n política, y en otros aspectos de la vida, se suele decir que ya se llegó al fondo cuando se advierte que las cosas no pueden estar peor. Tocamos fondo se repite con necio optimismo, creyendo haber llegado a un piso que será la plataforma desde la cual se empezará a escalar el profundo socavón en el que se cayó. En esas ocasiones un buen amigo nos recordaba, con su singular capacidad para discernir los entresijos de la política, que el fondo no existe y las cosas siempre pueden ser peores.
La digresión viene a cuento, y tiene un inequívoco sentido, cuando se advierte la aberrante política migratoria del presidente Trump y se piensa, aquí sí equivocadamente, que ha llegado al límite de lo absurdo, cruel e inhumano. Mediante su interminable cadena de desaciertos, el propio Trump se ha encargado de desmentir a quienes así piensan. A su malhadada ocurrencia sobre la construcción de un muro en la frontera con México para coartar el paso de los bad hombres, con singular ahínco agrega otras ofensas que agreden aún más las relaciones con mexicanos y últimamente con centroamericanos.
A la negativa del Congreso para otorgar los fondos para la construcción del muro, respondió con declarar una emergencia nacional para forzar al congreso a autorizarlos, y en ese mismo contexto amenazó con cerrar la frontera sin importar el costo político y económico. Tuvo que recular debido al reclamo de un buen número de corporaciones estadunidenses sobre los costos de tal acción.
Mientras tanto, anunció que suspendía la ayuda económica a los países centroamericanos para forzar a sus gobiernos a prohibir la salida de quienes huyen buscando refugio en Estados Unidos. Puso en práctica una política de detenciones masivas de quienes fueran o parecieran indocumentados y separó a familias enteras que llegaban solicitando asilo humanitario. Peor aún, separó a las madres de sus hijos, en lo que se calificó como un auténtico secuestro. Con el agravante de que en muchos casos se omitió el debido registro de los sitios a los que se enviaba a los menores, debido al desorden e ineficiencia de las autoridades migratorias. No conforme con las críticas y protestas que se levantaron en todo el país por esa arbitrariedad, Trump respondió con otra de sus ocurrencias cuando declaró: nuestro país está lleno, ya no podemos admitir más
, refiriéndose a la ola de migrantes, provenientes principalmente de Centroamérica, que solicitan asilo político y humanitario.
A esa declaración, demógrafos y economistas respondieron que su premisa estaba equivocada y carecía de base. Con cifras y estudios basados en los censos, le demostraron que la población envejece rápidamente sin que los nacimientos aumenten. Uno de los efectos de ese envejecimiento es la declinación constante de la fuerza económicamente activa. En la actualidad hay sólo 2.8 trabajadores por cada dependiente en el sistema de seguridad social y, de continuar esa tendencia, para 2035 la proporción será 2.2 por uno, amén de los efectos que tal declinación de población tiene en el mercado de trabajo. (New York Times, 10/4/19).
Nuevamente Trump respondió con otro exabrupto. Amenazó con enviar a los migrantes que saturan las instalaciones de la patrulla fronteriza a las Ciudades Santuario, la mayoría gobernada por autoridades demócratas. Los demócratas respondieron que usar a los refugiados para una venganza política es un acto inhumano de lo más bajo. Un comentarista político de la cadena CNN consideró al respecto que pretendía tratar a seres humanos como un pedazo de plastilina que puede ser pegado en cualquier parte.
Por el interminable y sucesivo número de insensatas decisiones de Trump, pensar que se llegó al límite y se ha tocado fondo, es una ilusión y en el mejor de los casos una esperanza, pero se transforma en asombro y frustración ante el infinito horizonte que se abre con cada una de sus nuevas ocurrencias.