Editorial
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Francia: sacar las manos de África
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ecenas de miles de personas se manifestaron ayer a las afueras de una base militar francesa en Niamey, la capital de Níger, para exigir que París retire todas las tropas que tiene estacionadas en el país. Las protestas antigalas se han sucedido desde el pasado 26 de julio, cuando el ejército nigerino depuso al gobierno profrancés y comenzó un proceso de transición, en el que ya fueron nombradas autoridades civiles. Aunque el golpe de Estado cuenta con un amplio respaldo popular al interior de Níger, la nueva realidad no ha sido reconocida por Francia, Estados Unidos ni buena parte de la comunidad internacional. De hecho, tanto el Elíseo como la Casa Blanca han expresado su respaldo a los miembros de la Comunidad Económica de Estados de África Occidental (Cedeao), organismo liderado por Nigeria que se propone restablecer el statu quo ante mediante una invasión armada a su vecino.

Casi exactamente un mes después del golpe en Níger, una junta militar autodenominada Comité por la Transición y la Restauración de las Instituciones (CTRI) puso en arresto domiciliario al presidente Ali Bongo Ondimba y anunció la formación de un nuevo gobierno. Bongo, que gobernaba el país desde 2009, acababa de ganar su tercera relección con más de 60 por ciento de los votos en unos comicios ampliamente cuestionados por observadores internacionales. El depuesto mandatario heredó el poder de su padre Omar Bongo, quien gobernó Gabón por 42 años, desde 1967 hasta su muerte.

Los procesos que se viven en Níger, perteneciente a la región del Sahel (transición entre el desierto y la sabana), y Gabón, un territorio ecuatorial cubierto en su mayor parte por la selva tropical, guardan algunas semejanzas, pero también importantes diferencias. Por un lado, en ambos casos las Fuerzas Armadas han contado con el entusiasta respaldo de los ciudadanos, quienes han vivido estos movimientos como una liberación del yugo neocolonial francés y como el despertar de una auténtica soberanía. Asimismo, estos países cuentan con recursos naturales estratégicos que los han convertido en encrucijadas de intereses corporativos y geoestratégicos: uranio en Níger y petróleo en Gabón. En cambio, contrasta la manera en que los grupos castrenses han enfocado sus respectivas misiones: mientras desde Libreville se asegura a todos los actores externos que se respetarán los acuerdos y los intereses extranjeros en el país, Niamey incita al pueblo a sumarse a una cruzada antifrancesa a fin de terminar con el injerencismo de París en su territorio y en toda la región, donde las potencias occidentales han desplegado tropas en la última década con el pretexto del combate al yihadismo.

Más allá de la legitimidad que puedan tener las autoridades militares (o de la que tuvieran las administraciones derrocadas), la actitud de Occidente ha exhibido que los líderes y buena parte de las sociedades de Europa y Estados Unidos conservan una mentalidad colonial que siempre ha sido injustificable, racista, promotora del saqueo y del enriquecimiento a través del despojo violento, y que no tiene cabida en la actualidad. El presidente francés Emmanuel Macron ha sido un ejemplo de los peores conceptos y actitudes prevalecientes en las antiguas metrópolis: el hecho de que tanto Níger como Gabón sean ex colonias francesas debería indicarle la necesidad de redoblar su prudencia al expresarse en torno a los acontecimientos de esas naciones, pero lo que ha demostrado es que concibe a las sociedades africanas como sujetos políticos inmaduros que deben ser tutelados desde el Norte Global. El desprecio por la autodeterminación no sorprende cuando proviene de quien ya ha demostrado en repetidas ocasiones que no tiene consideración alguna por la voluntad de sus propios conciudadanos y de que está dispuesto a recurrir a la represión a gran escala para imponer los intereses de la oligarquía.

Las potencias occidentales deben entender que los pueblos del Sur están sedientos de volver real la independencia de la que formalmente gozan desde hace décadas o siglos, y que el único rumbo sensato y apegado a la legalidad internacional es sacar sus manos de la región y dejar que sean los nigerinos, los gaboneses y el resto de los africanos quienes diriman sus asuntos internos.