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Reforma a la educación superior
C

uando decidí residir en Monterrey, una de mis primeras tareas en la Universidad Autónoma de Nuevo León (UANL) fue realizar una investigación sobre el nivel educativo y cultural de los estudiantes de bachillerato.

En buena medida actualizaba mi experiencia académica en el Colegio de Ciencias y Humanidades de la UNAM, donde se experimentaban nuevos métodos de enseñanza.

Hago memoria de esa experiencia ante lo que el gobierno de Morena llama la Nueva Escuela Mexicana (NEM) cuya primera desembocadura ha sido el proceso inédito de discusión colectiva que requirió la idea general y su anclaje práctico en los libros de texto gratuitos para la educación básica. Forzoso es preguntarse: qué tan preparada estará la educación media superior y superior para cuando toquen a sus puertas los estudiantes de las primeras generaciones formados con el bagaje que supone la NEM.

Hasta ahora, salvo excepciones –si las hay–, que todo mundo agradecería conocer, en ambos niveles de la educación escolar se siguen dando las clases según la concepción napoleónica y el positivismo del siglo XIX. Los estudiantes formados en la NEM que vayan a cursar los estudios de bachillerato y facultad sufrirán un trauma por sentirse ajenos a la tradición escolar que en ellos se sigue. La mayor parte de las instituciones de ambos niveles no cuenta con personal docente versado en las tendencias pedagógicas y didácticas más avanzadas del siglo XX y lo que va del XXI. Para no hablar de compromiso magisterial.

Esas tendencias han tenido como lejano antecedente, en su carácter dialógico, el ejercicio de Sócrates mediante su método, la mayéutica, nada menos que hace 2 mil 500 años. Los valores sobre los que discurrían el maestro y el interpelado, al fin y al cabo su discípulo, no implicaban problemas prácticos y los juicios permanecían en el topos uranos de las ideas. Paulo Freire, uno de los pedagogos más notales de nuestro tiempo y a quien podemos leer en el entramado que subyace a la NEM, retoma el método socrático, pero lo modifica sustancialmente. Lo problematiza y le da una dimensión horizontal. Aquí refiero un ejemplo de mi propia experiencia.

En el propósito de iniciar desde la niñez la lectura de la Constitución de los Estados Unidos Mexicanos ofrecí un taller a unos 40 niños en el Centro de Estudios Parlamentarios de la universidad pública de Nuevo León. Al repasar las características de la forma de gobierno establecida en su texto, varias voces de los estudiantes de cuarto, quinto y sexto de primaria, identificaron algunas de ellas. A título de repaso pedí a uno de los participantes que las leyera: republicano, democrático, representativo, federal, laico y popular. Una niña, Melanie, de quinto año, levantó la mano y dijo: También debiera ser justo.

El educador aprendía de la educanda. No basta que un gobierno –el nuestro– tenga esas características para ser justo. Si lo fuera, la riqueza no estaría tan hiperconcentrada como está ni la abrumadora mayoría tendría que vérselas todos los días para satisfacer sus requerimientos básicos. Aquella niña estudia en una modesta escuela pública. Desde su experiencia –entorno social y familiar– había hecho aquel acotamiento necesario. Es a respuestas como ésta a las que se oponen, de forma irracional y lesiva, quienes han impedido la entrega de los libros gratuitos de texto escolar.

Uno de los elementos de la NEM es que el educando, como sujeto y protagonista de su aprendizaje, finque su desarrollo cognitivo a partir de su propia experiencia. Algo que han propuesto reconocidos pedagogos como John Dewey, María Montessori, Celestin Freinet, Jean Piaget. Este será uno de los desafíos de la educación media superior y superior. Desafío que tendría que ser ­abordado de la misma manera en que se abordó el nivel básico: colectivamente y con base en el estudio y el debate de cada uno de los aspectos, temas y procedimientos que dieron lugar al fundamento teórico y práctico de la NEM en su primera expresión.

Acunar y desarrollar la NEM en las preparatorias y facultades, si es que se llega a cumplir con lo que la secretaria de Educación Pública y, más en lo específico, el subsecretario de Educación Superior señalaron recientemente, será el mayor logro alcanzado en la historia de la educación en México: extender los principios y mecanismos de la nueva educación para hacer de ésta un sistema racionalmente vertebrado y funcional y cualitativamente integrado.

No más conocimientos en abstracto aprendidos con base en rigores extremos de la memoria ni al margen de los problemas de la familia, la escuela, la comunidad. No más un aprendizaje sumiso según la tiranía de un maestro superior y de un educando inferior sujeto a su saber, con frecuencia diminuto y cuadriculado. No más un aprendizaje acrítico e inclinado a la fórmula sectaria de el Yunque: el que obedece jamás se equivoca. No más una educación excluyente, que desconoce los principios de diversidad, alteridad, interculturalidad: la proverbial omisión que ha dado, por tanto, una conciencia unidimensional, individualista, egoísta, supremacista, contraria a la solidaridad, el criterio propio, la participación efectiva de los estudiantes, acompañados de maestros y padres de familia en su proceso cultural y cognitivo.