i la ultraderecha no logró mantenerse en la Presidencia con Jair Bolsonaro en Brasil, ni llegar a ella con José Antonio Kast en Chile, ni con Rodolfo Hernández en Colombia, la mayoría del electorado en Argentina le entregó el gobierno en la segunda vuelta celebrada antier. Javier Milei, un economista cuyas propuestas ultraneoliberales –libertario
, se define a sí mismo– colindan con el delirio, será presidente de esa nación sudamericana al imponerse con casi 12 puntos de diferencia a su rival kirchnerista, el ex ministro de Economía Sergio Massa, en quien el justicialismo gobernante había depositado sus esperanzas de continuidad.
El triunfo de Milei es alarmante por la devastación social que necesariamente conllevarían sus principales propuestas económicas: supresión del Banco Central y eliminación de la divisa nacional y su sustitución por el dólar, lo que, de acuerdo con especialistas, resultaría contraproducente y, lejos de aquietar la inflación, podría dispararla; una drástica reducción de las instituciones públicas, lo que llevaría a millones al desempleo; flexibilización laboral
, lo que eufemismos aparte significa la destrucción de derechos de los trabajadores, los cuales tendrían que cargar con el costo de una reactivación económica; y, desde luego, privatización acelerada de los bienes públicos. La aplicación de semejantes medidas implicaría una multiplicación de la pobreza y la marginación y la pérdida de servicios públicos de salud y educación, en un contexto de por sí caracterizado por la depauperación de grandes sectores de la sociedad.
No menos preocupante es el conservadurismo regresivo que ha expresado en el terreno social el individuo que ocupará la Casa Rosada a partir del próximo 10 de diciembre: justificación de las violaciones a los derechos humanos perpetradas por la pasada dictadura militar, negación de los derechos reproductivos femeninos y de la diversidad sexual, legitimación del tráfico de órganos y libertinaje en el comercio de armas de fuego, entre otros puntos.
Con semejante ideario, no es de extrañar que los principales exponentes de la ultraderecha se hayan apresurado a celebrar el triunfo de Milei: el ex presidente estadunidense Donald Trump, el propio Bolsonaro y el líder de la formación franquista española Vox, Santiago Abascal, entre otros. Y es que la trágica jornada electoral de anteayer en Argentina no sólo tendrá repercusiones en ese país, sino que es también expresión del innegable avance de esa corriente política en el mundo y su conquista de electorados que solían ser fieles a las derechas tradicionales y que hoy se decantan a posturas próximas al fascismo.
En el caso de México es revelador que figuras emblemáticas del panismo, como Vicente Fox y Felipe Calderón, hayan manifestado su respaldo a Milei unos días antes de los comicios del 19 de noviembre, y que la precandidata presidencial del Frente Amplio por México (FAM, conformado por el PAN, el PRI y el PRD), Xóchitl Gálvez, haya externado su regocijo al enterarse del resultado electoral en Argentina; ello habla de un hermanamiento ideológico con lo más cavernario de la derecha y ha generado cuestionamientos incluso en las filas de esa coalición opositora.
Otra faceta de lo ocurrido el domingo en Argentina es que introduce una brusca alteración en el escenario latinoamericano, por cuanto los proyectos políticos soberanistas, progresistas y con orientación social no podrán contar con Buenos Aires en el esfuerzo de formular estrategias regionales comunes.
El triunfo de Milei no debe interpretarse únicamente como una extravagancia súbita de los votantes: se construyó sobre la base de un vasto malestar social por la incapacidad del presidente saliente, Alberto Fernández, para superar el gravísimo desbarajuste económico causado por su antecesor, Mauricio Macri –quien, paradójicamente, terminó convertido en uno de los principales promotores del candidato ganador–, por la descomposición y las pugnas internas del kirchnerismo, por la permanente ofensiva de los medios, centrados casi en su totalidad en la tarea de golpear al actual gobierno y a su entorno, y por la reactivación de las corrientes elitistas, xenófobas, patrioteras, antipopulares y nostálgicas siempre presentes en la sociedad argentina y que encontraron un cauce viable para hacerse con el poder presidencial.
Con estas consideraciones en mente, lo más probable es que Argentina esté por entrar en un periodo oscuro, incierto; de seguro, convulso, y posiblemente, trágico.