento de Covarrubias como director de la Academia de la Danza Mexicana del Inbal, y en 1950 del Departamento de Danza, Dallal señala que El Chamaco no vino a inventar nada. Hay que ir hasta las raíces para crear la danza que hacemos.

Rosa Rolanda, nombre artístico de Rosemonde Della Cowan Ruelas (1898-1970), y Covarrubias (1904-1957) vivieron el surgimiento de la danza moderna en Nueva York en los años 20.

En México ya teníamos mucho camino recorrido. Nuestra manera de hacer danza, que viene desde la época prehispánica, tuvo gran efecto e influencia en la danza que se empezó a hacer a finales del siglo XIX y principios del XX, porque los mexicanos somos muy receptivos cuando las nuevas formas dancísticas se adaptan a nuestras costumbres.

Al llegar a México, el matrimonio Covarrubias se dio cuenta de que aquí había todo un movimiento, y lo único que había que hacer era encauzarlo y hacer que floreciera más. Incluso, muchos grupos habían hecho giras por el extranjero. Al ser nombrado coordinador de Danza, El Chamaco “empezó a aportar nuevas ideas, nuevas formas de hacer danza, nuevas técnicas, que reflejaban los afanes de búsqueda de todos los danzantes mexicanos”.

Fue en la Academia de la Danza Mexicana donde Covarrubias conoció a Rocío Sagaón (1933-2015), una de las principales bailarinas, resultado de este movimiento mexicano de danza. Esta situación causó el divorcio de Rosa y Miguel, y la consecuente división en dos bandos, en que Covarrubias más bien quedó en el lado oficial, mientras Rolanda se acogió a un grupo destacadísimo de divas mexicanas en el que estaba Dolores del Río, además de Diego Rivera, Frida Kahlo y otros prehispanistas, quienes le brindaron su total apoyo.

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▲ LAS CARAS DE ROSEMONDE. Autorretrato de Rosa Rolanda, 1939.Foto tomadas de los libros Covarrubias y Rosa Rolanda

De acuerdo con Dallal, la escisión se dio también en la base de los bailarines de la compañía de danza oficial del Inba: Unos estaban con Sagaón y Covarrubias, y otros con Rosa Rolanda. Covarrubias fue acusado de ser poco nacionalista. Hubo un gran enfrentamiento en el que se decían cosas y cada quien hacía sus obras. También formaron sus grupos. No se detuvo el avance de la danza mexicana, al contrario: cada grupo inventó y asimiló nuevas formas y actitudes para su quehacer. Cada sector tuvo su evolución, y todo desembocó en un gran enriquecimiento de la danza mexicana.

En eso, Covarrubias trajo a México al bailarín y coreógrafo José Limón para crear la obra Los cuatro soles, que no obtuvo el éxito esperado: Guillermina Bravo solía decir que Limón no llegó siquiera al segundo sol, en esta mezcla de ideas suyas y las leyendas prehispánicas.

Una orquídea tatuada

Rosa Rolanda quedó como la perdedora en este conflicto.

En 2011, el Museo Casa Estudio Diego Rivera y Frida Kahlo organizó la exposición Rosa Rolanda: Una orquídea tatuada y la danza en las manos, que contó con un grueso catálogo.

Para Dallal, autor del texto Rosa Rolanda: La belleza (en) singular, la exposición y el libro representan una defensa de esta mujer que logró aglutinar a personalidades del arte y de la danza mexicana.

En su texto, Dallal hace hincapié en la ambivalente y tenaz atracción que sobre una personalidad auténticamente cosmopolita, como Rosa Rolanda, produjo a lo largo de su vida, simultáneamente, su compañero Miguel Covarrubias y la danza de México. “El primero como rara avis, excepcional ejemplo de múltiples talentos paulatinamente consagrados y, por otra parte, la danza de un país que, en respuesta a una revolución generalizada y sangrienta, surge y responde mediante el establecimiento de un programa sociocultural tan sui géneris, excepcional y abarcable que hasta la fecha consigue tener detractores y defensores, tanto en el ámbito de la danza folclórica como en el movimiento de la danza moderna (1940-1965)”.

A pesar de los intentos de revalorar la figura de Rosa Rolanda, todavía queda un largo camino por recorrer.