Guardia Nacional puede ser instrumento para restaurar la paz // Podría distinguírsele con el nombre del liberal Ignacio Zaragoza
don Marco Antonio Hernández y don Manuel Martínez López. Les escribo con la cabeza metida en una bolsa de papel de estraza: biodegradable, reciclable y respetuoso con el medio ambiente. Era en el que me envolvían las conchas, revolcadas, chamucos, orejas y polvorones, que formaban parte de la merienda familiar.
Resulta que en la columneta hago mención de la muerte de Ignacio Zaragoza en tres ocasiones (en tres ocasiones la mención, no la muerte, que sólo aconteció una). Zaragoza, general al que aprendí a venerar desde chamaco (chamaco yo, no el general), es víctima de una dolorosa parajoda
: nace mexicano y muere gringo/texano (1824-1862 = 33 años).
En el último párrafo menciono que I. Z. muere cuatro meses después del triunfo del 5 de mayo. Todo esto totalmente verídico y puntual, pero luego, en un párrafo intermedio, no sé qué me pasó y di una equívoca y absurda fecha de la muerte de Zaragoza: marzo del ’62. Es decir, dos meses antes de la gran batalla contra el sobrevalorado cortesano de la época, o séase Charles Ferdinad Latrille, más conocido en el mundo fifí de aquellos años como Conde de Lorencez.
Con justísima razón don Marco y don Manuel, citados al inicio, hacen conmigo cera y pabilo, chunga, guasa y choteo. Así que, Ortiz: ¿ahora nos sales con que Zaragoza era un primo coahuilense de Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador, que ganaba batallas después de muerto?
A cambio de mi despropósito, me obligué a presentar estos otros datos que nos alienten frente a las nuevas embestidas de la fificracia en nuestros días.
El mentado conde presumía su participación en muy importantes batallas, por eso venir a México le resultaba como passer une journée à la campagne. Su premio anticipado por las molestias sufridas y el inevitable triunfo que según él ya tenía en su sac à dos, fue el ascenso al grado de general. Su talante petulante (la rima me sonó a un reiterado reggae) quedó exhibido en el mensaje que le envió a otro conde, Jacques César Alexandre Ramón, ministro francés de la Guerra: Somos tan superiores a los mexicanos en organización, disciplina, raza, moral y refinamiento de sensibilidades, que le ruego anunciarle a su Majestad Imperial, Napoleón III, que a partir de este momento y al mando de nuestros 6 mil valientes soldados, ya soy dueño de México.
Lo mensajes de Zaragoza fueron ligeramente diferentes. A sus tropas: Puede ser que ellos sean el mejor ejército del mundo, pero nosotros somos los mejores hijos de México.
Al presidente Juárez, al término de la batalla: Las armas nacionales se han cubierto de gloria.
Zaragoza, a los 17 años se había dado de alta en la Guardia Nacional (tengo entendido que la primera en el país), para combatir a los invasores de ayer y desde entonces. Lo hizo con el grado de sargento. Ya en el Ejército ascendió por méritos tan innegables como haber participado en las derrotas infligidas durante la Guerra de Reforma tanto a Tomás Mejía como al propio Miramón.
Ergo, no satanicemos ni tampoco repartamos bolos antes de tiempo. La Guardia Nacional puede ser, en función de su estructura constitucional, legal, administrativa pero, sobre todo, conceptual, un instrumento inmejorable para restaurar la paz social, la civilidad, el Estado de derecho, la satisfacción y gusto de seguir viviendo juntos en este territorio en el que, como a los padres, no escogimos, pero como dice una de mis entrañables brujas, no de Salem, pero sí de San Ildefonso: Aquí nos tocó vivir.
Por éstas y muchas más razones me permito proponer al señor secretario Alfonso Durazo y al señor general Luis Rodríguez Bucio que: como historia y compromiso, como razón de ser y proyecto, como estandarte y como vocación que todo lo asume y acepta riesgos y responsabilidades, se le distinga a la recién creada Guardia Nacional con el nombre del joven liberal y patriota: IGNACIO ZARAGOZA.
Twitter: @ortiztejeda