os toros de Monte Cristo, ideales para una corrida de aniversario: fijos nobles y débiles, pero de un son del que gusta en la Plaza México.
Los toreros Joselito, Calita, y Roca Rey triunfaron. Bueno, hasta los cerveceros triunfaron y agotaron el líquido claro de sus cubetas. No así el rejoneador Ventura que se estrelló con unos toros del Vergel imposibles para el rejoneo. En el recuerdo el toro de Rancho Seco con el que triunfó en su corrida de presentación.
Roca Rey con su juventud y frescura después de pintar la plaza de colores en canto de vida que llevaba la muerte escondida en su toreo encimista. Juego de manos y cintura con los pitones de los toros, mientras, los pies le quedaban clavados como cruz en el ruedo y el toro de Montecristo iba imantado a su muleta.
Roca Rey prendió la hoguera e incendió la plaza con el fuego de capote y muleta para satisfacción de los aficionados, los llamados cabales regresándonos a la dicha del canto torero que trae en la cintura el diestro peruano.
El toreo de Roca Rey fue fuego deslumbrante, arco voltaico, que brilló gigante arrastrando la roja muleta por el ruedo como gusta en México, para lucir su planta soberbia que brillaba en el centro del redondel y la llenaba de honduras, claros fulgores al despedir el frío y la negrura y dar paso a una juventud pujante cual sol radiante.
Pasión y grandeza en esta fiesta propiciadora de fugaces ensueños, ternuras e ilusiones que se extinguían en el fondo del ruedo del que surgía en la muleta de Roca Rey humo de incienso, se elevaba a los tendidos, e incendiaba la plaza calcinando la mole de cemento.
Salir corriendo con el calor de la corrida… a esperar la corrida de mañana.