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Cafarnaúm, la ciudad olvidada
D

e Abbas Kiarostami a François Truffaut. Cafarnaúm, la ciudad olvidada (Capharnäum, 2018), la cinta más reciente de la realizadora libanesa Nadine Labaki (Caramelo, 2007; ¿Y adónde vamos ahora?, 2011) es un vigoroso melodrama social que ha venido ganando relevancia y atractivo entre el público a medida que se entiende el verdadero alcance de sus cuestionamientos morales. Su apuesta narrativa inicial consistente en mostrar a un niño de 12 años que denuncia penalmente a sus padres por haberlo traído al mundo, pudiera parecer, en efecto, manipuladora y efectista –un recurso fácil y poco verosímil para exponer la insensibilidad de padres irresponsables. Por fortuna, Cafarnaúm es mucho más que una visión reduccionista sobre la vulnerabilidad extrema de los menores en un mundo de pobreza extrema, abrumado por los flujos migratorios. La directora crea personajes infantiles complejos que pronto cobran vida propia muy intensa, alcanzando incluso momentos de emotividad cercanos a los del mejor cine iraní de otros tiempos, como aquel memorable filme de Bahman Gobadi, Las tortugas pueden volar (2004).

El protagonista central de Cafarnaúm es Zain (Zain Al Rafeea), un niño cercano a la adolescencia, cuya edad verdadera nadie puede precisar, dado que ni él ni sus propios padres la conocen. Tiene varios hermanos y todos trabajan para mantener a la familia. Zain se ocupa por un sueldo miserable con un comerciante del barrio, y es además vendedor ambulante y repartidor de botellas de gas; su patrón pretende casarse con su hermana de apenas 11 años y los padres están dispuestos a entregarla a cambio de muy poca cosa, en parte para tener una boca menos que alimentar. Un negocio familiar rentable consiste en traficar con medicamentos controlados, diluidos luego en agua, embotellados después, para distribuirlos en el interior de una cárcel o en las calles como drogas tranquilizantes. El joven Zain es un experto en la faena. La directora muestra esa bulliciosa actividad clandestina como un aspecto más de ese barrio populoso de Beirut, capital de un pequeño país rodeado de naciones en guerra, con una presencia importante de inmigrantes refugiados, donde los habitantes locales deben compartir con los recién llegados las condiciones de una virtual esclavitud laboral.

La cinta registra esa incesante actividad urbana de modo casi documental, con la cámara al hombro y el punto de vista de los protagonistas infantiles. Hay en la ciudad una cacofonía constante, un marasmo impresionante, todo un cafarnaúm (lugar donde hay tumulto o desorden) en el que están ausentes el color local o el menor asomo de fotogénica turística. Es una urbe políglota y ruidosa, parecida a tantas otras ciudades en Medio Oriente, donde los niños acceden aceleradamente a una virtual edad adulta sólo para aprender y ensayar nuevas estrategias de supervivencia, exactamente o mejor que sus congéneres mayores de cuya tutela pueden ya desprenderse sin más aspavientos, surgiendo así entre las generaciones un trato igualitario, al punto de que no resulta sorprendente o escandaloso que un niño de 12 años pueda, efectivamente, demandar allí en los tribunales a sus propios padres por cualquier maltrato, inclusive por la insensatez de haber seguido procreando, sin ningún control, en condiciones sociales semejantes.

Lo notable de la cinta es su manera de sortear el pesimismo moral que pudiera suscitar la situación descrita, para mostrar en cambio una gama de emociones en la conducta del niño Zain, que van de su frialdad pragmática como luchador endurecido hasta el desprendimiento generoso y solidario que le permite hacerse cargo de Yonas, una niña de cuatro años, hija por fuerza abandonada de una joven inmigrante etíope, y a la que debe proteger como un adulto, aun cuando a los dos personajes sólo los separan pocos años. El discreto lazo afectivo que los une mantiene vivas en Zain la inocencia y la frescura de su primera infancia hasta volverlo inmune a las adversidades que lo asedian. Es un acierto de la directora haber encontrado el justo equilibrio entre la denuncia de las injusticias que en Líbano padecen esas víctimas infantiles de una guerra no declarada y la diaria resistencia moral que esos mismos protagonistas ofrecen, a manera de ejemplo, a aquellos adultos de los que ya no requieren recibir nuevas lecciones.

Se exhibe en la sala 3 de la Cineteca Nacional a las 15:15 y 20:30 horas.

Twitter: Carlos.Bonfil1