ace poco más de dos semanas, cuando Washington anunció que llevaría a cabo un programa de redadas masivas contra los migrantes, el presidente estadunidense Donald Trump, con la colérica desmesura que emplea cada vez que toca el tema, declaró vamos a sacarlos del país por miles
. Fortaleció así la idea que él mismo, su equipo de trabajo, los medios que le son afines y los votantes que lo llevaron al poder se han encargado de repetir como si fuera una verdad revelada: que el número de personas que tratan de entrar a Estados Unidos de manera irregular por nuestra frontera norte ha crecido hasta convertirse en una marea humana que es preciso contener a toda costa.
Como muchas de las aseveraciones del titular de la Casa Blanca, sin embargo, esta contiene más insidia que precisión. Un estudio desapasionado de los flujos migratorios y sus características indica que lo que ha cambiado en realidad no es el volumen de los aspirantes a ingresar a territorio de la primera potencia mundial, sino la forma que han encontrado para hacerlo: la conformación de caravanas, fenómeno que a diferencia de lo que ocurre en Europa, en América Latina constituye prácticamente una novedad.
En términos de los propios migrantes, la organización en grandes grupos proporciona algunas ventajas relativas respecto al tránsito en pequeñas unidades (de familias, de amigos, de vecinos de una comunidad): la principal es la de contar con un entorno de protección recíproca que les brinde cierta seguridad en rutas que, como las que habitualmente siguen en México, se han vuelto más peligrosas, en especial por el control que el crimen organizado ejerce sobre ellas. Como contrapartida, este método visibiliza negativamente a los migrantes, poniéndolos en la mira de los medios electrónicos o gráficos, la mayoría de los cuales presentan a las caravanas como auténticas hordas de invasores y no como lo que son: grupos de hombres, mujeres y niños que escapan de ámbitos de privaciones y violencia con la sencilla esperanza de vivir mejor.
Para evitar que estas consideraciones sean vistas como meros argumentos humanitarios en favor de la migración (hasta ese punto han llevado las cosas el racismo y la xenofobia) conviene apoyarse en cifras que, como suele decirse, no mienten. Una investigación realizada por un grupo interdisciplinario de académicos llamado Región Transfronteriza México Guatemala, prueba que el número de migrantes que ingresa a suelo estadunidense sin la tramitología correspondiente no sólo no alcanza los niveles que dice Donald Trump, sino que muestra una clara curva descendente. De acuerdo con este estudio, en efecto, en 1985 y en 2000 la patrulla fronteriza detuvo a más de un millón de personas (en cada uno de esos años). Y en 2017 el mismo cuerpo armado capturó a 850 mil migrantes, cifra que está muy por encima de la que se prevé para este año en materia de detenciones.
Lo que se ha modificado también es la composición de los grupos en migración; a los ciudadanos de las tradicionales naciones expulsoras centroamericanas (más México, desde luego) se le han sumado en fechas recientes, países geográficamente tan distantes como la India, Bangladesh, la República Centroafricana y la Democrática del Congo, en tanto que también Cuba y Haití aportan su cuota de migrantes que buscan el sueño americano. En cambio, hay una notoria disminución en el porcentaje de compatriotas que optan por pasar del otro lado
. Para la administración de Donald Trump, no obstante, los migrantes seguirían siendo una peligrosa avalancha, aunque no pasaran de media docena.