racias a la alianza de partidos de derecha y ultraderecha que respaldaban su candidatura, el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, se alzó con el triunfo electoral que necesitaba para relegirse e imponerse a su rival más cercano, el militar retirado Benny Gantz. Aunque en la historia de Israel ningún partido político ha logrado la mayoría absoluta –65 de 120 escaños del Congreso, llamado Knesset–, con su reciente victoria Netanyahu amplió la fuerza parlamentaria de su anterior coalición y se perfiló como el jefe de gobierno que pase más tiempo en el poder, sumando los periodos consecutivos en que ha ocupado el cargo desde 2009, más el que tuvo entre 2006 y 2009.
La relección del belicista líder supone, sin duda, una tragedia para el pueblo palestino, para la región de Medio Oriente y también para el propio Israel, pues la continuidad de la política interior y exterior impulsada por Netanyahu coloca a la autoproclamada nación del pueblo judío en una confrontación eterna y en una línea de terrorismo de Estado y comisión sistemática de crímenes de lesa humanidad que ninguna sociedad debiera aceptar como parte de su normalidad.
Desde una perspectiva internacional y más allá de las peculiaridades de la situación israelí, el triunfo del partido Likud y sus aliados supone, asimismo, un motivo de preocupación en tanto muestra que el tremendo avance de las derechas está lejos de encontrar su límite.
De especial gravedad resulta que esta hegemonía no derive en un reagrupamiento de las izquierdas y en una consolidación de su identidad como opción política y humana ante los avances de las ultraderechas y el fascismo belicista: por el contrario, el reverso de este fenómeno lo representa, casi sin excepciones, la dilución de los ideales de izquierda y el corrimiento de sus portavoces a un centro cada vez más borroso. Ejemplo de ello es que el opositor de Netanyahu, a quien éste, en el fragor de la campaña electoral, tildó de débil izquierdista
, sea un alto militar que como jefe del Estado mayor de las Fuerzas de Defensa de Israel comandó las incursiones contra Gaza de 2012 y 2014, durante las cuales el ejército israelí perpetró flagrantes violaciones a los derechos humanos y a los códigos de guerra.
Por si no bastara con su propio historial –como la abiertamente ilegal intención de profundizar el despojo de los territorios palestinos, manifestada días antes de las votaciones–, debe recordarse que detrás del premier se encuentran las políticas más belicistas, agresivas y racistas de su gran aliado estadunidense, Donald Trump, quien no ha dudado en poner a su nación a contracorriente de la totalidad de la comunidad internacional en su respaldo a la ultraderecha israelí. En este escenario, cabe preguntarse si las declaraciones del magnate, según las cuales la relección de Netanyahu aumenta las probabilidades de lograr la paz entre Israel y los palestinos, representan un caso de cinismo o de disociación de la realidad.
En suma, la continuidad de las fuerzas que dentro de Israel propalan la violencia como estrategia única para dirimir las diferencias mantiene abierto un panorama siniestro para las perspectivas de paz y estabilidad regional y propicia el surgimiento de nuevos conflictos potencialmente catastróficos.