Políticas de género
as políticas de género no son parejas para todos. Mientras en los altos puestos se hacen esfuerzos por la equidad, en el caso de los trabajadores de ingresos medios y bajos se presenta un gran desequilibrio.
En el ámbito político, a 70 años de aprobarse el derecho de la mujer a votar y ser votada a cargos de elección popular, por primera vez en la historia llegará una mujer a la Presidencia de la República. En los poderes Legislativo y Judicial, en las gubernaturas, ayuntamientos y en puestos clave del gobierno también hay una creciente participación de mujeres.
Este proceso es reciente. La participación de mujeres en cargos importantes era una excepción hasta la década de 1980. Sin embargo, ahora es una realidad, como lo muestran las candidatas a la Presidencia y a las gubernaturas que se disputarán en 2024.
En el lado empresarial se repite el fenómeno, aunque en menor escala. Tanto en direcciones como en consejos de administración hay un predominio de hombres, pero con una fuerte presión social para lograr el equilibrio. Incluso en grandes y medianas empresas y en asociaciones gremiales se conforman comités de género para estimular la equidad. Tengo en la mente, por ejemplo, a la Asociación Fintech México, que recientemente estableció una estructura para cumplir con ese propósito.
Pero el gran rezago en la actividad económica se presenta entre los trabajadores de base, donde las grandes diferencias salariales se mantienen. El caso del ahorro para el retiro ejemplifica la disparidad de género. De acuerdo con la Consar, sólo 35 por ciento del ahorro en las Afore corresponde a trabajadoras, frente a 65 por ciento de los trabajadores. Además, de los 63 millones de cuentas de ahorro individuales, sólo 43 por ciento pertenecen a mujeres.
El resultado de este fenómeno en la vida productiva es mayor discriminación y pobreza para la mujer. Es un problema con una doble implicación negativa: la primera, porque las mujeres viven en promedio más que los hombres y la mayoría no cuentan con ahorros propios por trabajos remunerados; la segunda, porque trabajan más años una doble jornada, en la casa y en la economía informal, o viven de apoyos de terceros.
La desigualdad de género en la economía es una tarea por resolver.