na manifestación masiva recorrió ayer las calles de Hong Kong, el antiguo enclave británico que goza de un estatuto semiautónomo dentro de China, en rechazo a los propósitos de las autoridades locales de aprobar una ley que aprobaría las extradiciones hacia el resto del territorio chino. La presencia de cientos de miles de personas en las calles no tiene precedente desde 2003, cuando las protestas masivas obligaron al gobierno autónomo a deponer un proyecto de ley de seguridad nacional.
Cabe recordar que el pequeño territorio de Hong Kong (poco más de mil kilómetros cuadrados; es decir, una extensión menor a la de la Ciudad de México) permaneció bajo control del imperio británico desde la segunda mi-tad del siglo antepasado, cuando Londres derrotó a China en la llamada Guerra del Opio, y fue restituido a la nación asiática en 1997 con la condición de que Pekín permitiera la persistencia de una democracia parlamentaria y una economía de mercado durante 50 años.
Para ello se estableció el estatuto de región administrativa especial, bajo el principio de un país, dos sistemas
. Así, tanto Hong Kong como la ex colonia portuguesa de Macao cuentan con gobiernos, leyes, policía, aduana, moneda y política exterior distintas a las chinas.
Este estatuto, herencia indeseable del colonialismo europeo, plantea severos problemas de relación y convivencia entre tales regiones especiales y el resto de China, particularmente en una época en la que los intercambios comerciales y de todo tipo se intensifican en forma sostenida, y plantean graves obstáculos para una integración que habrá de ser plena, así sea de manera paulatina.
Por lo demás, con razón o sin ella, buena parte de la sociedad del antiguo enclave británico desconfía del sistema de justicia chino, y teme que la propuesta ley de extradición sea utilizada por las autoridades de Pekín para perseguir a opositores políticos, una posibilidad que ha sido descartada por el gobierno de Hong Kong.
Debe considerarse, por otra parte, que entre la región especial y el resto del territorio hay vacíos legales que otorgan un margen indeseable a diversas modalidades de la delincuencia y que ambos gobiernos están ansiosos por cerrarlo.
Hasta ahora, los conflictos de esta clase no han desembocado en tensiones de gran calado entre ambas partes, pero el enorme peso financiero de Hong Kong podría constituirse en un factor apetecible para intereses geoestratégicos interesados en una potencial desestabilización de China. Es inevitable pensar, particularmente, en Estados Unidos, Japón y Taiwán, países que perciben al gigante asiático como una amenaza potencial.
Y es razonable suponer que la posibilidad de conflictos entre Hong Kong y el resto del país aumente al acercarse la fecha de la reunificación plena, prevista para 2047. En lo inmediato, cabe esperar que la sociedad y el gobierno de Hong Kong hallen una vía de consenso para enmendar las deficiencias legales actuales y se despeje un malestar que no resulta benéfico para nadie.