n buen jugador de póquer lo es a partir de su impredictibilidad. Donald Trump fue un gran jugador en su ruta hacia la Casa Blanca; sin embargo, el primer año de su administración lo expuso como alguien que apuesta al bluff; es decir, al engaño del rival en turno. El primero en entenderlo fue el mercado: basta analizar las primeras reacciones de las bolsas a los dichos del presidente de Estados Unidos, versus las que hoy genera para concluir que el dinero aprendió rápido la distancia entre narrativa y realidad.
Ese truco descubierto es hoy la mayor amenaza para la economía mexicana, pues Donald Trump no sólo está ávido de probar que su método de la amenaza arancelaria funciona (China y Turquía nos preceden en el ensayo), sino de demostrar que la distancia entre lo que dice y hace es menor de lo que cree el mercado y parte de los estadunidenses. En otras palabras, lidiamos con el bluff de un buen jugador de póquer, con la clarísima estrategia de endurecer su discurso, cuidar a su base electoral y revender la falacia de que México se ha robado los empleos que faltan en el Rust belt del Midwest estadunidense.
No es lo mismo enfrentar a Trump como aspirante, como candidato en ascenso, como presidente, ni como presidente en campaña buscando la relección. De todas las posibilidades esta última es la más compleja y peligrosa, pues las bravuconerías de un mitin de campaña se transforman en política comercial.
Contrario a lo que manifestó en una entrevista televisiva con profunda arrogancia (México nos necesita a nosotros, nosotros no los necesitamos a ellos
), Estados Unidos –el principal mercado de consumo a nivel global– requiere una cadena de valor integrada a lo largo de los últimos 30 años, que ha minimizado tiempos, abaratado costos, y garantizado productos los 365 días del año sin importar las condiciones climáticas, como los agrícolas. La región de Norteamérica es un corredor logístico con clarísimos beneficios económicos y sociales en el que las fronteras han sido un referente geográfico, nada más. Tan nos necesita, que hoy es lunes y no hay aranceles golpeando la economía mexicana y al consumidor estadunidense.
La idea de que México ha robado
–esa es la palabra que utilizó Donald Trump– los empleos a sus connacionales es tan burda como falsa. El ciudadano de Detroit que, a diferencia de su padre, no sigue laborando en una línea de ensamblaje, le debe su realidad a la crisis financiera global de 2008 y a la automatización de los procesos industriales. Cualquiera que haya visitado recientemente una planta automotriz puede atestiguar dos cosas: el capital humano está altamente capacitado, a la altura de todo país del orbe; y cada vez se utilizan menos manos humanas en infinidad de procesos. El espejismo, sin embargo, es vitoreado en los bastiones republicanos que no quieren escuchar razones económicas complejas atadas a la globalidad y a la tecnología, sino encontrar un culpable de por qué viven peor que los baby boomers.
Ese es el fondo de nuestra gravísima coyuntura: somos el
tema de campaña de un presidente sui generis. Somos la gasolina del motor de la xenofobia y el miedo. Ambos son elementos clave en la movilización electoral que llevó a Trump a la presidencia y que puede mantenerlo allí otros cuatro años.
Ante ello, nos queda tratar de entender las razones detrás de lo que parece sin razón. Nos queda mantener la templanza y apostarle –a diferencia de otros momentos históricos, particularmente en el siglo XIX– a la unidad nacional. El acto del sábado en Tijuana es doblemente simbólico. En efecto en esa ciudad empieza la patria, pero también ahí termina América Latina. Hoy México representa no solamente a sus ciudadanos, sino a los países centroamericanos.
El haber desactivado desde el Estado mexicano la bomba arancelaria con firmeza y calma es un gran indicador de cómo tratar con Donald Trump.
Él tendrá la necesidad permanente de demostrar que sus amenazas son fundadas. Vender cualquier avance migratorio como un logro suyo, pero también el éxito de su método; de su A rt of the deal diplomático. Nos queda por ello, de forma imperativa, ocuparnos de los factores que sí están bajo nuestro control en un entorno económico delicado y tratar –como se ha probado con éxito a lo largo de estos días– de mitigar los riesgos que implica un apostador cuya técnica ha sido puesta en evidencia; un apostador antimexicano y en campaña.